José-Vidal Rodriguez
No cabe duda que el formulismo, para bien o para mal, se ha apropiado últimamente de las propuestas antaño frescas e imaginativas del bueno de John Powell. Una opción creativa que, siendo un tanto benévolos, quizás haya sido auto-impuesta ante el enorme volumen de trabajo asumido por el compositor en los últimos tiempos, ya que ni más ni menos que seis partituras firma en el presente 2008 (siendo la cinta de animación ”Bolt” la próxima en ver la luz). Así las cosas, ya no se trata de la imprimación de un estilo definido, sino que el autor parece mostrar síntomas de conformismo o anquilosamiento (tan sólo creativo, que no laboral como vemos), en unas estructuras que revisita una y otra vez para sus más recientes encargos, de manera en algunos casos francamente expresa.
En este ”Hancock”, todas aquellas premisas formulistas se hacen, en cierta medida, de nuevo palmarias. El peculiar estilo powelliano (que cada vez tiende a acercarse más a su génesis en la factoría Zimmer, cuando en determinada época había logrado un cierto distanciamiento de la misma), es aplicado hasta las últimas consecuencias, tanto en lo relativo a su resolución melódica, como en lo referente a sus inmediatamente identificables orquestaciones y envoltorios electrónicos. Aunque bien es cierto que en esta ocasión un elemento adicional, cuál es el acercamiento a unas formas cercanas al blues, viene a rescatar al score del automatísmo modal en que parece verse inmerso el Powell del 2008. Elemento musical éste directamente derivado de la singular trama del filme.
Y es que ”Hancock” narra la historia de un superhéroe interpretado por Will Smith, quién medio alcohólico y menospreciado por una sociedad la cuál no admite sus métodos demasiado expeditivos, se halla en horas muy bajas de popularidad. La situación empieza a cambiar cuando John Hacock coincide con Ray Embrey, un profesional de las relaciones públicas que se convertirá en la llave para limpiar su imagen y volver a erigirle en el icono de la ciudad de Los Angeles. Este proceso de resurgimiento servirá al superhéroe para interiorizar sus emociones más humanas, sumergiéndole de paso en una intensa relación de flirteo con Mary, la bella mujer de su mecenas Ray (radiante Charlize Theron).
Atendiendo al argumento, y lejos de abusar de fastos musicales de calado épico-heróico (los cuáles, evidentemente, no procederían ante el trasfondo cómico del filme), Powell tiende durante muchos minutos del trabajo, a adentrarse en la parte introspectiva del personaje, ahondando en sus desbarajustes emocionales mediante una aproximación algo menos rutilante que de costumbre. No en vano, las sonoridades comentadas del blues, con la guitarra acústica como evidente protagonista, le sirven a modo de caracterización musical de ese halo solitario e impopular de Hancock, sonidos que en su afán por describir su amargura interna rozan incluso, por momentos, lo cuasi litúrgico (el “Standing Ovation”, o el introspectivo susurro vocal de “The Trailer”). Lo anterior no es óbice para encontrar pasajes en donde el londinense trabaja sobre sus conocidos artificios orquestales para acompañar las secuencias de acción, con pistas como “Train Disaster”, “To War“ o “Hollywood Blvd” incidiendo en esa agitada marabunta sinfónico-electrónica en la que Powell llega a utilizar (atención), la friolera de hasta tres directores de orquesta, amén del numeroso grupo de consabidos arreglistas.
En esta dualidad de tonalidades, parece obvio que un leve grado de contención se hace palpable en el acabado global de la partitura. De hecho, pese a que a la mitad del primer corte “SUV Chase” se atisba una atronadora frase a metales aplicada al trasfondo trepidante del protagonista, será otro tipo de música bien distinta la que se convierta, por reiteración, en la idea central asimilada al mismo. Será justo después de aquel arranque del álbum, en el corte “John, Meet Ray”, en donde Powell presente una frase con la que viene a plasmar su gran habilidad para la composición de melodías altamente pegadizas, algo que viene haciendo con asiduidad aún en sus obras menos afortunadas. Pese a su rendición final en clave pretendidamente apoteósica durante el tema “The Moon and The Superhero”, este motivo es el usado precisamente para desmitificar la figura de Hancock (incluidos sus devaneos con Mary) y humanizarla, de algún modo, ante su necesario cambio de cara a la sociedad. Ello explicaría el color normalmente bucólico con el que es presentado el tema, sobre todo en “Getting Therapy”.
Powell se muestra tan sólo "amable" en la recreación de las situaciones cómicas en las que se ve envuelto este inusual superhéroe (“You Should Go!”, “French Asshole”), sobre todo por su empecinamiento en realizar alguna que otra referencia leve a sus más conocidos ejercicios musicales para la comedia. Pero quizás sean los dos últimos fragmentos del compacto, aquellos en los que los seguidores del británico encuentren motivos para la reivindicación más enérgica de la tradición estilística powelliana, y en especial respecto al caracter usualmente muy resolutivo de sus temas de conclusión.
Visto lo visto, ¿qué es lo que consigue Powell con todo este planteamiento musical, a estas alturas, tan familiar en su filmografía? Pues ni más ni menos que lo mismo que viene logrando en la mayor parte de sus últimos encargos; esto es, la consecución de una partitura agradable, entretenida y sin mayores pretensiones, cuyas lagunas no ocultan esa suficiente solvencia que justifica sin duda la apretadísima agenda actual del inglés. Otra cosa bien distinta es que estos correctos resultados, que cada vez huelen más a auténtica cadena de montaje (en este sentido, su reconciliación con Hans Zimmer tras "Kung Fu Panda" no parece ser casual), puedan augurar un pronto retorno al Powell tan sugerente de los inicios. Un hecho éste que, si continua con este ritmo frenético de trabajo, se antoja improbable. Ya se sabe: en tiempos de crisis, qué mejor medicina que la de subirse al carro de la comercialidad, aún a costa de repetir fórmulas ya conocidas por el respetable.
16-julio-2008
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