Pablo Nieto
Es oportunista, pero al mismo tiempo imprescindible, remontarse al año 1999 cuando Jerry Goldsmith nos regalaba uno de sus últimos pasajes musicales de sinfonismo épico, donde a pesar de las limitaciones creativas que padecía en aquel momento (con scores impropios de un compositor de su talla), era capaz de dotar de movimiento y credibilidad a la endeble pero divertida aventura perpetrada por Stephen Sommers en “La Momia”. Tres años más tarde, un Goldsmith ya debilitado por la enfermedad que posteriormente le derrotaría, cedía el testigo a la escritura directa, pasional y paroxista de Alan Silvestri, quien por fin encontraba la oportunidad de desatarse musicalmente, cometiendo a veces el pecado del exceso, pero regalándonos pasajes de insuperable fuerza y calidad en el “El Regreso de la Momia”.
Con la entrada en escena del director Rob Cohen, inexorablemente aparece la figura de un Randy Edelman que se ha convertido en su compositor fetiche. Dejando un interesante legado, con obras de excelsas e inspiradas melodías (imperecederas en algunos casos gracias a su explotación comercial en trailers) como “Dragonheart” o “Dragón: la vida de Bruce Lee”, y otras donde las conocidas limitaciones narrativas y orquestales de Edelman quedaban por completo embebidas en la poca atractiva propuesta de Cohen (“Daylight” o “XXX”). Como no hay dos sin tres, otra vez un Dragón, en este caso un Emperador (Jet Li) les ha unido en combate junto a Brendan Fraser en una innecesaria y oportunista (Indiana Jones mediante) tercera parte de "La Momia" (“La Tumba del Emperador Dragón”), en la que Maria Bello reemplaza a Rachel Weisz como esposa y compañera de Fraser, junto al siempre omnipresente John Hannah y la desaprovechada Michelle Yeoh. La historia es un conglomerado de “originales” ideas, entre las cuales destaca la utilización de los guerreros del Siam (ahora que su explotación museística comienza a perder fuelle), la ambientación en la China milenaria (y olímpica) y en un derroche pirotécnico de fuegos especiales con la que se pretende honrar a los anfitriones orientales y no tanto al sufrido espectador de tan atronador espectáculo.
En ese tour de force sin sentido en el que pensábamos era imposible incurrir una vez que Stephen Sommers estaba alejado de la dirección, se nos plantean un par de preguntas sobre las decisiones respecto a la partitura de Edelman que no puedo sino compartir con el paciente lector: ¿por qué gastarse el dinero en Londres para grabar con la London Symphony Orchestra, para luego transformar la grabación en un torbellino de samplers comprimidos con sonido a lata? ¿No habría sido acaso más fácil alquilar una habitación en Remote Control y pedirle prestados a Hans Zimmer algunos de esos programas de ritmo y percusión que Edelman lleva años intentando imitar con poco éxito? Sinceramente, entre el Randy Edelman de “27 Vestidos” y el de “La Momia: La Tumba del Emperador Dragón” no tengo dudas en decantarme por el primero. Desenfadado, un dos más dos de melodía retentiva, piano, guitarra y cuerdas. En resumidas cuentas, el Edelman de “Poli de Guardería o “Beethoven”. En cambio, con su pretensión de equipararse a sus anteriores aproximaciones épicas, ya sólo con la propuesta de tema central, la candidatura se viene abajo. Una melodía sin el menor atisbo de brillantez, escuchada por vez primera en “A Call To Adventure”, y repetida hasta la saciedad como leitmotiv necesario pero molesto. No hay nada peor aparentar lo que uno no es, y es que el pretendido aire épico del tema supura anacronismo por todo el pentagrama.
Llegamos a los pasajes de acción, donde nos encontramos piezas que no terminan de encajar, pero que como aquel puzzle que queremos acabar sea como sea, terminan metiéndose a presión aunque no cuadren. Tampoco funciona el oscuro y típico tema antagonista (en este caso para el Emperador) con los metales como protagonistas. Ejemplos de todo ello no nos faltan: "Formation of the Terra Cotta Army" , “Entering the Tomb”, “The Emperor Versus Zi Yuan”, “Rick and Evy in Battle” o “Shielding a Son”, por supuesto propuestas absolutamente incomparables con el legado de Goldsmith y Silvestri, mostrándose también rutinario en la inserción de música tradicional china, con gran protagonismo del erhu, y la típica base coral de graves. Cortes como “Open Wound”, “Reading the Scrolls”, “Ancient China” o “Heartbreak”, no terminan de ser más que un contrapunto poco original y ya bastante trillado en los tiempos que corren de mezcolanza cultural. Sólo cuando Edelman se limita a sacar su vena romántica, escribiendo para piano y cuerdas sin mayor aderezo, la partitura deja de estar en caída libre, estabilizándose gracias a cortes como “Silently Yearning for Centuries”, cuya melodía también escucharemos en “A Family Presses Close”, “Love in the Himalayas” y “A Warm Rooftop”. Aún así, méritos muy escasos para defender un score que como la película, su hilo argumental y puesta en escena casi da tanta vergüenza ajena como el dineral invertido en ella.
29-Octubre-2008
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