Gorka Cornejo
Lo que cada aficionado al cine, y a la serie de “Indiana Jones” en concreto, esperaba al respecto de esta última entrega, depende de factores tan subjetivos y caprichosos que no podemos ni debemos entrar a valorar. Lo que parece claro es que, independientemente de las declaraciones vertidas por sus máximos responsables, la última película de Steven Spielberg no es tanto la cuarta de una tetralogía como un post-scriptum que se suma a la trilogía en virtud de la fórmula 3+1, un añadido en forma de divertimento, de auto-homenaje y también de regalo a los seguidores que, en mayor o menor medida, han asimilado las aventuras de Indiana Jones hasta el punto de considerarlas parte incuestionable de nuestro acerbo cultural. “Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull” se parece más a una sesión de ouija o a una quintada, esas cenas o comidas que sirven para el reencuentro de viejos compañeros de escuela, que a una continuación en toda regla de las anteriores. La principal diferencia es el tono. “Indiana Jones” siempre tuvo humor y voluntad de parodia, pero en esta ocasión las dosis son incomparablemente mayores.
Esta falta de “seriedad” condiciona también el trabajo de John Williams, al que no se le puede achacar el no haber captado la esencia concreta de la película, por lo que quienes esperen encontrar la emulación exacta de los patrones musicales desarrollados en la trilogía pueden llevarse un disgusto un tanto innecesario. Está claro que Williams se lo ha pasado bomba escribiendo esta partitura. Lo evidencia, por ejemplo, la tendencia a citar u homenajear músicas propias y ajenas. Imaginativas variaciones del Tema de Indiana Jones (soberbia la que escuchamos en la recta final de los “End Credits”) o referencias al Tema del Arca (su aparición en el primer gran bloque de acción de la película es emocionante para cualquier seguidor de la saga) y al Tema de Marion, se suman a otras menos esperadas que, sin embargo, están ahí por algún motivo: es el caso del Tema de Irina y su evidente parecido con la música que describía al ejército soviético en “Guerra y Paz” de Nino Rota; así como la cita, sublime y oportuna, a la “Obertura para un festival académico” de Brahms, en la magnífica secuencia de la persecución por el campus universitario (“A Whirl Through Academe”). Y si seguimos rastreando no tardan en aparecer “parecidos razonables” con obras del propio Williams: “The Snake Pit” recupera al Williams jocoso y divertido de las escenas más cómicas de anteriores “Indianas”, especialmente el “The Basket Game” de “Raiders” y “Escape from Venice” de “The Last Crusade”; “The City of Gold” es calcado al tema de los trípodes de “War of the Worlds”; el motivo rítmico en el que se funda “Ants!” recuerda mucho al “Letter Bombs” de “Munich”; la segunda mitad de “The Departure” se asemeja al “The Mecha World” de “A.I.”; y son muchas las reminiscencias a la nueva trilogía de “Star Wars”: la exacerbación del Tema de Irina al final de “The Jungle Chase” recuerda al “Battle of the Heroes” del Episodio III, y el comienzo de “A Whirl Through Academe” lo encontramos idéntico en “Fighting the Destroyer Droids” del Episodio I.
Las principales aportaciones en materia de temas musicales protagónicos no deberían defraudar a nadie. Los Temas de Mutt, Irina y la Calavera de Cristal poseen los rasgos no sólo apropiados sino habituales de la trilogía: inmediatez, perfecta combinación de melodía, armonía y orquestación, fuerza y elocuencia dramática. Williams sigue demostrando no tener rival a la hora de hacer progresar su material melódico a lo largo del metraje, no sólo aplicando alteraciones en el ritmo y la orquestación, sino también extendiendo los temas con ramificaciones sumamente interesantes. Ocurre con el Tema de Irina, a cuyo núcleo básico Williams añade un tema secundario a modo de puente, interpretado por los metales, del que desarrolla una espléndida marcha de evidente identificación con el ejército ruso, cuya presencia en la película es mucho más destacada que lo que permite deducir el disco (sólo lo encontramos, y de forma parcial, en los “End Credits”).
El maestro, con sus 76 años y muy pocas ganas de soportar el papel de redentor de la mediocridad actual que muchos le han impuesto, nos presenta una partitura mucho más que correcta (como corresponde a su dignidad y altura), sobresaliente en momentos puntuales, pero que sin duda va a decepcionar a los que la analicen cronómetro en mano con la intención de ver si supera el récord de presentación de temas originales por minuto. Muchos le llevan achacando haber perdido su “toque”, ese algo abstracto e intangible que sin embargo nadie duda en concretar cronológicamente (finales de los 70 y toda la década de los 80), y que los más osados diagnostican como “falta de inspiración” o “ausencia de (abundantes) grandes temas musicales”. Está por descubrirse aún el Manual de Composición Musical Para Cine donde se exponga que la calidad de una banda sonora depende de la cantidad de leit-motivs. Pero además, resulta patético comprobar que estas acusaciones (más propias de freaks musicópatas que de auténticos aficionados a la música de cine) se ensañaran con obras como el Episodio I de “Star Wars”, quizá una de las partituras más repletas de temas y melodías originales que hayan salido de la mano de Williams en los últimos años.
Lo que sí es cierto es que la partitura (para cuya correcta apreciación es imprescindible escucharla completa en la película, ya que la edición discográfica está lejos de ser suficiente, y no por falta de minutos) muestra en ocasiones ciertas carencias que no son habituales en Williams. Empezando por el hecho de que en no pocas escenas, el compositor opta por soluciones musicales demasiado neutras y sinsorgas, cuando no por demorarse en inadecuadas repeticiones de temas preestablecidos (medalla de oro para el Tema de Indiana, aunque quizá el caso más chocante, a mi modo de ver, sea el del Tema de Henry Jones padre, cuya breve mención en los diálogos no parece justificar su abultada presencia a lo largo de la escena inmediatamente posterior al desenlace dramático). Resulta obvio que en otras ocasiones (y no hay que remontarse a 1989) el Maestro se ha mostrado más ágil y ocurrente. Otro hecho evidente es que muchos de los personajes secundarios, objetos y situaciones varias que aparecen en la película, parece natural pensar que hubieran debido motivar tácticas musicales específicas, cosa que Williams no hace (el arqueólogo Oxley o el conquistador Orellana, por ejemplo, tienen más peso dramático que la Cruz de Coronado en “La última cruzada”, y sin embargo están ausentes en la partitura).
Todo esto, sumado a la naturaleza más rítmica y cromática que puramente melódica de muchos de los set-pieces (“Ants!”, “A Whirl Through Academe”, “Grave Robbers”), característica que no debe sorprender a quien siga su carrera, hacen de esta partitura una pequeña bestia negra para el aficionado tarareador. En resumen, no es tan terrible como algunos insisten en valorarla, pero tampoco brilla como sí lo hacen otros trabajos recientes, menos ampulosos, menos esperados, tristemente menos recordados, de quien hoy por hoy sigue siendo el más grande entre los grandes.
23-mayo-2008
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