Frederic Torres
No podemos saber hasta qué punto Alex North pudo ser consciente, al abordar el presente trabajo, de la oportunidad que se le presentaba para figurar en una producción de previsible difusión mayoritaria (tratándose de un proyecto Disney), máxime después de una década irregular caracterizada por su participación en películas de cada vez más bajo presupuesto y escasa repercusión –“Willard”, “Shanks”, “Journey into Fear”-, que, obviamente, le reportaron un cierto ocaso en su carrera profesional (donde, con todo, aún obtuvo varias nominaciones a los Oscar, entre ellas una por su magnífica colaboración con Richard Brooks en “Bite the Bullet”), si exceptuamos, en la segunda mitad de esta década de los 70, su participación televisiva en la exitosa “Rich Man, Poor Man” y la recuperación del compositor por parte de John Huston para su “Wise Blood”, más por lo que supuso reabrir la colaboración entre ambos artistas (cuyo fruto ofrecería la participación conjunta en tres películas a lo largo de la siguiente década, la de los 80) que no otra cosa, puesto que si por un lado es cierto que fue un trabajo que obtuvo excelentes críticas, no lo es menos que resultó de nula repercusión comercial.
No obstante, intuimos que seguramente sabía, a esas alturas de su trayectoria profesional y con la experiencia que dan 30 años de oficio ininterrumpido, que este “Dragonslayer” ofrecía una ocasión magnífica (y probablemente de las últimas) para manifestar su personalidad musical y hacer oír su voz en un panorama musical absolutamente renovado por el rescatado sinfonismo de John Williams gracias a su famosa saga galáctica. En este sentido, la propuesta de North no pudo ser más arriesgada, pues lejos de emular la moda imperante de crear un tema central de gran impacto (del tipo “Star Wars”, “Superman”, “Star Trek” o la saga de “Indiana Jones”), el compositor apostó por un modelo musical atonal, sin concesiones y absolutamente innovador. Si bien la coincidencia en el tiempo con otra partitura de semejantes planteamientos como fue la de “Altered States” de John Corigliano pudiera hacer pensar en una rápida evolución del lenguaje musical para las partituras cinematográficas del momento, en realidad habría que considerarla antes una circunstancia más bien coincidente (aunque tuvo su repercusión en las partituras posteriores de la década), pues si la “alucinante” película de Ken Russell demandaba una partitura de las características esbozadas, no era este el caso de “Dragonslayer” que, perfectamente (y en caso de haber caído en manos de otro compositor) hubiese ofrecido, sin ningún género de dudas, unos resultados musicales mucho más convencionales. Si acaso hubiera que encontrar ciertas similitudes, estas tendrían mayor razón de ser respecto del trabajo realizado unos años antes por un compañero generacional como Leonard Rosenman para la fracasada versión de dibujos animados de “The Lord of the Rings”, que contó con una memorable partitura, pletóricamente sinfónica y ejemplo de máxima autoafirmación personal de su compositor, considerado como el introductor de la música dodecafónica en el cine a mitad de los 50 con sus trabajos para las películas de James Dean, “East of Eden” y “Rebel Without a Cause”. En este sentido la creación para “Dragonslayer” se confirmaría también como un paso más en la evolución de la personal visión de la composición para la música de cine de North, sino ajena, sí a contracorriente, como la de Rosenman, de las modas imperantes del momento.
