David Serna
16 años después de su muerte, la figura de Alex North sigue invicta como paradigma de la mejor música escrita en el Hollywood de la silver age, pero no deja de revelar, al mismo tiempo, una absurda y extraña incomprensión por parte del público generalista e, incluso, de las nuevas generaciones de aficionados a las bandas sonoras, más interesadas por un sonido contemporáneo y acorde con las películas con las que han crecido. Huelga decir que la música de North fue mucho más contemporánea y “moderna” (en el sentido más literal y noble del término) que lo que han escrito infinitud de compositores en décadas posteriores. Pero nunca fue una música “fácil”, emparentada con las melodías populares o con el sinfonismo post-romántico tan extendido por el séptimo arte. Tampoco es que fuese un outsider a lo Jerry Fielding o Leonard Rosenman, pero sus continuas derrotas en las ceremonias de los Oscar llevan a considerar que North era el tipo de compositor perfecto para nominar (y dar caché a las candidaturas) pero no así para premiar. Prueba de ello es que sus partituras, casi siempre, perdían frente a scores más convencionales y atractivos para el gran público, ese capaz de recordar el tema principal de “Exodus”, la balada de “High Noon” o el tema de Lara de “Doctor Zhivago”, pero no los implacables main titles de “Spartacus”, ni el jazz de “A Streetcar Named Desire”, ni la exquisita complejidad de “Shanks” o “Under the Volcano”.
La música escrita por North para una de las muchas (y mejores) adaptaciones fílmicas de “Les misérables” es un perfecto ejemplo de la madurez, el vanguardismo y el grado de introspección que ya demostraba el autor de “The Dead” en sus inicios, y es, a la vez, el tipo de banda sonora que incomprensiblemente pasa desapercibida entre los propios aficionados a la música de cine, comúnmente tildada de “rancia” y “envejecida” cuando, justo lo contrario, emana una modernidad pasmosa para la época, que ni el añejo (este sí) sonido de 1952 consigue aplacar lo más mínimo. En su quinta partitura cinematográfica (tras “A Streetcar Named Desire”, “The 13th Letter”, “Death of a Salesman” y “Viva Zapata!”, todas ellas nominadas al Oscar, excepto la segunda), North volvió a meterse en la piel de unos personajes oprimidos, quizá no tan amargados como los dibujados por Tennessee Williams, pero sí frustrados por un dramático entorno de injusticia y dolor. El clásico relato de Victor Hugo, en el que un pobre hombre es condenado por robar una barra de pan en la Francia de principios del XIX, se transforma, en manos del compositor, en una contundente exposición de la rabia y la incomprensión del ser humano mediante una partitura que, gracias a la impecable edición limitada de Varèse Sarabande, vuelve a ensalzar el genio de North para expresar los conflictos humanos y certifica con claridad (por si quedase algún escéptico) por qué ningún compositor de su época le superó a la hora de transcribir musicalmente toda la carga psicológica y emocional del melodrama más complejo.
Ya desde el arranque, con esas contundentes frases en los metales y la percusión tan características en North (“Main Title”), incluso el oyente menos atento se daría cuenta de que su música, como la de Herrmann, poco tenía que ver con los clichés del Hollywood clásico en general y de un estudio como la Fox en particular, conservador incluso en la temática historicista de sus producciones. De hecho, que Alfred Newman (compositor de una sensibilidad muy diferente al “sonido North”) dirigiese personalmente la partitura de su recién contratado, imprimiéndole un romanticismo y un subrayado emocional más complaciente y acorde con el sonido que él mismo acuñara dentro del estudio, arroja una perspectiva rocambolesca y un tanto irónica, como la del pintor que añade unos pájaros y unas flores a un oscuro paisaje de lluvia. Tendría que llegar “Desiree”, en 1954, para que North dirigiese su primera partitura cinematográfica, pero tampoco puede decirse que los dictados (siempre sabios) de Newman interfiriesen en “Les misérables” de forma dominante, pues el alto voltaje dramático del tema principal, no muy desligado de la intensidad de “Viva Zapata!” en ese mismo año, anticipa con rotundidad la eufórica energía de los main titles de “The Bad Seed”, “Spartacus” y hasta la desquiciante “Journey Into Fear”.
Una vez comienza la historia, la fatalidad y la sensación de pesadumbre que condensa una emotiva melodía para cuerdas y maderas (presentada en “This Is For Your Memory”) servirá para reclamar compasión y piedad para el protagonista en diferentes momentos (los cortes “Order, Order” y “Barricade”), marcando el tono trágico de los episodios con una intensidad creciente y una impecable coherencia dramática, que sólo algunos melodías más tiernas y optimistas logran esquivar, como el amago de love theme para cuerdas y viento que recoge “The Potter Shop”, la alegre melodía para cuerdas y trompeta al comienzo de “Cosette Kisses Jean”, la romántica pieza “The Park/Cosette and Marius” (más cercana a la sensibilidad de Alfred Newman que ninguna otra del score), y la sencilla frase presentada en “Inspector Javert”, rápidamente “contagiada” por la dureza de los acontecimientos a través de un incesante golpeo de percusiones, que progresivamente conducen la partitura hacia su clímax en “Barricade”, un vibrante corte de 11 minutos dominado por maderas y metales en el que los redobles de tambor y un ostinato de seis notas en el piano y las cuerdas aumentan la tensión como sucederá en la batalla final de “Spartacus”, otra historia de esclavos y prisioneros con no pocos aspectos en común.
El “Yes, So Wonderful!” y el aplauso que cierran la edición discográfica de Varèse resumen a la perfección las virtudes de una partitura tan brillante en calidad como poderosa en su aplicación cinematográfica, posiblemente alejada de la maestría de “Cleopatra”, “Dragonslayer” o la citada “Spartacus” pero bien provista (y sobrada) de la garantía que conlleva el legendario nombre de su autor, un compositor del que, con 34 bandas sonoras editadas íntegras hasta la fecha, no puede decirse que se conozca una partitura “mediocre” o, simplemente, “correcta”. Otra cosa son las decisiones que llevan a una prestigiosa discográfica como Varèse Sarabande a limitar su tirada y asegurarse la venta de tan sólo 1000 copias, por supuesto agotadas en 24 horas. Que la mentalidad empresarial de un amante de la música de cine como Robert Townson le lleve a preferir vender 1000 discos de “Les misérables” en un día antes que 2000 de “The Long, Hot Summer” o “Desiree” en meses, o 3000 de “The Racers” o “The Agony and the Ecstasy” (cosa que, aunque aún no haya pasado, acabará sucediendo) repercute tristemente en muchos aficionados que ya no pueden adquirir una joya como “Les misérables” a precio normal y lejos de los especuladores. Pero, como decía Moustache en “Irma la Douce”, “eso es otra historia”…
30-noviembre-2007
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