Miguel Ángel Ordóñez
Recreación histórica (no siempre fiel) de la intensa lucha mantenida entre Maria Estuardo, Reina de Escocia, e Isabel I, Reina de Inglaterra, sobre los derechos sucesorios en juego a la muerte de la regente inglesa. María Estuardo, devota católica, criada en Francia (de la que se convirtió en Reina tras el fugaz enlace con el Delfín Francisco), regresa a Escocia para asumir su corona a la edad de 20 años. Allí contrae matrimonio con el noble inglés Henry Darnley, enlace que la sitúa magníficamente para la reclamación de la corona inglesa a la muerte de la Reina virgen, Isabel I. Protestante, la Reina Isabel se convierte en su encarnizada enemiga, decretando leyes en contra de una unión para la que no ha sido consultada. Sin embargo, Darnley, de manera imprudente, desea que María le convierta en Rey de Escocia con derechos sucesorios para su línea familiar en caso de no tener descendencia en su matrimonio. Con un nuevo favorito, el conde de Bothwell, María y su amante traman un complot que acaba con la vida de Darnley. Casada con Bothwell, éste se alía con los descontentos nobles escoceses, la mayoría protestantes como él, y deponen a la Reina entregando la corona al único hijo nacido de la unión con su segundo marido, el Príncipe Jacobo VI. María pide ayuda a su enemiga Isabel y se exilia en Inglaterra. Convertida en su prisionera durante 20 años y acusada de urdir un intento de asesinato de la Reina inglesa, María es decapitada a la edad de 45 años.
Historia de intrigas, traiciones y guerras, que tienen como marco el siglo XVI. Sin embargo, el principal interés de esta cinta británica de 1971 que obtuvo 5 nominaciones a los Oscar (la partitura de Barry incluida), reside en mostrar a una María Estuardo victima de su entorno. Frágil y romántica, la Reina escocesa es presentada como un títere en manos de las ambiciones de cuantos hombres la rodean, una bella mujer que debido a su carisma, desata la envidia más profunda en la Reina inglesa. Una víctima, al fin y al cabo.
Tercera de las partituras de trasfondo histórico del compositor inglés John Barry, tras la espléndida “El León en Invierno” y la dinámica y coral “El Último Valle”, “Mary, Queen of Scots” difiere de aquellas por un subrayado de la acción intimista y austero que busca potenciar el cruento destino al que se ve abocada María, fortaleciendo su papel de heroína, ejerciendo de contrapunto sobre el que descansa la fuerza del discurso: su papel de víctima de un guión marcado por la ambición del resto de los personajes del relato.
El acercamiento de John Barry al período es simple y cálido. Sus temas, afligidos y lánguidos, crean una atmósfera dramática y sombría, dotada de una cierta atemporalidad, rota por la aparición de instrumentos como el clavecín y el laúd, que ejercen de brújula espacial que enmarca los acontecimientos. Hábil maniobra sobre la que fijar la aspiración a la inmortalidad del personaje. En ese punto, Barry transita lugares comunes a su coetáneo Delerue, intimista como él en su aproximación a los dramas históricos (“Ana de los Mil Días” o “Un Hombre para la Eternidad”), mostrándose distante a la hora de incidir en los sucesos de la trama, interesado en realzar con su minúsculo subrayado musical la fatalidad de unos eventos ya escritos, pertenecientes al pasado, sin posibilidad alguna de cambio, de esperanza. Una historia muerta, un relato cuyo principio y fin ya es conocido de antemano por el espectador.
Temáticamente, el score de Barry, dada su escasa duración, no resulta especialmente incisivo ni vinculante con el espectador a través de su aplicación en forma de leitmotivs. Ello no es óbice para que en su diseño, Barry acuda a una temática centrada en los dos personajes principales de la trama. María se ve adscrita a un tema simple, inocente y romántico, fuertemente emocional, si bien, éste no hace acto de presencia hasta trascurrida una hora de película (cuando María cae enamorada de Bothwell en “Mary´s theme” -corte 7-), alcanzando su mejor pasaje durante el encarcelamiento al que se ve abocada tras solicitar auxilio a la reina Isabel (“Mary at Charley”). Ésta, en la decisión más acertada de Barry, se verá asociada a un motivo que lo es también para la propia Inglaterra y que conecta los viajes de María a través de su territorio. Con ello, Barry logra que Isabel sea una mera representación en la imaginación de María, robando a aquella todo su protagonismo (“Journey to Scotland”, “Journey to England”).
Junto a estos temas, Barry construye una cohorte de motivos secundarios. El primero, incide en la Corte de María y su entorno (“But Not Through My Realm”, “Escape with Bothwell”). Una fanfarria para metales y percusiones a través de la cual Barry subraya los componentes temporales de la historia, esta vez sin acudir meramente al uso del color. Junto a ésta, una melancólica canción interpretada por la propia Redgrave (aparece en tres ocasiones durante la película), marca la vida emocionante y trágica de María (“Vivre et Mourir”). El resto del score, entra de lleno en el subrayado de género: el drama (“Black Night”, “The Execution”) o el suspense (“Death at Kirk O´Fields”), son correspondientemente acentuados con el fin de canalizar la emoción del espectador.
“Mary, Queen of Scots” es un score que, a pesar de su simpleza, es honesto y sirve de manera adecuada a la trama. El interesante esfuerzo de un compositor que en la cúspide de su carrera (tres Oscar le avalaban por entonces) demuestra una admirable servidumbre al relato, interesado en señalar aquellos detalles que ayudan a su complejidad y desarrollo (con una metodología cercana a sus destacadas, aunque menores, “The Whisperers” o “The Quiller Memorandum”). Mediados los 70, Barry pasaría a ser un compositor excesivamente autocomplaciente, capaz sólo de dejar aflorar su talento en fugaces destellos durante las décadas posteriores.
17-marzo-2008
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