José-Vidal Rodriguez
En una América sumida en plena Gran Depresión, la irrupción de “héroes” populares que mitigaran de algún modo a una población necesitada de alicientes y nuevas esperanzas, pasaba por ser una efectiva medicina para calmar a las masas. La piloto Amelia Earhart, primera mujer en cruzar el Atlántico en vuelo sin escalas a imagen y semejanza de Charles Lindberg, no sólo se convirtió en una auténtica leyenda de la época (explotada hasta la saciedad mediante un hábil marketing), sino que también pasaría a la historia reciente como uno de los auténticos iconos de la reafirmación femenina, una mujer que consiguió romper los tabús y barreras de una sociedad a la que encandiló con sus gestas. Casada con el empresario George Putnam, sus hazañas tuvieron la suficiente trascendencia internacional como para que se planteara un reto inalcanzable en aquellos años 30: Amelia Mary Earhart intentaría ser la primera mujer en dar la vuelta al mundo a los mandos de su Lockheed Electra, y conseguir igualmente el record de la mayor distancia alcanzada circunnavegando el globo en su ecuador. Lo que ocurrió en su arriesgada peripecia, no es sino el final previsible para un mito que vivió siempre al límite de las posibilidades reales de la aviación de la época.
Mira Nair, la otrora directora de “Mississippi Masala” y la laureada “Salaam Bombay!”, no logra trasmitir ni el ritmo ni la intensidad innatas a la figura de la aviadora, centrando su mirada en aspectos de la vida personal de Earhart que, sin embargo, son retratados con frialdad y desde luego sin la profundidad deseable. Pese a la esforzada interpretación de Hillary Swank (quien, curiosamente, guarda gran parecido físico con respecto a las fotos que se conservan de la aviadora) y el despliegue de una cuidada ambientación, la película deambula sin rumbo entre la vacuidad de ciertas secuencias y el sopor narrativo, a los mandos de un guión que desaprovecha las posibilidades del personaje central y convierte a este biopic en un producto convencional e intrascendente a partes iguales.
Aunque la cinta carezca de la vitola de obra reivindicable, no sucede lo mismo con la intervención de un Gabriel Yared en pleno estado de gracia. El autor, que tras su sonado affair con el score rechazado de “Troya” parece recuperado ahora para el Hollywood de las grandes producciones, consigue con esta “Amelia” erigirse en uno de los pocos profesionales que salen más que airosos de la indiferencia transmitida por el filme. Y es que su música, emotiva, sincera, bucólica y resuelta desde una factura impecable, no sólo desprende la elegancia habitual del libanés, sino que otorga el grado de empatía hacia la protagonista que le cuesta alcanzar a Nair tras la cámara.
Teniendo en cuenta la subordinación absoluta a la figura de Earhart (ya que a excepción de su esposo, el acercamiento al resto de personajes secundarios no resulta especialmente profundo), Yared concibe el score a partir de ese sometimiento total a la protagonista, con lo que el tema dedicado a la misma no sólo se erige en la idea principal del encargo, sino también en la piedra angular sobre la que se asentarán el resto de -escasos- motivos menores. Circunstancia ésta que refuerza la sensación de encontrarnos ante un ejercicio eminentemente monotemático y unipersonal, lo cuál no supone necesariamente un defecto achacable a un Yared que procura siempre centrar sus sentidos en las emociones de la piloto, anteponiéndolas a su entorno. No en vano, el corte de apertura “Introducing Amelia” anticipa la práctica totalidad de los mimbres sobre los que el compositor construye este interesantísimo acercamiento al rol encarnado por Hillary Swank. Arrancando con un sencillo motivo de cuatro notas a los metales, que se asociará a partir de entonces a la heroicidad de los distintos desafíos aéreos que afronta Earhart (“The Call of the Wild”, “No Longer a Passenger“), la orquesta va preparando al oyente para la irrupción del tema de Amelia, una soberbia melodía entregada a las cuerdas, que alzándose en tono majestuoso y noble, nos trae al subconsciente las mejores épocas de la Golden Age romántica. Sensación que se acentuará con la segunda frase presentada a partir del minuto 3:42, en la que de nuevo la elegancia de un Yared especialmente expresivo, consigue imponerse sobre las imágenes descriptivas de aquel vuelo en biplano con el que arranca la historia.
A pesar de la exuberancia y distinción que desprende el tema de la piloto, reforzada por su inclusión constante durante todo el álbum (y en especial, sus deliciosas variaciones a piano interpretadas por el propio autor, y culminadas en el bucólico tema que cierra el compacto), Yared opta por un acercamiento musical en el que hace primar la contención, rehusando una épica de mayor énfasis que resultaría antagónica con los propósitos introspectivos que se intentan plasmar en el largometraje. De este modo, mientras el esplendoroso “The Ectasy of Flying” (uno de los rotundos highlights del disco) se abraza a la emotividad más expresa, resulta curioso comprobar lo comedido que se muestra el libanés en cortes tales como “No Longer A Passenger” o “Flight to Wales", relativos a secuencias ciertamente triunfales para la protagonista, o el extenso “Final Flight”, corte clave en el que el trágico final del vuelo es retratado por Yared de forma tan contenida como emocionante.
Algo similar ocurre con el tratamiento musical de dos personajes secundarios, el abnegado esposo de Amelia (“Amelia and George”) y Gene Vidal, su amante inconfeso británico (“Amelia and Gene”). Ambos carecen de un identificador musical concreto y reconocible, pero sin embargo comparten una frágil melodía a maderas de raigambre arábiga (rememorando su magnífica ”The English Patient”), que en realidad es una idea musical asociada a la parte más emocional e íntima de la propia aviadora (como podemos comprobar en “Vagabond Of The Air” o en “Radio Love Call”, la conmovedora despedida en la distancia entre ella y George). Así, el autor ahonda en dos personajes opuestos que, gracias a este certero recurso del libanés, acaban de algún modo unidos por la fuerte personalidad de la mujer a la que ambos aman, la misma que durante gran parte de su existencia hizo primar sus sueños personales por encima del amor físico.
“Volar me hace vivir en tres dimensiones”. Con esta frase pronunciada por Earhart, bien podría resumir la intensa vida de una fémina rompedora y adelantada a su tiempo. Y desde esta perspectiva pasional, gran eficacia destila la visión sonora con la que Gabriel Yared se acerca a este peculiar personaje, en una de las partituras más interesantes del pasado 2009. La lástima es que el compositor no encuentre en este flojo filme, un marco más idóneo para terminar de desarrollar y redondear una obra cuya envergadura bien pudiera haber sido, inclusive, mayor.
21-enero-2010
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