José-Vidal Rodriguez
”Beowulf” es un popular poema épico anglosajón, de fecha dudosa pero en todo caso anterior al siglo VII, que ya ha sido trasladado al celuloide en anteriores ocasiones (obviaremos al horroroso Christopher Lambert protagonizando aquella cinta de 1999). La historia nos retrotrae a una época de héroes, misticismo y fantasía, en la que el poderoso guerrero Beowulf da muerte al demonio Grendel, el cuál llevaba atemorizando a todo un reino durante años. La consecuencia inmediata de esta acción, es la entrada en escena de su monstruosa y a la vez seductora madre, que desplegará todo su poder y artes de seducción en pos de vengar la muerte de su hijo y saciar su brutal ira acumulada.
Ese genio del entretenimiento llamado Robert Zemeckis, acude a la novedosa técnica digital de la captura de movimientos (como ya hiciera en su anterior “The Polar Express”), para dar forma a este sugerente relato en donde se desmitifican los tópicos asociados al héroe, humanizándolo y convirtiéndolo en un ser vulnerable a corruptelas y excesos de ambición. De este modo, atendemos a un protagonista capaz de alcanzar la heroicidad más absoluta, para luego ceder ante el lado más mísero del alma humana.
El eterno partenaire de Zemeckis, Alan Silvestri, aborda este singular proyecto desde unas premisas que ya se vislumbraron con meridiana claridad en el estreno mundial de aquella suite ofrecida durante su apoteósico concierto del pasado “Soncinemad 2007”. El apabullante sinfonismo “made in Silvestri” (pletórico en orquestaciones sumamente enérgicas, inspirado en su sección melódica y francamente trabajado en su envoltorio armónico), es la base sobre la que el californiano construye una obra poderosa y grandilocuente, perfecto retrato de la épica intrínseca a la leyenda, la cuál no resulta por otro lado ajena a momentos de agradecida introspección.
El poderío intrínseco al personaje protagonista, encuentra en su tema central (“Main Title”) el acompañamiento musical idóneo con el que dotar a este Beowulf de su necesario halo heroico, no exento de ese cariz cínico y sombrío con el que es retratado (o mejor dicho, programado) por el equipo de Zemeckis. De este modo, el tema recurrirá a la amplitud coral y al atronador sonido de las trompas, en pos de desarrollar con masculinidad aquélla magnífica frase de tintes medievos, engalanada armónicamente por un trasfondo sintético, quizás heredado de partituras inmediatamente anteriores del autor (“Tomb Raider 2” o, en mayor medida, “Van Helsing”). Este uso de la electrónica, siempre sutil y condicionado a la preponderancia orquestal pura, resulta también apropiado si lo analizamos desde el punto de vista de un elemento que potencia la asimilación sonora del indiscutible tono vanguardista de la cinta.
La intencionada brutalidad de aquel tema central, se ve complementada por otra serie de bloques en las que Silvestri no escatima ni un sólo recurso orquestal para convertir dichos fragmentos en auténticos tours-de-force de considerable prominencia. La explosividad y premura de cortes tales como “I Did Not Win The Race“, “Second Grendel Attack” o el extenso y brutal “Beowulf Slays The Beast”, siguen demostrando esa tremenda habilidad del compositor californiano a la hora de afrontar secuencias de acción, con un endiablado diálogo metales-percusión que, aún constante y algo manido en la impronta del autor, despertará de nuevo el entusiasmo entre sus seguidores.
En contraposición a esta agresividad sinfónica ciertamente adrenalítica, Alan desarrolla otras dos ideas musicales similares en importancia: aquélla que aparece como énfasis a las malas artes del personaje de Angelina Jolie (“The Seduction”), un tema sinuoso y entregado al misterio de cuerdas y timbres. Auqnue más melódico y sugerente se presenta el segundo motivo contenido en los cortes “I Am Beowulf“ y “He Was The Best Of Us”, el cuál parte de un claro acabado épico-introspectivo, para después abrazarse a una música crepuscular y melodramática, reutilizando Silvestri de este modo una fórmula musical similar a la usada en su magnífico ”Judge Dredd”. De hecho, esta especie de contratema es el que aplicará a los instantes de flaqueza del héroe, en donde su imagen acaba por humanizarse a ojos del espectador (como ya sucedía de alguna forma en aquel score de 1995). Un motivo éste, del que además Silvestri arranca momentos de verdadera emotividad a los coros.
Sin lugar a dudas, una de las más gratas sorpresas del álbum la constituye el hecho de atender a aquella intachable interpretación solista de la actriz Robin Wright de las dos canciones “Gently As She Goes” y “A Hero Comes Home”, cuyas letras recaen de nuevo en la talentosa cabeza pensante de Glenn Ballard. La sensual voz de la actriz (cuyo rostro quizás no resulte muy logrado en su personificación de Wealthow), consigue aportar ese toque de sensibilidad femenina, en ese tono casi juglar que acaba por resultar ciertamente adecuado como antítesis a la vigorosidad y violencia del resto de cortes. Sin alardes y casi desde los susurros, la Wright consigue transmitir una dulzura arrebatadora al oyente.
Siendo una partitura de muy grata escucha, imponente en sus formas y de total adecuación con respecto a la estética del filme, lo cierto es que la misma ratifica sólo en parte la tremenda expectación generada por este ”Beowulf” de Silvestri. Quizás falten momentos de mayor brillantez musical; quizás la magnificencia de su tema central disimule otros fragmentos menos desarrollados del trabajo, o seguramente resulte un score con sonoridades algo predecibles dentro del universo silvestriano. Sea como fuere, sus intachables resultados vuelven a poner de manifiesto la profesionalidad de un autor que sigue fiel a su estilo, que se resiste a ceder ante ese way of composing imperante en el Hollywood actual, encontrando un valuarte fundamental de inspiración -como casi siempre-, en el estrecho entendimiento con su fiel amigo Robert Zemeckis.
28-noviembre-2007
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