Gorka Cornejo
Formal y funcionalmente, “Viva Zapata!” es una de las primeras partituras netamente modernas, esencialmente anti-clásicas de la historia del cine norteamericano. No hay en ella nada del desbordante romanticismo torrencial que imperaba como norma en la época. Alex North debutaba en el cine en 1951 con “A Streetcar Named Desire” revolucionando los patrones del melodrama y unos meses más tarde, de nuevo a las órdenes de Elia Kazan y con un excelente guión de John Steinbeck, firmaba una de sus mejores partituras, modelo de perfección al que desde entonces han aspirado tantos y tantos compositores, presentada ahora en su vigorosa versión original.
La principal gran aportación de “Viva Zapata!” consiste en que la utilización de la música tradicional mexicana no responde a una voluntad decorativa, ambiental o localizadora, sino que pretende convertir al pueblo mexicano en protagonista de la partitura. Se trata de un sutil pero definitivo cambio de planteamiento con respecto a la tradición steineriana. Ya no se trata de colorear la partitura con toques pintorescos, sino de hacer que la música mexicana se extienda y cubra las necesidades narrativas del discurso cinematográfico. La voluntad del compositor no es imbuir de mexicanismo su obra sino crear un material original que sea indistinguible de la verdadera música popular mexicana.
La película es una reflexión sobre las utopías revolucionarias. Zapata pasa de ser un hombre corriente, anónimo, a líder revolucionario, perseguido por las fuerzas gubernamentales del general Porfirio Díaz. Derrocado el dictador, Zapata llega al poder para descubrir que desde él, todas las razones por las que inició la lucha quedan olvidadas, desvirtuadas, cuando no traicionadas, por la propia inoperancia del nuevo régimen corrompido. Desencantado, Zapata abandonará su puesto para convertirse de nuevo en rebelde perseguido hasta que, víctima de una trampa, es asesinado. North aplica todo su talento en la exposición de los conflictos internos que torturan a Zapata a lo largo de este círculo evolutivo: primero describirá el progresivo despertar de su conciencia política y social, lo que le supondrá aceptar el papel de líder que el pueblo parece encomendarle, aun a su pesar. Después, Zapata tendrá que enfrentarse a sus propios remordimientos por haberse visto obligado a actuar en contra de los principios por los que tomó las armas. Muy pocos compositores han sabido mostrar tan elocuentemente las dualidades y contradicciones de los personajes entre sus ideales y sus sentimientos.
Estructurada en torno a tres temas principales, los dedicados a Zapata, Josefa (su mujer) y al campesinado levantisco, “Viva Zapata!” es un prodigio de arquitectura musical, distribución, asignación, variación, sustitución y contraposición de temas y motivos.
El Tema de Zapata, que encontramos a lo largo de toda la partitura, emerge del caos de unos títulos de crédito que mezcla referencias a estallidos bélicos, festejos populares y dramas humanos, de igual forma que Kazan (muy influenciado aquí por el “¡Que viva México!” de Eisenstein) hace que el personaje de Zapata emerja de la colectividad anónima que pide audiencia al dictador Díaz en la primera secuencia de la película. Se trata de un tema muy maleable, sencillo e inmediato como un detonador, heroico, dramático o elegíaco según la orquestación y el ritmo empleados. Sin embargo, North se preocupa por distinguir al Zapata-hombre del Zapata-político o revolucionario, y por ello, dedica un Tema distinto a los ideales por los que lucha, la defensa del campesinado mexicano, desposeído de sus tierras. Arrestado por su rebeldía y peligrosidad, Zapata es conducido a través de los campos de Morelos, su provincia natal, por miembros del ejército regular. A su paso, decenas de campesinos abandonan sus tareas para sumarse a la comitiva, que irá creciendo hasta adquirir proporciones amenazantes para los soldados que custodian al preso. North presenta el Tema en su momento de gestación (“Gathering Forces”), todo un himno nacional alternativo, cuya cadencia procesional y militar alude a la creación de un ejército popular, si bien la melodía es dulce y emocionante, pletórica en su crescendo cuantitativo y cualitativo, sublime insinuación de que, pese a su capacidad destructiva y su crueldad, el pueblo está en su derecho moral y político.
