Ignacio Garrido
Concebida como un atípico western por su director Gonzalo Suarez, la historia de “El Portero” nos cuenta las aventuras de un guardameta en el norte de la España de mitad del siglo pasado. El film sirve, en el apartado que nos atañe, para presentar algunas de las muchas virtudes compositivas y formativas de un músico pleno, capaz de hilar con éxito indiscutible cada género al que se aproxima.
Carles Cases aborda el film, tras la genial colaboración previa con el realizador en “Mi nombre es sombra” (quizás todavía el mejor trabajo del compositor para la gran pantalla), de una forma sorprendente dentro de los cánones nacionales, pues sin carencias de ningún tipo, el acabado de la construcción musical, la orquestación o el abanico temático no dejan lugar a dudas sobre la capacidad del autor para construir música de western con toda la solidez y convicción de un maestro.
Alguien dijo en una ocasión que componer para un film del oeste suponía la prueba de fuego de todo gran músico cinematográfico, pues servía para comprobar su pericia a la hora de cumplir con éxito en el género más difícil al que aproximarse sin caer en la inconsistencia, lo trivial o el mero empleo de un lenguaje ajeno. Las líneas estilísticas impuestas por Tiomkin y Bernstein en el continente americano y las de Morricone en el europeo, fueron las bases de las que muy pocos consiguieron escapar durante los periodos de esplendor del western para ofrecer algo más, algo no dicho previamente y con sentido musical autónomo para con el transcurso de la propia evolución musical del compositor que se atreviese a abordarlo con ideas propias.
Cases consigue con "El Portero", por exagerado que pueda parecer esta afirmación a priori, acercarse estilísticamente y sin perder la propia entidad, a la capacidad expresiva del único nombre que sobresale junto a los de los antes mencionados como responsable de cierta si no renovación al menos si aportación de algo diferente a este campo; Jerry Goldsmith. Con este nombre en la memoria podemos abordar la audición de este trabajo con una deliciosa sonrisa continua en nuestro rostro y un claro regusto a clásico que tan solo los grandes son capaces de alcanzar. Carles lo es.
El disco, editado escuetamente por la casa discográfica JMB, se abre con el corte que da título al film, “El portero” un tema de resonancias cómicas, casi paródicas en su inicio para armónica y steel guitar contrapunteadas por la cuerda en pizzicatos y figuras americanas inconfundibles. Pero rápidamente el tema entra en un exquisito desarrollo orquestal y melódico, tan descriptivo como brillantemente orquestado. “Balada y velada” presenta un delicado tema de amor para viento-madera donde la belleza de su melodía se entremezcla con la sutil intervención de una sonoridad cuasi barroca (tan cara al compositor) en las formas que la cierran, completándose así uno de los momentos más hermosos del disco.
En “El número uno”, un pequeño scherzo de ánimo vitalista, se recupera el ambiente coplandesco con un pizpireto ostinato en la cuerda durante su sección central que nos lleva in crescendo y directamente al far west, mientras en “Ha llegado Nardo” se mezclan de forma genial la sonoridad americana, con la inspiración clasicista. Aunque si de sorpresa se trata, la pista “Los maquis” es la que se lleva la palma, un carrusel de inventiva donde tiene cabida el punteo rítmico para cuerda, la susurrante intervención vocal masculina o la percusión polifónica que da paso a un nuevo tema con estructura de canon que se desliza hacia la marcha cómica y que finaliza con un inquietante acorde para cuerdas. Todo un tour de force de fusión y creatividad para el mejor pasaje de la banda sonora que tiene su curiosa continuación temática en “La guardia Lada”, otro fragmento memorable.
Otro momento que oscila entre lo burlesco, lo animoso y lo colorista es “Al cuartelillo”, mientras en “Western” se rinde todo un homenaje al propio título del corte retomando el tema inicial en su mejor versión con un desarrollo completo de los recursos más importantes del género. Y para finalizar está “Camino de contrabandistas” una sección triste y algo melancólica que concluye el disco de forma calmada y elegíaca con unas sosegantes figuras para violines, demostrando que no hay palo que Cases no sepa tocar.
En resumidas cuentas, “El portero” constituye ante todo el fehaciente hecho de la vigorosidad musical de un compositor que se cuenta, sin ninguna duda, entre lo más granado del panorama cinematográfico español, un nombre que se merece el respeto de todo aficionado a la composición para cine que se precie de serlo, aparte de una inexcusable asignatura pendiente para todos aquellos que todavía no conozcan su obra. Esta que nos ocupa es tan excelente y recomendable como cualquier otra de las muchas que con su misma (o mayor si cabe) calidad pueden servir para acercarse a él.
12-octubre-2007
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