Pablo Nieto
Creo que nadie se ofuscará si al hablar de Harry Gregson-Williams y su música, introducimos la siempre aleccionadora muestra que nos deja la cata de vinos. El que esto escribe no busca boutade alguna, sino más bien ilustrar algo que cada vez es más habitual dentro de la música de cine: el estancamiento, o conformismo según se mire, porque por regla general ambos conceptos suelen ir de la mano. Más difícil es delimitar cual de ellos dio lugar al otro.
Y es que, volviendo a los vinos, la “cosecha” con la que Gregson-Williams se reveló como uno de los compositores del momento, gracias a sus arriesgadas apuestas para “El Reino de los Cielos” y “Las Crónicas de Narnia: El León, la Bruja y el Armario”, ha pasado a formar parte del selecto elenco de “reservas” del 2005. Composiciones que son consecuencias del tiempo justo de maduración del compositor, robustas, de inconfundible estilo, sin condimentos o añadiduras que condicionen su pureza. En especial, “Narnia”, donde el colorismo sinfónico, unido a la perfecta conjunción entre espectáculo comercial y atrevimiento orquestal, la convierten en una verdadera delicatessen en la carrera del compositor.
Con dicho precedente, y tras una no muy acertada serie de elecciones de proyectos, las expectativas se centraban en este “El Príncipe Caspian”.. Una experiencia condicionada por la siempre difícil misión de superar el famoso aforismo de que “segundas partes nunca fueron buenas”. En este caso no es cuestión de hablar de bueno o malo, sino de atrevimiento o conservadurismo, ya que, pudiendo haber dado un paso hacia delante, Gregson-Williams se limita a envinar una gran proporción de la barrica con ideas, temas y movimientos musicales ya preexistentes, para posteriormente rellenar el resto con su indudable habilidad orquestal, y una atmósfera más sombría y nebulosa. El resultado, tras el necesario reposo de varios meses, es un “tempranillo” con poco cuerpo, algo diluido, que consigue difuminar el excelente bouquet temático que nos regaló al comienzo de la saga.
Andrew Adamson (director de la primera parte, así como de la saga “Shrek”), es el responsable de narrarnos el segundo viaje a Narnia de los hermanos Pevensie, quienes se encontrarán con la desagradable sorpresa de la destrucción y sumisión del Reino a manos del Rey Telvar. Éste planea deshacerse de su sobrino, el Príncipe Caspian, para que su hijo sea el futuro heredero del trono, y para ello ha elaborado una ley de extranjería (algún político ha quedado marcado en su infancia por C. S. Lewis), con la que pretende aniquilar a todas las criaturas mágicas que están a favor del Príncipe. El resto, uno se lo puede imaginar. De nuevo los cuatro jóvenes estarán al frente de la revuelta, organizando un ejercito de bestias parlantes, ayudados por el gran león Aslan.
Aunque, como ya ocurriera con su predecesora, Gregson-Williams haya escrito cerca de dos horas de score original, en el álbum sólo encontraremos la mitad, con quince minutos de regalo distribuidos en cuatro ñoñas y edulcoradas canciones absolutamente prescindibles y en las que no merece la pena detenerse. Si lo merece, al menos, la vibrante puesta en escena de Gregson-Williams con “Prince Caspian Fleeds”. Una pieza de corte aventurero, digna continuadora de la saga, y que sirve para emparentar el nuevo tema de Caspian con el de Narnia, en la que metales y percusiones anticipan lo que será la tónica del resto del score. Más contenido y bucólico se muestra en “The Kings and Queens of Old”; aquí es el tema del armario el que juega con el nuevo motivo de Pevensie. El tercer tema en cuestión, lo constituye la frase de ocho notas asociada al villano Miraz, convenientemente desarrollada en "Miraz Crowned".
Deteniéndonos en este punto para valorar con perspectiva el resultado final, no tenemos nada que objetar a la ejecución de la misma, siendo una vez digna de elogio la optimización de todos los recursos disponibles (coros, gran orquesta), respetando inclusive, la idiosincrasia promovida por el propio compositor californiano de renunciar a la electrónica, a pesar de que la excelencia del ritmo y la variedad en cuanto a la percusión bien pudiera hacer dudar de la capacidad de Gregson-Williams de recurrir a su librería de sonidos y samplers que tan mala crítica le ha generado en muchas ocasiones.
Pero todo ello no es óbice para cerrar los ojos e ignorar, que a pesar de tener a su disposición una pléyade de temas magníficos, y enormes posibilidades de introducir permutaciones originales, al final termina por apostar por esa línea conservadora antes comentada, volviéndose su propuesta tan evidente como soluble. Así, los nuevos temas no terminan de ser más que meras comparsas de la partitura, cuya función se limita a puntualizar necesidades concretas de la trama. No en vano, el tema de Aslan y las variaciones que ya conocíamos del mismo en la primera parte, volverá a acaparar todo el protagonismo. Tema éste realmente inspirado y sobrado de energía, pero al que le falta esa evolución de la que también adolece el trabajo en general.
El verdadero elemento diferencial de la partitura, que quizás debía estar en las secuencias de acción, al final no termina por ser tan diferencial. Y aunque hay que ser justos y reconocer el enorme esfuerzo de Gregson-Williams en la potenciación de tonalidades más oscuras (como requiere la historia), la omnipresencia de metales y percusiones, e incluso la mayor incidencia en la música de acción, el resultado final sólo consigue que evoquemos con nostalgia el inolvidable “The Battle” de la primera película. Por supuesto que los siete minutos de “Raid on the Castle”, depararán momentos musicales adrenalíticos, pero la excelencia sin riesgo es difícil alcanzarla. Y si no, ahí va otro ejemplo: “Sorcery And Sudden Vengenace”, un corte de cariz épico, pero donde los crescendos corales con el tema de Aslan en pleno éxtasis, son un mero “copia y pega” de la primera parte. Y es que esa es la tónica general del score, desde el resto de pasajes de acción (“Battle at Aslan´s Howl”, “The Duel” o “The Armies Assemble”) hasta la rendición final de, una vez más, el tema de Aslan en “Return of the Lion”. Solamente se sale de la media, el remanso de paz y tranquilidad de “The Door in the Air”, donde la magia y cierta recuperación del optimismo y la vitalidad de la música perdido entre tanto paroxismo orquestal, nos permite reencontrarnos con la pureza de los temas del armario y Narnia, y por añadidura, cerrar con acierto el disco.
Sería de necios negar las cualidades de este trabajo, o incluso tratar de restar méritos al monumental esfuerzo que Harry Gregson-Williams ha invertido en el mismo. Muy pocos de aquellos que disfrutaron con la primera parte, se sentirán incómodos al reencontrarse con una iconografía musical que les es familiar, aunque este reencuentro constate que “El Príncipe Caspian” es un trabajo que, superando con creces la mediocridad actual, se halla ciertamente alejado en virtudes al original.
29-mayo-2008
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