Ignacio Garrido
La labor de recuperación discográfica que la compañía Intrada esta realizando sobre la obra del estupendo y olvidado compositor norteamericano Michael Small, comienza a ser ya digna de la mayor de las alabanzas y un autentico regalo para el aficionado a un tipo de música de cine prácticamente extinta en nuestros días. Una música de cine sobria, escueta y pura que, a finales de los años sesenta, los setenta - como foco central - y buena parte de los ochenta encontró en nombres como Small, Shire, Grusin, Schifrin o incluso Fielding, auténticos paladines (no empañados estos por la fama y trascendencia de su propio carisma como el máximo exponente de esta vertiente, Jerry Goldsmith), los principales valedores de una creación audiovisual de calidad y entendida esta como pura narración cinematográfica con un valor musical intrínseco, aunque siempre supeditado este a unas precisas necesidades fílmicas.
Aunque dichos nombres no hayan trascendido, al igual que otros coetáneos como Goldenberg, Morris o Myers, todo lo que deberían por la escasa proliferación discográfica que de ellos se ha dado hasta el momento, la última aparición de obras del autor que nos ocupa (como "Los jueces de la ley", cuya reseña puedes leer aquí, o "El caso de la viuda negra", también comentada por un servidor aquí), así como otras recientes de David Shire, destacando los títulos que la misma Intrada le ha dedicado a este compositor o Dave Grusin (en Varése o FSM), hacen presagiar un futuro optimista para un amplio abanico de autores tan denostados como reivindicables. Sin ir más lejos, algunas de las mejores partituras de la historia del cine fueron fruto del trabajo de estos músicos como así lo corroboran "Pelham Uno, Dos, Tres", "La leyenda del indomable" o "El fuera de la ley". Small sin haber alcanzado cotas tan altas de inventiva o creatividad, ni un título especialmente puntero que lo destacase para la posteridad, si consiguió esgrimir a lo largo de toda su carrera un saber hacer y una calidad media tan elevada como para dejar patente en cada composición suya el sello de un artesano.
Durante la misma época en la que el responsable de "Las montañas de la luna" vivía su periodo de auge profesional, el magnífico director Alan J. Pakula, había alcanzado, gracias al verismo y sequedad de su puesta en escena, un respetado estatus dentro de la industria hollywoodense gracias a su trilogía de la conspiración y la paranoia imbuida por la sombra de Vietnam, con "Klute", "El último testigo" y "Todos los hombres del presidente". Films todos ellos acompañados por una ilustración musical tan acertada como austera, relegada a un segundo plano de protagonismo, pero de enorme capacidad descriptiva gracias a unos trazos simples y directos.
La premisa de su siguiente cinta suponía un radical cambio de registro para Pakula y sus habituales colaboradores, desde el colosal director de fotografía Gordon Willis (habituado a los claroscuros interiores urbanitas), hasta su músico de confianza Michael Small, que le había acompañado en tres títulos previos más versados en historias intimistas, de suspense y sin la gran escala paisajista que habitualmente luce por defecto un western. "Comes a horseman" ("Llega un jinete salvaje y libre" en su traslación completa del título original americano), supone una aproximación atípica al género, a medio camino entre el tono crepuscular de "Wild Rovers" y el revisionismo colorista de "Silverado". Un film correcto resuelto con la mano firme de un director con talento que sabe sacar partido de la nostalgia y halo romántico de unas imágenes icónicas.
El compositor no puede sino aproximarse a la historia (el clásico enfrentamiento entre ganaderos), con la mayor honestidad y firmeza posible, empleando para ello un lenguaje puramente americano, basado en el folk y la orquestación coplandesca de la mano de, nada menos, Jack Hayes. El resultado es un trabajo sólido, que se mueve por los cánones del género con soltura y elegancia, desde su lírico inicio con un animoso tema central (con aires al "Flim Flam Man" de Goldsmith y con ello al mítico "Rodeo" de Copland) de ciertos tintes melancólicos para guitarra y armónica en "Theme from Comes a Horseman - Main Title", hasta los pasajes más vivarachos y rítmicos para plena orquesta de "Ramuda" o "Roping", donde la expresividad más clásica del western se imprime con fuerza en las piezas más agradecidas de escuchar en su audición. Asimismo el romanticismo continúa en pistas como "The Funeral" o la bellísima balada dedicada a la protagonista en "Stargazer" (con el piano como voz principal) y su continuación en "Ella at Eventide", donde el segundo bloque "Round up" culmina la mejor pieza aventurera.
El contraste violento a la delicadeza de cortes como "Farewell to Dodger" o "Windmill" (un hermoso momento para doliente chelo y armónica), viene dado en los instantes que presagian el duelo, como el agresivo "Ewin Sets Fire". La resolución de la trama se abrazará directamente a Bernstein con la rítmica percusiva de "Shoot Out and Embers", que se cierra poéticamente con una cita del tema de Ella. El sentido "Finale", con una variación para orquesta del tema central, sirve de epílogo y da paso a los créditos finales de la cinta en la versión original concebida por Small, un recorrido pletórico por los momentos más destacados de este fantástico score.
Secciones no empleadas en el film como "J.W. Gets Rough", "Frank Prepares" o, la especialmente destacable, "Oil vs. Cattle" (un prodigioso y extenso pasaje de acción dramática) demuestran el enorme talento de un músico en plenas facultades, que vio finalmente modificadas algunas de sus decisiones musicales en favor de ciertas reiteraciones de otros pasajes previos. No obstante, su inclusión en el orden narrativo que les hubiese correspondido, demuestra la impecable mano y sutil talento de un compositor que merece el mayor de los respetos y consideraciones por parte del aficionado.
Ligeros defectos de sonido debidos a la conservación de las pistas en stereo se pueden perdonar sin problemas gracias a la pulcra edición del disco, las estupendas notas de Jeff Bond y una, brillante en este caso, labor de búsqueda por parte de un Douglass Fake, convertido (pese a los intermitentes affairs estilo "Inchon" o "Baby") en - quizás - el más apreciable productor de bandas sonoras de nuestros días gracias a la calidad de sus propuestas y al cariño por la música que en ellas se puede apreciar. "Comes a Horseman" lo atestigua con creces.
21-mayo-2008
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