Ignacio Garrido
Dedicarle palabras una vez más al binomio compuesto por el compositor Howard Shore y el director David Cronenberg, es ahondar en una de las más sólidas colaboraciones entre un músico y un realizador del cine contemporáneo. De hecho podemos aseverar que entre un enorme músico y un genial realizador, cuyas señas de identidad conjuntas, superan con creces cualquier atisbo de duda sobre su calidad sea cual fuere el motivo de unión o la excusa cinematográfica con la que nos presenten su nuevo plato.
“Promesas del Este” se enmarca dentro de un tipo de cine, que sin perder la esencia cronenbergiana de la violencia, dista en parte del grueso temático de su filmografía. Por el contrario el trabajo de Shore, se encauza más que nunca con la pureza de su discurso musical; sencillo, directo, visceral y tan brillantemente concebido como sobriamente ejecutado. La simplicidad de los conceptos que el canadiense maneja, así como la maestría que demuestra en ellos, en su evolución, desarrollo e imbricación, dan testimonio de la sobrada holgura con la que es capaz de crear, aparentemente sin demasiados esfuerzos, la que será sin duda una de las mejores bandas sonoras del presente año.
El diario de una prostituta muerta cae en manos de una enfermera (Naomi Watts), que arrastrada por la narración que en el se encuentra, comienza a investigar las experiencias de la malograda chica. Escudriñando poco a poco entre los entresijos de la mafia rusa afincada en Londres a los que alude la historia del escrito, esta conocerá a un secuaz (Viggo Mortensen) que verá truncada su carrera por escalar posiciones dentro de los estamentos de la organización, al debatirse entre prestarle ayuda y la lealtad al clan.
Basándose en dos ideas primordiales como asociación emocional, el recuerdo y voz de la joven muerta, tanto como el origen ruso del grupo criminal y por extensión del protagonista masculino, el compositor desgrana un trabajo tan consistente, como cargado de finura por el que planea (de forma totalmente lícita al ser parte de la esencia de Shore) algo del minimalismo tan caro a la música cinematográfica de nuestros días. El primer tema dedicado a la mafia hará las veces de principal y hace su aparición, a modo de obertura, en corte que abre el disco, “Eastern Promises”, una melodía interpretada de forma soberbia por el violín solista de Nicola Benedetti, cuya enorme belleza radica tanto en la simplicidad de su construcción, como en el sutil acompañamiento orquestal que la envuelve y las florituras que la adornan en su desarrollo. Tras esto, se transmutará en un pasaje lúgubre, de poso trágico, que se cierra con gran calado emocional una vez se recupera para el mismo el protagonismo de la joven violinista.
La brillantez de este arranque, que podría funcionar perfectamente como pieza de concierto a la Williams, da paso a “Tatiana” tema asociado a la prostituta y en el que Shore vuelca todo el sentimiento dramático y desgarrador del que ya hizo parcialmente gala en otra magnífica banda sonora para Cronenberg: “M. Butterfly” (haciéndose en aquella eco directo de Puccini). Un ejercicio de virtuosismo al violín de nuevo de la mano de Benedetti, que fluye hacia el carácter localista ruso en las figuras que durante el mismo se ejecutan y en los tintes étnicos de la cuidada orquestación (la balalaika y el címbalo así lo atestiguan) marca de la casa. Otro gran fragmento que podría convencer al oyente más elevado.
Cortes como “London Streets” o “Sometimes Birth and Death Go Together”, van introduciéndonos en materia con dosificados apuntes de suspense y melancolía, citando de forma intermitente el tema central, al tiempo que por ejemplo “Trafalgar Hospital” o “Nikolai" lo retoman de forma plena con brevedad y elegancia. Mientras “Vory v Zakone” a priori de menor relevancia alude con una sutileza encomiable (incluso recordando por instantes a “Looking for Richard”) a la nobleza del protagonista a la hora de ascender dentro de la estructura estamentaria de los criminales casi de forma medieval, tras el que aparecerá el canto popular ruso “Slavery and Suffering” ejecutado por el Red Army Choir.
En “Kirill” asistimos a un ejemplo de contención y síntesis, donde la orquestación étnica antes mencionada se ve acompasada milimétricamente por la estructura de los acordes típicos del autor de “Seven”. Con “Anna Khitrova” llegamos a uno de los momentos culminantes de la banda sonora, un recorrido exquisito por los elementos claves de la sensibilidad shoeriana unidos la inspiración eslava del film, que de forma magistral se conjugan y funden con otra portentosa intervención de Benedetti. Instantes más acordes con las constantes del binomio director-músico, al tiempo que lugares comunes de sus uniones previas se atisban en “Nine Elms”, hasta alcanzar, tras el reposo de “Like a place in the Bible”, el tour de force final de “Trans-Siberian Diary”, una apabullante culminación del material temario básico donde la London Philarmonic Orchestra despliega su innegable poderío de forma impresionante, en el único derroche plenamente sinfónico de la obra.
La breve duración del disco –impecablemente editado por Sony en esta ocasión y no por la habitual New Line– no sólo hace disfrutar innumerables veces de su audición, sino que da fe de lo imprescindible de la presencia en el panorama fílmico de Howard Shore, al que perdonándole sus pequeños traspiés (“The Last Mimzy”) no podemos sino seguir y ensalzar de forma continua y ferviente, habida cuenta de que su talento permanece tan intacto como su continua reinvención. Trabajos como éste demuestran que con un par de líneas bien trazadas, su arrolladora personalidad y esa chispa de genio a la que nos tiene mal acostumbrados, puede conseguir elevar la calidad media de la música de cine actual con su sola presencia.
22-octubre-2007
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