José-Vidal Rodriguez
"My last major score, the climax and watershed of my career…". Con esta rotunda afirmación, el genio húngaro Miklos Rozsa confesaba en sus memorias su satisfacción ante lo que sigue siendo una de sus obras maestras más aclamadas y apreciadas por los aficionados. Y es que dos años después de componer otro magna partitura como fue "Ben Hur", el músico volvía a dar una lección magistral de inspiración y pleno dominio en lo que a construcción de scores para cine épico-histórico se refiere.
"El Cid" no sólo es un producto trascendental dentro de la filmografía de Rozsa por sus impecables resultados artísticos logrados, sino que como película en sí, supone además uno de los últimos retazos de la gloriosa Golden Age norteamericana. Un colosal despliegue de medios, con la impagable mano de ese Samuel Bronston enamorado de nuestro país y empecinado en convertir Madrid en otro Cinecittá a la ibérica, hicieron posible levantar un proyecto gracias al cual la España del siglo XI sería mundialmente conocida a través de aquél insólito personaje heroico, Rodrigo Díaz de Vivar, quien se convertiría en azote de los musulmanes durante la primera etapa de la Reconquista. Por encima de las virtudes de un filme espléndidamente interpretado, ambientado y narrado con dinamismo y elegancia por Anthony Mann (disculpando, eso sí, las licencias introducidas sobre el texto original del Cantar del Mio Cid), la banda sonora que Rozsa escribió para la ocasión pasaría, sin discusión alguna, a formar parte del Hall of Fame particular de la Historia del Séptimo Arte.
Debido a la pérdida de los masters originales, la partitura sólo pudo ver la luz discográfica en formato reducido de poco más de 40 minutos, para un total de más de dos horas de material compuesto por el húngaro. Reconstruyendo nota a nota la música original utilizada en el filme, la presente regrabación producida por James Fitzpatrick, sólo puede calificarse, por tanto, de absolutamente imprescindible. Tras ”The Guns of Navarone”, “True Grit” y “The Private Life of Sherlock Holmes”, esta es la cuarta vez en que la City of Prague Philharmonic se enfrenta a la recuperación íntegra de una partitura clásica bajo el auspicio de esta discográfica británica, Tadlow Music, habiendo salido bastante airosa en cuanto a la fidelidad de ejecución en los anteriores scores citados. Con bastante mayor dificultad interpretativa, la agrupación checa consigue aquí unos resultados francamente meritorios, y ello pese al temor de muchos -incluido el que esto escribe- a que su conocida debilidad en los metales (o mejor dicho, su estridencia exagerada) desluciera un trabajo que precisamente se sustenta enormemente en el poderoso uso de los mismos. Sin embargo, la orquesta consigue mitigar este defecto -incluso con el apoyo puntual de intérpretes la Banda de la RAF- y triunfar, sin paliativos, en lo concerniente al grado de cohesión alcanzado por sus 90 miembros a la hora de ejecutar los complejos pentagramas rozsianos.
Recordemos que la regrabación más completa existente hasta la fecha, era aquella interpretada por la Sinfónica de Nueva Zelanda bajo la dirección de James Sedares. Un álbum que, al igual que el que nos ocupa, contaba con una calidad de sonido espléndida, pero que encontró infinidad de detractores debido a los arreglos y diferentes tempos planificados por Sedares en la grabación. Lo cierto es que este "El Cid" de Tadlow Music supera con creces los resultados obtenidos por aquella edición lanzada por el sello Koch. Y no sólo por la razón obvia de incluir la totalidad de la música escuchada en el filme, sino también porque la batuta de Nic Raine consigue arrancar de los músicos checos un brío, distinción y entusiasmo de los que carecía, en determinados instantes, aquella polémica interpretación de la orquesta neozelandesa.