Y es que el planteamiento musical de la partitura no deja lugar a dudas desde el mismo inicio, con un tema de características atonales y misteriosas (“Urlander´s Theme”) que nos sumerge inmediatamente en el ambiente de tonos medievales que contextualiza perfectamente esta historia de joven aprendiz de hechicero (Galen) enfrentado a un poderoso y destructor dragón (Vermithrax) en la que, por el camino, además, el protagonista encontrará el amor (en la figura de Valeria). La partitura discurre por unos derroteros absolutamente alejados de la normalidad melódica, recurriendo para ello a una expresividad sinfónica arriesgada, por lo compleja y trabajada, que no escatima en medios (la plenitud sinfónica de “Ulrich´s Death and Mourning/The Amulet” es avasalladora) al presentar una formación orquestal compuesta de casi 100 músicos. Si acaso, el que podríamos considerar como “tema de amor” (“Visions and Reflections/Hodge´s Death”) y el tema, un vibrante y dinámico scherzo, de la persecución en el bosque (“Forest Romp”) podrían pasar por los pasajes más convencionales (no en balde, este último llegó a barajarse, por su luminosidad, como tema central de la película, opción que, afortunadamente, quedó descartada en el montaje final) todo y conseguir encajarlos el compositor modalmente en la partitura sin ofrecer ningún tipo de fisura.
Dadas las características místicas del relato y el inusual protagonismo del monstruo-dragón, North echa mano de ciertos recursos propios retomando, mayormente, elementos de su partitura rechazada para el “2001” de Kubrick, especialmente de aquellas secuencias que el compositor creara para la parte prehistórica del film, plenas de un primitivismo ancestral perfectamente ajustado, una vez contextualizadas adecuadamente, a la trama narrativa de la historia. Es el caso de “Maiden´s Sacrifice” y de “Elspeth´s Destiny/Tyrian-Galen Fight”, pero también de “´Tis the Final Conflict” e “Intro to End Credits/End Credits”, que en la visionaria película de ciencia ficción debía haberse encargado de la ilustración musical del ballet espacial que definitivamente quedara inmortalizado con los compases del conocido vals de Johann Strauss. Hay algún pasaje más con reminiscencias a partituras pasadas como ocurre con “The Lance/The Lottery”, deudor temático, y de ahí las concomitancias, de otra ceremonia mística como lo fue la elección papal en “The Shoes of the Fisherman”. Son circunstancias, por otro lado, habituales en el trabajo de un compositor cinematográfico, más tratándose del aprovechamiento de alguna obra rechazada y con la indiscutible calidad musical de la que lo fuera para la película fundacional de la ciencia-ficción adulta.
No obstante, la originalidad de la composición de North impregna todo el trabajo que, a pesar de contar con el beneplácito inicial de productores y directores, finalmente quedó enturbiado por ciertos conflictos de adecuación que derivaron en la desaparición definitiva de algunos bloques musicales del montaje final del film (afortunadamente presentes en la grabación y debidamente balizados) determinando cierta insatisfacción personal del compositor en la consecución de los resultados finales. Pero la partitura apenas se resintió y no por ello fue menos hipnótica, poderosa y cautivadora de lo que su creador imaginó, consiguiendo incluso ser candidata a las nominaciones al Oscar de aquel año 1981, que finalmente ganaría la mucho más efectista y agradecida “Chariots of Fire” del especialista en sintetizadores, Vangelis.
Respecto de la presente edición, señalar que era muy esperada, pues sus anteriores ediciones, plenas de extravagancias, hace tiempo que se agotaron (la primera edición en disco compacto apareció bañada en oro, en una tirada cara y excesivamente limitada, por no hablar del extrañísimo doble disco de vinilo a 45 rpm –cuando lo habitual en la época era una velocidad de 33 rpm-, editado a principios de la década de los 80). En este sentido, la normalización que supone el presente lanzamiento, cuidado en todos sus detalles (orden escrupulosamente cronológico de la aparición de los temas musicales en la película, aporte de unos pequeños bonus tracks –entre ellos, el arreglo del tema alternativo principal mencionado con anterioridad y de una pieza de corte diegético de aires medievales –“Dance Montage”- para una mejor definición del paisaje contextual del film-), pese a la limitación de su tirada a 3000 ejemplares, se nos antoja suficiente y pleno de sentido común. Ojalá cundiera el ejemplo.
13-julio-2010
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