El personaje de Josefa trasciende su condición de “chica de la película” gracias a que Steinbeck, Kazan y North la conciben como la representación genérica de la mujer paciente y sufriente que vela el descanso del guerrero, el símbolo eterno de la tierra y el hogar. North no puede ser más poético en su retrato: exponiendo una melodía sencilla (íntimamente conectada con el Tema de Zapata, casi como una variación de éste), dibuja a una mujer básica pero emocionante, una heroína del pueblo, callada y olvidada por la Historia. Sin embargo Josefa es un ser complejo y maduro que, como Zapata, duda entre su corazón y sus principios. De la misma manera en que North muestra el sufrimiento interno de Zapata (en “Morelos”, el compositor tortura el Tema del campesinado con armonías desgarradoras y violentas, simbolizando la conciencia del protagonista, que acaba de darse cuenta de que el poder le ha convertido en aquello contra lo que luchaba), Josefa recibe también un tratamiento similar cuando se trata de plasmar sus miedos (en “Josefa´s Love”, cuando Zapata se dirige sin saberlo a la trampa mortal que le han preparado sus enemigos, North armoniza el Tema de Josefa de tal forma que su habitual connotación equilibrada y serena se convierte en un desgarrador retrato del abandono, al tiempo que Zapata, desoyendo las palabras de su mujer y arrancándola violentamente de su camino, parte hacia su trágico destino).
Son innumerables las pinceladas de genialidad que se acumulan a lo largo de una partitura que no supera el 50% de la duración de la película y que, sin embargo, está repleta de ideas secundarias, motivos y segmentos autónomos de innegable fuerza dramática: el sobrecogedor réquiem de “Zapata Lowers His Hand”, la espectacular escritura modernista de “Huerta”, donde no es difícil vislumbrar la futura obra de compositores como Goldsmith o Fielding, la deliciosa descripción de los juegos de unos niños hambrientos en la parte final de “Zapata´s Love”, la poética explotación de un nuevo tema, dedicado a la Tierra por la que luchan los campesinos, avanzada ya la segunda mitad de la película (“Eufemio”), así como el significativo detalle final de no reutilizar ninguno de los leit-motivs establecidos, sino la canción tradicional conocida como “Adelita”, auténtico himno popular por el que North se decanta, lo que debemos entender como una pretensión de comunicación directa y puramente emocional con el pueblo mexicano, a quien el compositor homenajea, cuando, muerto Zapata y expuesto su cadáver desfigurado en la plaza del pueblo, la gente se resiste a creer que su héroe ha muerto y se convence de que ha escapado y espera, oculto, cual Apóstol de la Revolución, la oportunidad propicia para regresar y concluir su obra libertadora.
Temerosos quizá de que se considerara poca novedad la edición íntegra de esta joya imperecedera, los de Varèse han decidido acompañarla con otra maravilla de North, también de 1951, “The 13th Letter”, olvidado film noir dirigido por Otto Preminger, con la que el festín se convierte en orgía para el aficionado de raza. Remake de un clásico maldito de Henri-Georges Clouzot (“Le Corbeau”), la película cuenta la historia de una pequeña localidad canadiense que se ve sacudida en sus cimientos cuando una serie de cartas anónimas extiende rumores y levanta sospechas sobre ciertos habitantes, revelando supuestos secretos (relaciones extramatrimoniales) que provocarán una contagiosa paranoia colectiva. El centro de todas las maledicencias es el joven y apuesto doctor Pearson, un londinense recién llegado que levanta pasiones entre las mujeres casaderas como la bella Denise, pero también entre las mujeres casadas, como la no menos bella Cora.
Se trata de una partitura más convencional que “Viva Zapata!”, en cuanto a su aplicación y exposición, tendiendo a una presencia más constante y obvia, pero formalmente vuelve a ser una extraordinaria demostración de la elegancia y el estilo personalísimo de su autor. North se vale de un brillante motivo de seis notas como Tema Principal, empleado casi constantemente, tanto para describir la vida pacífica del pueblo (“Post Office”, “Street”, “No More Mail”) como sobre todo para referirse al misterioso asunto de las cartas y la intriga de ellas derivada (“The Letter”, “Rochelle”, “About Doc Pearson”). Los personajes de Denise y Cora inspiran a North sendas melodías (“The Ferry” y “Paul Exits”, respectivamente) que junto al mencionado Tema Principal irán formando una densa trama musical cuya principal característica es la agilidad con la que North pasa de un tono a otro, de la insinuación del amor o el desvalimiento, a las borrascosas pasiones irrefrenables, mediante un exquisito juego de armonías que le permiten decir cosas contradictorias al mismo tiempo (“Doc and Cora”).
Lo más sorprendente es comprobar cómo este North tan temprano ya preludiaba esa escritura vanguardista, compleja y fascinante que caracterizaría su madurez como compositor: basta escuchar el corte “Graveyard”, una auténtica joya no utilizada en la película, que hará recordar sin esfuerzo a los fragmentos más imaginativos y jocosos de partituras como “Spartacus”, “Dragonslayer” o “Under the Vulcano”.
6-junio-2008
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