Miguel Ángel Ordóñez
La United Artists, compañía fundada en 1919 por Charles Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y David W. Griffith con objeto de distribuir sus propias películas, cuenta con el dudoso honor de ser una de las majors que más dificultades ha afrontado a lo largo de su existencia. Sacada a flote, en épocas de fuerte recesión, por el talento de algunos productores independientes (Huston, Preminger, Welles), vivió su etapa más esplendorosa con el éxito en los 60 de sus películas para James Bond, los Beatles y por los western de los hermanos Mirisch y de Sergio Leone, antes de recibir la puntilla definitiva con la costosa y mastodóntica “La Puerta del Cielo”, de Michael Cimino. Dispendio que a la postre supuso su fusión con la también exigua, por entonces, MGM (de nada había servido la distribución de los primeros filmes de directores interesantes como Allen, De Palma o Altman). A fecha de hoy, Tom Cruise se ha hecho cargo de la revivida UA, con el ánimo de devolverla al lugar de preeminencia que tuvo en sus primeros años de vida.
A pesar de ser la encargada de distribuir el western considerado de referencia (“Stagecoach” de Ford), la United Artists vivió su período de mayor esplendor en el género durante los 50, con los filmes fronterizos de Robert Aldrich (“Veracruz”, “Apache”), o con la aparición de clásicos como “Man of the West” de Mann, “The Big Country” de Wyler y los corolarios “The Magnificent Seven” de Sturges y “The Alamo” de Wayne. Durante los 60, el western entra de lleno en su etapa crepuscular (aunque en “Man Of The West” comienzan a atisbarse las actitudes propias de esta nueva visión), siendo explorado por cineastas como Leone o Peckimpah. Aquí, los rudos y clásicos héroes de antaño dejan paso a hombres llenos de fisuras, vencidos por la ambición y el egoísmo. La línea que separa el bien del mal se disipa y los villanos comienzan a adquirir la condición de protagonistas.
“The Unforgiven” (lamentablemente traducida en España como “Los Que No Perdonan”, cuando su traslación exacta sería “Los No Perdonados”), es una de las pocas apariciones de John Huston en el género. En todas ellas, sin embargo, toma como base su iconografía (desierto, caballos salvajes, vaqueros, indios…) para realizar acercamientos poco tradicionales (baste recordar “El Tesoro de Sierra Madre” o “Vidas Rebeldes”). “The Unforgiven” es un filme onírico que, inspirado en la temática de la fordiana “Centauros Del Desierto”, explora el desarraigo de Rachel (Audrey Hepburn), una india kiowa raptada por los blancos que es perseguida por los de su raza y defendida a ultranza por su hermanastro (Burt Lancaster), al que parece unirle una relación platónica más allá de la filiación. Una extraña película que sufrió cortes importantes y que supuso un grave desencuentro entre Huston y los productores (incluido Lancaster). Mientras Huston pretendía hacer un filme que explorara el fanatismo y el racismo, los productores se empeñaron en levantar una película de aventuras en términos convencionales. El montaje definitivo demuestra una moral ambigua y caótica, recayendo gran parte de la responsabilidad de este confuso resultado en el erróneo score compuesto por Dimitri Tiomkin. Éste, atendiendo a las intenciones finales de los productores, construye una partitura clásica, llena de tópicos, para un filme que precisamente, demuestra distanciarse del resto de producciones de este tipo en planteamiento y consecuencia. Uno parece asistir atónito a una constante lucha entre lo que Huston quiere decir y lo que acaba subrayando Tiomkin. Mientras aquel imprime profundidad a la trama, éste la descarga de contenido conduciéndola al más atroz formulismo estético. Amparado en un tema elegante y lírico, entregado a Rachel, el score es un glosario de música estereotipada: percusiones nativas para los kiowa, potenciando la sensación del peligro que estos representan para la paz de la familia Zachary (Gerald Fried demostró años más tarde como librarse de un cliché desarrollado por Steiner en “Murieron con las Botas Puestas”, realizando un magistral acercamiento a la música india con “The Mystic Warrior”), o un rancio y cómico despliegue de stacattos y ritmos sincopados, tradicionales al género, para retratar el costumbrismo de una simple doma de caballos (que en realidad esconde la presentación de uno de los personajes cercenados y esenciales de la trama, el mestizo Johnny Portugal (John Saxon). A pesar que, como música aislada, “The Unforgiven” no se separe drásticamente de otros esfuerzos de Tiomkin en el género (del que era sin duda, uno de sus máximos exponentes), la obra es irritantemente formulista y no ayuda en absoluto a creer en la fuerza narrativa aplicada por Huston al relato.
Tampoco “Cast A Long Shadow”, de Gerald Fried, parece traspasar las cortinas del mero convencionalismo. A diferencia del filme de Huston, nos encontramos ante una serie “B” en toda regla, que el de New York despacha con un formal sonido coplandiano (incluyendo el uso del banjo), asociando leitmotivs a los principales caracteres de la película: uno placentero y noble entregado a Matt (Audrey Murphy), otro contemplativo y cómico aplicado a Chip (John Dehner) o el romántico y lírico dedicado a Janet (Ferry Moore). Iniciado en la composición cinematográfica gracias a su amistad con Stanley Kubrick, Fried es un magnífico y olvidado compositor que supo sacar gran partido a pequeñas formaciones orquestales. Más conocido por sus trabajos televisivos (“Star Trek”, “The Man From U.N.C.L.E.”), sin embargo, desarrolló una carrera muy personal dominada por constantes de estilo entre las que destacan, la realización de fascinantes motivos para inusuales patrones rítmicos (en forma de bucles), el empleo de extraños colores orquestales y el uso incisivo de pequeñas células motívicas (donde era un auténtico experto, como demuestra en las magníficas “Dino” y “Too Late The Hero”). Algún corte de “Cast A Long Shadow” nos recuerda al mejor Fried, en especial en los pasajes más agresivos de la acción (“The Fight”, “The Runaway”), donde sus obsesivos ostinatos parten de una célula inmersa en el leitmotiv de Matt.
