José-Vidal Rodriguez
Mucho ha llovido desde que el bilbaíno Alex de la Iglesia ahondara con fortuna en esa especie de subgénero de "thriller castizo", con obras tales como “El Día de la Bestia” o “La Comunidad”. Fuera de este suspense cómico a lo ibérico, su primera incursión en el auténtico thriller al uso se halla tan repleta de ambición y de oficio, como de sombras y defectos. ”Los Crímenes de Oxford” es un filme que denota una impecable factura, correctas -aunque mejorables- interpretaciones de su fastuoso trío protagonista, y una magnífica puesta en escena. Pero su guión juega al desconcierto con tanta insistencia, que a la postre la trama termina por funcionar “a saltos”, entremezclando momentos de confusa y pretenciosa dialéctica, con instantes de suspense cuanto menos decentemente enlazados. La conclusión de todo este batí burrillo de sensaciones, es francamente ambigua: una película que entretiene durante muchos momentos, rodada con esmero, pero cuyo interés acaba por decrecer por las propias trampas argumentales preparadas para el espectador.
De la pequeña decepción que supone el visionado de ”Los Crímenes de Oxford”, nada se le puede achacar a la impecable labor creativa desplegada por su músico asignado. Con el Goya conseguido por “Las 13 Rosas” aún debajo del brazo, el murciano Roque Baños vuelve a ofrecer razones de peso a De la Iglesia para perpetuar en el tiempo esa fructífera colaboración entre ambos, que ya se remonta al año 1999 con la partitura para aquella gamberrada llamada “Muertos de Risa”.
Aprovechando la abundancia de medios con la que suele trabajar últimamente el compositor (la sobria Pro Arte of London en las labores de ejecución, y los míticos estudios de Abbey Road como soporte fundamental para ofrecer una calidad de sonido excepcional), Baños escribe una partitura que se ajusta con gran eficacia a las imágenes, creando un ambiente perfecto de incertidumbre que deviene incluso muy expresivo fuera de ellas, aún cuando posea en determinados fragmentos una marcada incidentalidad.
A estas alturas, imaginamos que el murciano ya estará harto de escuchar el apelativo herrmanniano aplicado a numerosos de los encargos que ha escrito para el género del thriller. Pero es obvio que la orientación musical con la que Roque ahonda en el suspense y la introspección emocional de los personajes, deviene aquí en una especie de revival -intencionado o no- de las técnicas utilizadas antaño por el maestro Herrmann. Añadiéndose en este ”Los Crímenes de Oxford” una anécdota que empareja aún más a ambos autores, cuál es el pequeño cameo de Baños actuando como director de la orquesta de la que forma parte una de las protagonistas (a saber, claro guiño a aquella aparición de Herrmann en la pantalla en “El Hombre que sabía demasiado”).
De este modo, los dos roles centrales de Martin (Elijah Wood) y el insigne teórico Arthur Sheldom (John Hurt), verán como sus pesquisas para atrapar a un presunto asesino en serie, son acompañadas por una atmósfera musical presagiante, sinuosa y en determinados momentos hasta hipnótica. No piense el lector por estos calificativos, que nos encontramos ante un score oscuro o de dificil escucha; muy por el contrario, Baños opta por ahondar en premisas melódicas, representada por tonos lánguidos, grisáceos, incluso me atrevería a decir que cuasi bucólicos. Las cuerdas acaparan la práctica totalidad del trabajo, y con ellas el compositor nos ayuda a prepararnos ante lo impredecible, en un marco de linealidad -que no planicie- sólo sobresaltado ante los versátiles y brillantes ejercicios de dinamismo orquestal, con los que Roque recrea la urgencia y premura de ciertas secuencias del filme.
El excelente corte a modo de obertura “The Oxford Crimes”, ya ejemplifica de algún modo los planteamientos antedichos. Piano y cuerdas se convierten en esta ocasión en “meros espectadores” del diálogo entre maderas y puntuales metales, que desarrollan el que podríamos denominar tema central de la obra empapado de aquél halo sinuso y semi bucólico antes mencionado. Seis minutos en los que el compositor demuestra su formación y talento en las variadas figuras iniciales (pizzicatos, arpegios...) con las que Roque juguetea gracilmente y evita, al mismo tiempo, presentar en tono netamente lóbrego la partitura.
Mientras que cortes como “A Predictable Murder“ o “Karman´s Experiment” inciden en esta sistemática del tema inicial, Baños nos presenta uno de los auténticos highlights del trabajo en el corte “Lorna´s Theme”, el leitmotiv dedicado al rol de Leonor Watling que sirve de nexo de unión del dúo protagonista, actuando así su motivo igualmente como tema de amor (y de cama) para la relación surgida entre ella y Martin. Una pieza dotada de una elegancia arrebatadora, con esa celesta conduciéndonos con dulzura a las cuerdas de la sencilla, pero tremendamente sensual, frase de amor con la que el autor consigue sobrepasar con creces la pantalla, a tenor de la envolvente hermosura de sus acordes.
La sensación de urgencia y brio de determinados cortes (“The Symbols”, “Perfect Murder”, “Seeking the Book”), demuestra la gran versatilidad que logra Baños con la única ayuda de cuerdas y percusión. No en vano, aquellos ostinatos crecientes en intensidad del “Bus Chasing”, generan un enorme efecto de ansiedad en el espectador para una de las secuencias claves del filme, al igual que el dramatismo elegíaco del “Death of the Children“ resulta la consecuencia musical lógica de una mentira disfrazada de acertijo que, sin ánimo de revelar el desenlace de la cinta, marcará lo que resta de existencia de aquel dúo de obsesivos teóricos. Algo que explica perfectamente el título del último corte, el cuál viene a cerrar la obra en espiral tal y como arrancó: “The Butterfly That Causes a Hurricane“, referencia al famoso “efecto mariposa” que caracteriza los postulados de la Teoría del Caos: "El aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York". Entendiendo, en este caso, que la mariposa se halla reflejada en el personaje de John Hurt.
En definitiva, ”The Oxford Murders” es otro acertado ejercicio de estilo por parte del cada vez más inspirado Roque Baños, en el que la música gana muchos más enteros en el contexto visual del filme, sobre todo si atendemos a la precisión con la que el compositor introduce y resuelve cada bloque musical. Si a ello unimos la inclusión de un tema de amor de magnífica voluptuosidad aún en su sencillez, encontraremos razones más que suficientes para recomendar sin paliativos la adquisición del presente compacto.
20-febrero-2008
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