Gorka Cornejo
Las películas de mero entretenimiento, las que parecen estar (y lo están) construidas pieza a pieza por expertos en mercadotecnia más que por cineastas, ésas que suelen presentar guiones de refrito, hechos a retazos con un poquito de este género y otro del de más allá, dirigidos por técnicos competentes que se cuidan mucho de no salirse por tangentes personalistas e interpretados por actores sexys de dicción perfecta, estas películas, decimos, suelen requerir de una música generalmente tan idéntica como intercambiable, que consiste por lo general en una partitura ecléctica y heterogénea, que suene a “música de cine” en los momentos decisivos, pero que juguetee con músicas pop, jazz, post-rock, disco o lo que sea, para dar agilidad al asunto, y una ristra de canciones destinadas a envejecer como víctimas de su efímera condición de parches de oportunismo y actualidad. En estos casos, el compositor de raza poco puede hacer en lo tocante al planteamiento estructural y a la función que desempeña la música. Su contribución se reduce a poner en juego los elementos requeridos y que la cosa se mantenga en pie con una mínima dignidad.
A estas alturas, George Fenton no tiene nada que demostrar. Aunque ya hace tiempo que no nos sorprende como lo hiciera en la segunda mitad de los 90, con aquella sucesión de trabajos sobresalientes, sabiamente intercalados por encargos menores, de sencillez casi rústica, con los que se fue ganando la admiración del aficionado y el respeto de sus colegas, Fenton es solvente y de ahí para arriba casi siempre. Verle en películas como “Fool´s Gold”, aunque se trate de una nueva colaboración con Andy Tennat, director habitual y amigo del compositor, nos deja un sabor de boca un tanto amargo, no porque esté mal sino porque Fenton debería tener proyectos más interesantes en su agenda. Lo cierto es que actualmente encontramos a Marianelli o Desplat donde antes hubiera figurado Fenton, es decir, que se ha producido una nueva entrada de compositores en escena y algunos se han visto relegados a un segundo plano, refugiados en el documental, la película alimenticia o el sueño de los justos.
“Fool´s Gold” cuenta la historia de un surfista buscador de tesoros submarinos, interpretado por el tórax y el esmalte dental de Matthew McConaughey, obsesionado por encontrar un legendario y exótico tesoro español del siglo XVIII (tema de gran actualidad en los tribunales). Para conseguirlo tendrá que enfrentarse al consabido alter ego, su mentor pero ahora enemigo (Ray Winstone), que persigue el mismo objetivo. Para que los actores luzcan también un poco su registro melodramático, la historia principal de aventuras se acompaña de una subtrama protagonizada por la ex-mujer de McConaughey, interpretada por Kate Hudson, que se verá envuelta en la odisea e iniciará una búsqueda paralela por el interior de su corazón, rastreando vestigios, rescoldos de su amor por el surfista-arqueólogo. Todo ello ambientado en unas playas paradisíacas y con la inevitable sobredosis de bikinis desafiantes. Una pasada, vamos.
Fenton se enfrenta a la tarea de dar coherencia a un batí burrillo de ideas y requerimientos que van desde los ritmos machacones de cierta inspiración jamaicana, las alusiones hispanas (ciertos giros melódicos y el empleo de guitarra española) justificadas por el tesoro que andan buscando los protagonistas, el material romántico indispensable para la parejita de estrellas y sus devaneos, el comentario musical liviano y jocoso de las comedias románticas cuando no ocurre nada en especial y los parámetros del cine clásico de aventuras, que es donde Fenton se nos muestra más inspirado y gratificante, si bien en ocasiones parece estar imitando al Zimmer de “Piratas del Caribe”.
Ya desde el principio, la partitura expone su planteamiento básico: lo que van ustedes a ver es una aventura pero una aventura moderna, parece decirnos. “Fool´s Gold Legend and Main Title” arranca con una música de cierta épica evocadora (mientras se nos cuenta la procedencia del tesoro y su pérdida en las profundidades marinas) que de pronto se transforma en una variación entre caribeña y reggae no demasiado alejada del universo sonoro de Emilio Estefan y su ínclita esposa. Y la cosa sigue por esas rutas, mezcla o alternancia de subrayado musical tradicional con músicas “marchosas” según la mentalidad de hit-parade de los supervisores musicales especializados en películas palomiteras. “Man Overboard” representa el modelo a seguir para las secuencias de acción y aventura, o más bien, “mediaventura”: ritmos electrónicos de “temazo” de discoteca progresiva con alardes de cuerdas obstinadas y metales titánicos. A veces la presencia de percusión autóctona (no me pregunten por su denominación de origen porque es indiferente mientras quede bien con imágenes de océanos y playas) sitúa a temas como “Trouble in the Churchyard” o “A Deathtrap” cerca de la estela del James Bond de los 80 o la referencia, más reciente, del Giacchino de “Los Increíbles”. Como suele ser habitual, en el desenlace de la acción de la película, durante las escenas más tensas y espectaculares (“Finn to the Rescue” o “The Treasure, The Kidnad and The Sea Plane”), es cuando Fenton abraza con mayor vehemencia los clichés tradicionales del género de aventuras, propiciando un link inevitable con epopeyas marinas y piraterías varias que por supuesto funciona, pero poco más. Por otro lado, el ingrediente romántico de la historia nos trae al Fenton acústico y sencillo de sus colaboraciones con Ken Loach o de comedias ligeras como “Mucho más que amigos” y “Sweet Home Alabama”, suaves melodías insertadas en un diseño musical popular y directo que eclosiona en versión orquestal, pletórica y desprejuiciada con ocasión del final feliz (“A Nice Soft Landing” y “Sharing the Spoils”, sin duda los temas más aptos para que el aficionado sintetice este nuevo trabajo de Fenton en una aceptable suite de esas que pululan por los emules).
La edición discográfica deja para el final cuatro canciones diversas, quizá con la intención de que no interfieran en la presentación del trabajo de Fenton, esfuerzo inútil porque bastante interferida está ya de por sí la partitura, especie de ensalada vistosa y entretenida, fresca e insustancial, cuyo ingrediente más digerible no deja de pertenecer a la familia de los viejos sabores tradicionales.
21-abril-2008
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