En "The Horse Soldiers" (Misión de Audaces), John Wayne es un duro coronel de la Unión al mando de un regimiento que debe infiltrarse en pleno territorio confederado con una difícil misión por cumplir. William Holden es un médico de buenos sentimientos que le acompaña en la aventura, la cual se pone interesante cuando deben llevarse forzosamente a una guapa y rebelde rehén. Como en gran parte del cine del Oeste de Ford (“Rio Grande” de Young o “Fort Apache” de Hageman), la música queda en manos de un glosario de temas folk y tradicionales del gusto del director. Desde el “Dixie”, “Deep River” o “Lorena” hasta el “I Left My Lord”, auténtico leitmotiv de la acción, compuesto por Stan Jones (el mismo que realizara la balada que da título a “The Searchers”) las piezas sirven rutinariamente a la acción, ya sea para ensalzar a la caballería (uno de los grandes temas de Ford) o para focalizar la trama amorosa de la película. David Buttolph es el encargado de orquestar y añadir música original a la película. Buttolph, americano de nacimiento formado en Julliard y en la Academia de Música de Viena, era un auténtico especialista en el western de segunda fila en la Warner Bros. Dotado de gran facilidad para la melodía y alejado de experimentos más propios de cine psicológico de la época, sus partituras suponen un gran fresco del esplendor de un género arraigado sobre espacios abiertos, vitalista, que centra su mirada en la eterna lucha de buenos contra villanos. Lamentablemente, “Misión de Audaces” no es mejor espejo donde observar la habilidad melódica de Buttolph, aunque sí su capacidad para las orquestaciones. Para ello deberíamos acudir a obras donde fluye su arrebatador dramatismo épico (una de las grandes cimas del western, “Colorado Territory”-1949), su magna concepción de la Americana Tradicional (“Montana”-1950, vehículo para Errol Flyn, o “Westbound”-1959, a las órdenes de Boetticher) o una de las obras más interesantes del género, la irreverente “The Burning Hills” (Colinas Ardientes-1956), cuyo insólito tema central nos sitúa en parajes indisociables al western, a través de una habanera a la que sirve de contrapunto un lírico tema sobre líneas ascendentes en la cuerda.
Uno de los grandes compositores que ha dado el cine ha sido, sin duda, David Raksin. Lamentablemente, nunca ha acaparado la atención merecida, quizás porque a su fino gusto por la melodía debe unirse una inquietud experimental de primer orden, en la mayoría de ocasiones, acompañando a cintas que, precisamente, no le ayudaron a pasar a la historia. Su acercamiento al western no es precisamente prolífico, pero tanto “Jubal” como la extraordinaria “Will Penny” (impresionante su “Eye for an Eye”, corte asentado sobre una variación del tema central aplicado bajo el rigor serialista) se cuentan entre lo mejor del género. Su contribución a “Invitation Of A Gunfighter” es lo más interesante de la presente edición. Su acercamiento es camerístico, evocando la angustia emocional de los personajes, evitando caer en los clichés del género. A su tema principal, que adopta una formulación folk y popular, Raksin suma un tema de amor, de componentes barrocos por el uso del clavecín, insólito y sumamente original, bordeando constantemente la línea de la tonalidad y requiriendo un esfuerzo extra en el oyente, quien debe dejarse arrastrar por este universo inhóspito y desolado que Raksin acaba por diseccionar milimétricamente.
Nada de esto puede decirse de “Guns Of The Magnificent Seven”, cuarta revisitación de la franquicia “Los Siete Magníficos”. Su inclusión en la presente edición se antoja innecesaria, puesto que la partitura se limita a aplicar los temas compuestos por Elmer Bernstein para la primera entrega. Ahí tenemos los leitmotivs asociados a los héroes, el de los villanos (Calvera en el original) y el de los habitantes del pueblo. De hecho, las orquestaciones y la música adicional corren a cargo del dúo de orquestadores de Bernstein, Leo Shuken y Jack Hayes, auténticos responsables del trabajo. Como elementos novedosos, destacar únicamente algunas líneas oscuras, de cariz psicológico, introducidas en el corte “Nightmare” y el dinamismo y rotundidad presentados en “Explosion”.
La presente edición, a cargo de FSM, cuenta con una remasterización a la altura, constituyéndose en una imprescindible colección de trabajos cinematográficos que lamentablemente se ofrecen a 1500 ejemplares (ya agotados). Que el ramillete de scores escogidos se cuente entre las obras menores de sus autores (tanto en términos cualitativos, Raksin al margen, como de popularidad), no significa que no debamos aplaudir la oportunidad de rescatar partituras, de indudable interés, levantadas por una generación de compositores imprescindibles para el conocimiento y la evolución de la disciplina.
10-diciembre-2007
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