En lo que respecta estrictamente a la música, no puedo dejar de reconocer al lector la dificultad intrínseca de analizar, en tan sólo unos párrafos, una obra lírica tan capital en la historia del cine y sobre la que se han escrito tantas líneas desde el momento mismo de su estreno. Parece que todo calificativo sobra, que todo ya se ha dicho sobre este score que eleva la palabra “épico” a su más pura y directa acepción. El hecho de que Rozsa planificara el trabajo con casi un año de antelación, atendiera a varias sesiones de rodaje del filme, y que incluso pidiera ahondar en la música española del siglo XI, trabajando codo a codo con el ilustre D. Ramón Menéndez Pidal (el mayor experto en las Cántigas de Alfonso X, de las que el húngaro tomó varias ideas de base), demuestran un nivel de elaboración y estudio que, probablemente, nunca volvamos a paladear en el cine actual; ese mismo cine en donde los temp tracks, los reducidos plazos de entrega y la paulatina desaparición del compositor artesano en favor del meramente ”industrial”, condicionan en demasía las propuestas de los últimos veinte años. Por ello, la soundtrack de “El Cid” despide ese comentado aroma a la época dorada hollywoodense, sobre todo teniendo en cuenta el profundo cambio en la forma de composición cinematográfica que surgirían a partir de aquella década de los 60, con la irrupción del denominado easy listening desbaratando de arriba a abajo la manera tradicional de los grandes estudios a la hora de planificar sus departamentos musicales.
Más que nunca, la música de Miklos Rozsa actúa como un auténtico narrador en "off” de la trama. La paulatina ascensión de un simple noble castellano como Rodrigo Díaz de Vivar, hasta los altares de auténtico enviado divino y leyenda bélica del medievo español, ofrece al autor la posibilidad de incidir en todos y cada uno de los núcleos argumentales de la historia: valor, entrega, coraje, creencias firmes, amor incondicional por Jimena, incomprensión y envidias de un monarca eclipsado por el poder popular de un guerrero... Todos estos aspectos son brillantemente reconducidos por el compositor hacia un colosal ramillete temático, en donde no sólo la heroicidad acapara buena parte del trabajo, sino que registros de calado introspectivo, localista, romántico, dramático, diegético o violento -entre otros-, acaban por integrarse y complementarse de forma tan natural, que el producto final no es sino algo cercano a lo que muchos podrían calificar como la quintaesencia de la música de cine épico.
Y es que Rozsa se muestra brutalmente inspirado y, sobre todo, muy perspicaz en la presentación y desarrollo de todo aquel vasto material temático. Comenzando por la poderosa “Overture”, en la que ya vislumbra el carácter regio y grandilocuente de su música a través de una fanfarria típicamente rozsiana de apertura, la cual actuará de posterior recurso destinado a la nobleza (“Entry Of The Nobles”, “The Court of Ferdinand”). Obertura en la que, contra lo que sería previsible, el compositor no revela aún ninguna de las frases centrales de su partitura, limitándose a crear el prólogo idóneo de épica-melódica con sabor claramente español, para ir posteriormente introduciendo corte a corte las células motívicas principales según el devenir del guión.
El Tema de Rodrigo emerge esplendoroso en el "Prelude", realzando Rozsa el señorío del personaje para incidir más en sus aspectos nobles (y no me refiero sólo a su abolengo) que en los propiamente heroicos. Debido a su constante utilización, así como a sus derivaciones a lo largo de la cinta, parece colocarse en una clara posición de piedra angular sobre la que se cimienta el grueso del score. Y es por ello precisamente, por lo que la evolución lógica del personaje dará lugar a la derivación del tema en otra de las ideas musicales claves del trabajo: cuando el honor, liderazgo y valentía de un Rodrigo desterrado por el Rey, se convierten en imprescindibles para salvar la unidad peninsular, el héroe es reclamado por el pueblo y erigido en el auténtico “Cid Campeador” de España, por encima incluso del monarca (“For Spain / Farewell”, glorioso corte en su simbiosis con las secuencias). Es entonces cuando Rozsa reconduce el motivo musical de Rodrigo hacia la tremenda heroicidad -salpicada con viveza por sus ligeros aires de pasodoble-, de la catártica pieza “The El Cid March”. Dos temas musicales éstos, el gentil dedicado al hombre y la apoteósica marcha enfatizando su rol de leyenda para el pueblo, que conviven, se complementan e interactúan de forma extraordinaria durante la segunda mitad del largometraje.
