Miguel Ángel Ordóñez
En 1952 Alex North afronta una delicada situación de impredecibles consecuencias. Tras su rápido salto al estrellato –tres nominaciones al Oscar en sus cuatro primeras partituras para el cine-, lo que lleva aparejado el reconocimiento de toda la industria por su atrevimiento al ofrecer un lenguaje conectado al inmediato pasado de América, al jazz y a los ritmos populares que son integrados armónicamente en su avanzada concepción musical, North, al igual que muchos de sus colegas, asiste a un incremento de las hostilidades que contra el mundo del espectáculo lleva a cabo el Comité de Actividades Antiamericanas presidido por el senador McCarthy, con la particularidad de tener un pasado especialmente interesante para la Comisión. No sólo estudia en la Unión Soviética, sino que en su juventud presta sus servicios a varias organizaciones del trabajo, simpatiza con movimientos socialistas, es miembro de la American-Soviet Music Society y de la correspondiente a los Compositores de la Unión Soviética. Además, su hermano Joseph, al que Alex idealiza, es el responsable de pasquines como “New Masses”, un magazine comunista que finalmente es secuestrado por las autoridades.
Atenazado por el miedo a ser llamado a declarar como testigo ante el Comité, North vivía en 1952 junto a su mujer e hijos en una casa, en pleno bosque, a las afueras de Connecticut, tras rechazar en varias ocasiones el traslado a Hollywood que ese mismo año le había propuesto la Fox (hasta 1955 no se movería al residencial y exclusivo barrio de Bel-Air). En su vida personal, era considerado un hombre encantador, culto y educado, y aunque nunca daba visos de arranques de furia en público, el lado más oscuro de su carácter podía aflorar a veces a altas horas de la noche, especialmente si había bebido mucho. Bajo los efectos del alcohol, podía llamar a productores, directores y críticos para expresarles su desaprobación con la hipocresía de una industria incapaz de defender a sus propios talentos, lo que no dejaba de suponer un aumento de sus potenciales enemigos. Así las cosas, North se desayuna con una noticia publicada en el Sunday Times que viene a marcar los próximos meses de su vida: Elia Kazan, acusado por el dedo del mcCarthismo, acaba de delatar ante el Comité a otros amigos íntimos para salvar el pellejo. Aunque el director no implica al compositor, ese acto supone el final de su amistad. North jamás volverá a dirigirle la palabra, mientras Kazan se pasará el resto de su vida intentando justificar la delación.
Encuadrada entre “Les Miserables”, obra con la que North realiza un estudio de la música francesa del XVIII, y “The Member of the Wedding”, proyecto basado en la novela de Carson McCullers que expone los problemas de la adolescencia en un pueblo del sur, lo que a la postre permite a North transitar terrenos afines al jazz y el blues como en otras historias situadas geográficamente en dicho marco, “Pony Soldier” es algo más que un homenaje a la Policía Montada del Canadá, es la lucha personal de un hombre (Tyron Power) contra los elementos y la Historia, un humanista que persigue la integración de dos maneras de pensar y actuar diferentes, incluso hostiles, condenadas a entenderse. Sin duda, demasiados paralelismos con la realidad de la época como para no entender por qué North se refugia en un proyecto que pese a su determinación convencional y escapista adquiere para el compositor una dimensión personal y espiritual.
De los cuatro westerns que North compuso en los años 50, poco o nada se ha dicho de sus dos primeros trabajos, quizás debido a la escasa relevancia de las propias películas. Frente al buen recibimiento de “The King and Four Queens”, partitura que se aleja del western para transitar terrenos más propios de la comedia y el cine intimista, y en especial de la magistral “The Wonderful Country”, poderoso estudio de la música mejicana que recorre su lado más violento y dinámico, no existe una sola línea escrita de “Pony Soldier” o de “Man with a Gun”, producción dirigida con eficacia por Richard Wilson (responsable de una de las cintas más inclasificables de los 50, “Al Capone”, que cuenta con una valiente partitura jazzística a cargo de David Raksin) tres años más tarde. Algo curioso teniendo en cuenta el indudable interés de ambos scores. Mientras “Man with a Gun” es una obra que gira entorno a un tema recurrente asociado a su protagonista principal (Mitchum), cuya raíz popular es irónicamente desgarrada por el compositor al sustituir guitarra por arpa en la exposición inicial del tema, “Pony Soldier” presenta un compendio de células motívicas que rara vez funcionan en su vertiente tradicional de leitmotiv (cuando lo hacen, como en el corte “The Search”, los motivos no son sino una distorsión de los presentados con anterioridad). La intención del autor pasa, entonces, por exponer una profusa multitud de ideas que ayudan a ofrecer una amplia panorámica de la vida en sociedad de los indios y de su choque cultural con el hombre blanco (elementos en conflicto subrayados en cortes como “Indians”).
