Miguel Ángel Ordóñez
Yasushi Akutagawa, el menos conocido del sannin no kai (Grupo de Los Tres que incluye a Toshiro Mayuzumi e Ikuma Dan, aunque algunos, por su influencia, hablan de un cuarto componente, Toru Takemitsu), formación que revoluciona la música oriental en los 60 con la introducción de texturas musicales contemporáneas, es uno de esos compositores semidesconocidos en Occidente que es necesario ir reivindicando. Alumno de Hashimoto, del que cultiva su lirismo, y de Ifukube, con el que entronca en su aplicación del dinamismo, la carrera de Akutagawa se adscribe a tres corrientes musicales bien diferenciadas.
La primera (entre 1947 y 1957), es una etapa marcada por la influencia de las enseñanzas de sus maestros japoneses y por su viaje clandestino a Rusia, donde descubrirá a Prokofiev, Stravinsky y Kabalevsky. Corolario de la misma será su fantástica “Trinita Sinfonica” (publicada en Naxos) y sus mejores esfuerzos cinematográficos con “The Four Chimneys”, partitura cimentada sobre ostinatos que remiten claramente a Ifukube, y “Dozanshi”, donde la influencia de Hashimoto abraza una obra preciosista estructurada como un concierto para piano.
La segunda etapa abarca desde 1957 a 1967 y viene marcada por su adscripción al Grupo de Los Tres. El empleo de técnicas avant-garde combinadas con el tradicional sentido de la belleza japonés, dando primacía a silencios, intervalos y ruidos, acercará a Akutagawa a maestros como Mayuzumi y Takemitsu, con los que entabla amistad a través del círculo de Hayasaka. El empleo de la microtonalidad en “Nymbe” o el cromatismo, atonalismo y la disonancia de su “Ellora Symphony” son ejemplos de este ciclo. En el cine, sin embargo, no existe una línea heterogénea respecto de su anterior etapa, aunque el empleo de técnicas dodecafónicas está presente en trabajos interesantes como “An Actor´s Revenge” y la magnífica “The Scarlet Camellia”.
Quizás la etapa más productiva de Akutagawa sea la última (a partir de 1967), precisamente porque adoptadas las influencias que le han servido para enriquecer su estilo, marca nuevas pautas de acercamiento al público logrando un híbrido entre las anteriores, destacando por su exacerbado lirismo y por un refinamiento en la forma, con obras como la “Ostinata Sinfonica” o “Rapsodia”.
Precisamente la recuperación por parte de Universal Japan, de tres importantes obras de Akutagawa realizadas a finales de los 70 y dirigidas por Yoshitaro Nomura, sirven de perfecta excusa para un acercamiento al universo sonoro de este particular compositor y a una mejor comprensión de su trabajo cinematográfico en ésta, su última etapa creativa (marcada también por obras de la importancia de “Portrait of Hell” o la bellísima “Mount Hakkoda”).
“Village of Eight Gravestones” (1977) es una de las obras maestras de Akutagawa. Construido sobre una triple temática sonora: la épica, la que apela al thriller y la romántica; el filme narra la venganza milenaria de unos samurais sobre una propiedad heredada por Tatsuya, un operador de tráfico aéreo que ve cambiar su vida a la muerte de su tío. Un filme de fantasmas que se aleja del atrevimiento con que Kobayashi se acerca al tema en su prodigiosa “Kwaidan”, una de las grandes cimas del moderno cine japonés donde Takemitsu construía una fantástica partitura orgánica en la que primaba el desasosiego. Sin embargo el convencionalismo que Yoshitaro imprime a la trama requiere que el acercamiento de Akutagawa sea bien distinto. Con un lenguaje que mezcla las tesis postrománticas y un cierto aire disonante, el maestro nipón edifica un score soberbio por su conciso diseño musical entre épocas, marcado por un tratamiento épico de la maldición (extraordinario su tema central), un poderoso y lírico tema romántico preludiado por un vals (corte 16) y una cohorte de temas circunscritos al misterio y a lo fantasmagórico, donde a través de ostinatos y disonancias diseña un paisaje desolado y claustrofóbico.
Mucho menos interesante se presenta “The Incident” (1978). Principalmente porque esta turbia historia de trasfondo judicial, donde nada es lo que parece, evidencia un escaso interés por incidir en los aspectos criminales de la trama, en beneficio de un score que apela a la pasión desenfrenada y los celos (temas comunes en el universo fílmico de Nomura), argumento sobre el que Akutagawa aplica un bello tema de fuerte impronta dramática según los imperativos comerciales de la época, a caballo entre el lirismo de Legrand y el trasnochado convencionalismo de Hefti (órgano Hammond incluido). Un trabajo algo impersonal que gana enteros cuando se adentra precisamente en los vericuetos de la culpabilidad y el remordimiento, ya sea en las innumerables variaciones de un tema central que remite a lo obsesivo, desde una perspectiva casi malsana, o a la contrición que Akutagawa acaba aplicando a un motivo secundario centrado en los chelos.
Sin embargo, el compositor japonés vuelve a mostrarse espléndido en “The Demon” (1978), un cuento glacial y complejo de traición y asesinato. Un filme durísimo sobre el maltrato infantil, donde una amante despechada deja al cargo de su padre, casado con otra mujer, a un muchacho que acabará sufriendo las consecuencias de un peligroso triángulo amoroso. Akutagawa construye un vigoroso score donde su tema central, el del muchacho, presentado bajo aires de atracción de feria, ingenuo y vivo, va adquiriendo tintes afligidos y macabros a medida que avanza la trama, perdiendo, al fin y al cabo, todo elemento infantil gracias a la compleja armonía y contrapunto que cimienta Akutagawa a su alrededor (los tres adultos en conflicto). Un tema romántico (corte 33, disco 2) sirve de contrapeso a una sucesión de motivos disonantes que salpican una narración accidentada, oscura y por momentos, barroca. Un magnífico score gracias al contraste e impacto que su opaca sonoridad provoca en el universo visual diseñado por Nomura.
8-octubre-2007
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