El tema romántico asociado a la tortuosa relación del Cid con su amada Jimena, nos muestra la faceta más puramente melódica de un Rozsa que interpreta con insultante hermosura esta unión tan poética y pasional en todos los sentidos (”[...]¿No comprendes la idea del tiempo que tiene el amor? Tarde significa pronto y la noche, mediodía [...]”, según afirma Jimena en la cinta). Los primeros planos de miradas entre Heston y la radiante Sofía Loren, conocedora de que el destino no puede sino unir finalmente su vida a la del Cid, encuentran el momento culminante en el corte “The Barn / Love Theme” (CD 2). Música escandalosamente sensible y arrebatadora, de cierto sabor bucólico (no olvidemos las nefastas circunstancias por las que atraviesa esta relación hasta culminarse), la cuál se abrazará al tema de Rodrigo de manera irremediable (de forma muy clara en el “Prelude”), constituyendo junto a él las dos frases seguramente más características del álbum. No en vano, el fragmento “The Falcon & The Dove”, variación coral de este tema de amor con letra de Paul Francis Webster (corte 7, CD 3), sería nominado a los Oscar en el apartado de mejor canción original, junto a la más que merecida nominación de la propia partitura incidental.
Atrayente resulta también el bloque musical que Rozsa dedica a los enemigos musulmanes, encabezados por Ben Yussuf y su tema homónimo; motivo éste de evidente calado malévolo, entregado a los metales de corte grave, y que conforme avanza la película es dinamizado por el autor a base de imprimirle mayor rítmica y agresividad, para crear así la premura necesaria con la que despertar en el espectador la incertidumbre ante lo que será la feroz acometida final musulmana en playas levantinas (“The Battle Of Valencia”).
Estos son sólo algunos de los ejemplos más destacados acerca de la riqueza temática que posee “El Cid”; ideas principales que se ven arropadas por multitud de frases secundarias (la asociada a las gemelas de Rodrigo en “The Twins”, la esperanzadora pieza dedicada a la contraofensiva española en “Rodrigo´s Men”..., etc), en una demostración de que Rozsa domina el recurso del leitmotiv y lo encauza hacia esa orgía colorista aferrada siempre a lo melódico. Hasta los fragmentos musicales de mayor incidentalidad o soterramiento, dotan a esta historia de casi tres horas de una vivacidad y progresión sencillamente brillantes. Como podrá comprobar el lector, nos hallamos ante una partitura que encierra multitud de matices y giros geniales del húngaro, tan meticulosamente trazados y resueltos que la acaban por encumbrar como el aspecto técnico que mayor expresividad otorga al filme, como el propio Anthony Mann acabó por reconocer en varias ocasiones (pese a sus desafortunadas decisiones a la hora de montar el score en el filme, eliminando más de 20 minutos de los originalmente compuestos).
Por si fuera poco, a la intachable reconstrucción de la banda sonora íntegra para “El Cid”, se le añade un atractivo final en forma de bonus track. La suite de ”Double Indemnity” (“Perdición”, 1944), primer gran éxito del cineasta Billy Wilder, nos descubre a un Rozsa primerizo en Hollywood (tan sólo llevaba 3 años instalado allí), pero que ya desvela las cartas con las que un año después lograría alzarse con el Oscar por la turbadora ”Spellbound”. Una pieza en la que el compositor preconiza su fantástica sutileza y exquisitez en las líneas melódicas (“Narrative”, “The Meeting”), así como deja ya entrever su afición por las estructuras de corte pseudo-marcial (“Prologue”), esta vez encauzadas hacia una tonalidad eminentemente dramática que acabará por derivar en funesta (“The Murder”, “Finale”).
Perfecto broche de oro éste, para una edición con tal cantidad de virtudes adicionales (esa orquesta antaño irregular que ahora se destapa poderosísima, un libreto esplendoroso con abundante información, su precio relativamente ajustado...), suficientes para convertirla en el acontecimiento estrella del 2008 en cuanto a lanzamientos discográficos se refiere. Y fíjense por dónde, sin la necesidad de incidir en su vitola de limited edition ni nada que se le parezca; tan sólo con material musical de primer orden, una producción intachable y el sacrificio de un James Fitzpatrick al que los aficionados deberíamos aplaudir el empeño desplegado en este magnífico ejemplo de preservación, gratitud y respeto a una de las grandes obras del maestro Miklos Rozsa.
8-septiembre-2008
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