A diferencia de la “Cheyenne Autumn” de Ford -cinta con la que guarda fuertes paralelismos narrativos al funcionar ambas como denuncia de la huida hacia pastos productivos que realiza una tribu que se niega a vivir en reservas estériles (aquí los indios Cree y las reservas canadienses)-, en “Pony Soldier”, North toma posición por una música que viene determinada por una fidelidad histórica de índole pseudo realista, distanciándose por lo tanto de la atemporalidad que respira aquélla, siempre en la frontera de lo tonal. Aquí, su audacia vanguardista incide de manera más precisa en la presentación de un abigarrado cromatismo, en la exploración tímbrica a partir del uso de instrumentos convencionales y sobre todo en el empleo de un arrojado contrapunto que acompaña la violenta ración de disonancias rítmicas empleadas en los momentos de mayor tensión y confrontación de la trama. North apuesta por aplicar temas a los principales personajes blancos de la película, aunque renuncia a ponerles rostro, preocupado si cabe por reforzar la dualidad cultural presente en la narración. Su música, en este punto, invita a la generalidad. Duncan (Power) representa a la propia Policía Montada, por lo que le acompaña el tradicional canadiense “The Maple Leaf Forever” de Alexander Muir, compuesto en 1867, mientras Emerald (Penny Edwards), la joven mujer americana secuestrada por los Cree, se ve escoltada por un pastoral coplandiano (presentado en “American Pastorale”) que sufre de una variación tortuosa en “The Search”. Jesse, el peligroso preso fugado de una cárcel americana y también hecho prisionero por los Cree, se ve asociado a un tema de intrépidos contrapuntos (“Jesse”) que no es sino una incipiente manifestación del empleado para el entrenamiento de los gladiadores en la ulterior “Espartaco”, idea que ya había emergido íntegramente desarrollada como motivo de acción en “Man with a Gun” (en concreto en la fantástica escena del incendio del salón de alterne como insano contrapunto de su tema central). Por último, North introduce un motivo específico para representar casi de manera física un espejismo (“The Mirage”), donde el uso del coro y de tensas disonancias en la cuerda sirven para reproducir el efecto, entre místico y aterrador, que provoca este acto de la naturaleza en la comunidad india (en “Queen Mother” el tema reaparece cuando un barco inglés parece surcar el desierto de Texas). Con ello quedan demostradas las virtudes de un compositor preocupado siempre por ofrecer una lectura personal de los acontecimientos, reflejo de su deliberado interés por mostrarse subjetivo en el subrayado fílmico frente a la mera utilización de componentes descriptivos reinante en muchos artesanos de los 50.
En el otro extremo, la música dedicada a los indios se instala principalmente en el uso del viento. Motivos gentiles, como los de “Comes Running” o “Natayo” que emergen para flauta y clarinete respectivamente, son el fruto de esa larga tradición en North que representa el empleo de instrumentos solistas (especialmente de la sección de viento-madera) para evocar la psicología de sus personajes (práctica que se remonta desde el tema de Willy en “Death of a Salesman” (1952), para flauta en sol, hasta el de Yvonne en “Under the Volcano” (1984), para oboe d´amore). North también juega con la exposición de motivos circunspectos, discretos, como el asociado al jefe de la tribu (“Standing Bear”), precedido de una extravagante danza donde el piano ejerce de instrumento percusivo, aparece dotado de cualidades metálicas, así como introduce células de alto voltaje rítmico como la empleada para Konah (Cameron Mitchell), el guerrero disidente que propone una lucha sin cuartel para imponer la ley de los Cree, o la usada en los ceremoniales y rituales (“The Ceremonial”), cuyo tono danzabile apela directamente a un motivo idéntico desarrollado en la entrada de Cleopatra en Roma una década después.
A pesar de su presentación en “mono”, “Pony Soldier” es una experiencia auditiva de primera magnitud, demostración palpable de cómo North afronta proyectos sin importarle la trascendencia y comercialidad de sus películas. Compositores de un atrevimiento y talla única, como él, Herrmann, Friedhofer o Raksin, fueron capaces de demostrar su enorme talento en la Fox gracias a la visión del hombre que regía los designios del departamento musical del Estudio, Alfred Newman, quien supo combinar en aquellas obras criterios como la calidad y la originalidad. Gracias a esa libertad, el cine puede presumir de contar con maestros como North; para el que esto suscribe, el mejor compositor cinematográfico de la Historia. Como elogio no se me ocurre nada mejor que recordar las hermosas palabras que le dirigió en una ocasión el compositor David Amram: “North era más fuerte que Hollywood. Disfruté de encontrar a alguien que podía pasar su vida trabajando en este negocio sin perder nunca un ápice de su maravillosa personalidad, de su regalo como artista. Él trascendió la decadencia, el narcisismo, la avaricia y el mal gusto de Hollywood y nos legó algo maravilloso y artístico que perdurará siempre por su modernismo e integridad”.
23-octubre-2008
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