David Serna
No quedan muchos compositores veteranos como Lalo Schifrin, un tipo que, a sus 74 años, sigue escribiendo para el cine “a la antigua usanza” (sólo un músico como Schifrin podría aportar carisma y esas inconfundibles dosis de genialidad, propias de la banda sonora de antaño, a un producto como “Rush Hour 2”) y cuya maestría es evidente incluso cuando menos tendría que serlo, pues por mucho que un compositor de su calibre no tenga más remedio que implicarse en proyectos que no son precisamente “Cool Hand Luke” o “Bullit”, no hay manera de que deje de ser él mismo. Schifrin es grande cuando acepta una baratija como “After the Sunset” y le otorga tanta clase que la música parece fuera de lugar. Y ha demostrado serlo al trabajar en proyectos más interesantes e intentar escribir siempre la música más adecuada para ellos, aunque se trate de bandas sonoras poco atractivas fuera de las imágenes y que no signifiquen nada especial: su música, en cualquier caso, posee carácter y estilo (cualidades que no tendrían otros muchos compositores en circunstancias similares) y sabe elaborar un discurso propio y contundente, asumiendo sus limitaciones sin consentir que el conjunto de la partitura se vea condicionado por sus escasas opciones de lucimiento.
Este sería el caso de ”La pelle”, adaptación de una novela autobiográfica de Curzio Malaparte que la polémica cineasta Liliana Cavani rodó en 1981 con un magnífico reparto (encabezado por Marcello Mastroianni, Claudia Cardinale y Burt Lancaster) y sus habituales dosis de virulencia y morbo. Ambientada a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas americanas liberan Nápoles de los nazis, ”La pelle” narraba una cruda historia en la que la música debía expresar la angustiosa experiencia de los personajes (en concreto, del oficial de la resistencia italiana, alter ego del autor de la novela, encargado del enlace de los italianos con los americanos y al que el pueblo reprocha haberse vendido a éstos) y, al mismo tiempo, ambientar los muchos escenarios que pisan, haciendo que el trabajo de Schifrin se mueva por dos terrenos bien diferentes: música dramática y muy incidental en el primer caso y una serie de temas diegéticos de corte popular y jazzístico en el segundo. No obstante, Schifrin se reserva como tema principal una nostálgica pieza que rompe con la tensión y el pesimismo de la obra y que representa uno de sus temas de amor más inspirados (“La pelle tema d´amore”), si bien es cierto que el tremendo desarrollo de los acontecimientos y la dureza dominante le impiden utilizarlo en la evolución de la partitura, más preocupada, efectivamente, por pegarse a las imágenes que por encontrar un espacio propio.
El reciente compacto editado por Saimel, que supera en 30 minutos a la vieja edición del sello Cinevox, alterna todos los cortes dramáticos y diegéticos escritos por Schifrin para la película y relega al comienzo y al final de la banda sonora el precioso tema de amor, una melodía para cuerdas y piano a la que el viento se suma puntualmente y que una flauta introduce en su versión final, dejando a la vista la potente sensibilidad de su autor y su eclecticismo a la hora de abordar cualquier estilo. Parte de ese sentido melódico aparece en “Scena della seduzione”, una suave pieza para piano y flauta impregnada (como el comienzo de “La sirena”) de un aire más clásico, y se incrementa especialmente en “Momenti di serenitá”, una bellísima melodía escondida entre la música inédita que podría considerarse (con permiso del “Tema d´amore”) la auténtica joya de la banda sonora, escrita también para piano y flauta. Pero el resto de la partitura apenas deja lugar para el optimismo, decantándose por figuras obsesivas y contundentes en las cuerdas que infunden una paulatina sensación de inquietud y angustia a la película, como los insistentes chelos de “La vergine di Napoli” o el misterioso ostinato que comienza a insinuarse hacia la mitad de “La compassione di Malaparte” y que vuelve a merodear por “La pelle finale”.
Algún pasaje con un carácter militar más evidente (como “Guerra subdola nel dopoguerra”, donde las percusiones y la batería relevan a las cuerdas a la hora de incidir en el suspense) y el enfático motivo de tres notas (presente en las dos versiones de “La sirena”) que Schifrin convierte en uno de cuatro, con un sentido más trágico, hacia el final (“Disperazione”), cierran lo más representativo del núcleo dramático de la partitura, el cual, escuchado en disco y con los diferentes temas diegéticos de por medio, es lógico que no consiga reflejar la verdadera dimensión de la música en la película. Aun así, ningún aficionado debería dudar del interés que supone acercarse a un trabajo que se presenta en su edición definitiva (con un sonido tan perfecto que podría llevar a pensar que se trata de una regrabación) y muy poco reconocido en la trayectoria de su autor, no ya por lo difícil de adquirir tanto el vinilo como el compacto editados por Cinevox, sino por la propia condición de la música y la película a la que pertenece, ajenas a los circuitos comerciales y enclavadas en una época particularmente difícil, que para compositores como Elmer Bernstein, Maurice Jarre o el propio Schifrin significó el final, en mayor o menor medida, de sus mejores años y el comienzo de una nueva etapa, afortunadamente para Schifrin repleta de proyectos quizá un tanto intrascendentes pero en los que podía, al menos, seguir siendo él mismo.
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