Miguel Ángel Ordóñez
Aunque no sea normal construir la casa desde el tejado, esta crítica se sustenta en una inicial y personal declaración de intenciones: la congratulación hacia el sello La-La Land por la recuperación del score completo del “Godzilla” de Arnold, su mejor trabajo hasta la fecha junto al adrenalítico “Tomorrow Never Dies”, particular arranque del inglés en la franquicia del agente secreto James Bond.
A partir de aquí viene lo difícil: justificarles esta afirmación frente a la opinión casi unánime que considera “Stargate” e “Independence Day” como trabajos superiores al presente. Conjunto de obras, que a la postre, forman la trilogía de Roland Emmerich (director) y Dean Devlin (productor), ambos guionistas, sobre el intervencionismo americano (su particular cultura de la violencia) disfrazado de grandilocuente ciencia-ficción. Un discurso ridículamente autoritario que presume de colocar a los americanos como garantes de un futuro sujeto a dictaduras oprobiosas, ya se enmascaren bajo una tiránica civilización inteligente que construye las pirámides de Egipto a golpe de genocidio; bajo el imperio del terror marcado por unos extraterrestres que, como alemanes a la caza de su “Mallorca veraniega”, pretenden colonizar una Tierra salvada in extremis por un puñado de idiotas descerebrados; o a través de un ser monstruoso, hija de la era post-nuclear, que viaja a lo largo del Pacífico con la inocente intención de plantar a su prole en el metro de Nueva York. Un tipo listo este Emmerich. La paráfrasis del mercenario.
Sin duda, “Godzilla” es la cinta más salvable de todo este repugnante cine. Quizás por su falta de pretensiones respecto a los precedentes (¿no les parece que en “Independence Day” lo único salvable son las interpretaciones del perro y los marcianos o que al menos tienen los papeles más verosímiles?), por no tomarse demasiado en serio a sí misma gracias a ese toque ¿cómico? insuflado por un despistado agente secreto francés más preocupado por la horrible comida americana que por derrocar a la bestia o por un patético alcalde que se erige en el personaje mejor dibujado por el alemán (el único imbécil consciente de serlo), o quizás porque es el típico divertimento gozosamente malo en el que al menos te molestas en contar el número de madelman-humanos que son pisoteados por esta iguana que se pasó dos pueblos al meterse hormona del crecimiento (me resulta más entrañable esta visión que la real). Que quieren que les diga, cine de serie Z (con presupuesto A) que se ve con una sonrisa en la boca, como aquellas películas que antaño filmaran tantos artesanos con dos duros. Claro que dejando a un lado ese requisito tan fugaz llamado “talento”, ¿no deberíamos valorar en función de los recursos económicos o al menos exigir en proporción a ellos?.
Pero, ¿por qué el score de “Godzilla” es superior a sus precedentes?. Básicamente, porque tanto “Stargate” como “Independence Day” eran trabajos construidos alrededor de una temática más uniforme que pretendía ante todo sublimar los componentes épicos de la historia, recubriéndola de un engreimiento difícilmente digerible. Elementos patrióticos, secundados por un desproporcionado uso de los coros que acentuaban aún más la ridiculez de la propuesta fílmica. “Godzilla”, sin embargo, se embarca en los postulados del cine palomitero, del puro espectáculo, anclándose con fuerza en los dispositivos formulistas del cine convencional, sin pretender traspasarlos en vano. Desde esta perspectiva “Godzilla” es irreprochable al presentarse como un pasatiempo impecable que sujeto a las reglas del incidentalismo descriptivo ofrece una pléyade amplia de tramas y subtramas musicales que ayudan a vigorizar un entretenimiento vacío y hueco. Brillantes orquestaciones, poderosos ejercicios de estilo marcados por la acción y la aventura, motivos oscuros alejados de esa neutralidad lasciva que tanto pone a los productores actuales de la maquinaria hollywoodiense (el ahora intrusista posicionamiento emocional), melodías románticas y nobles, forman una coctelera de clichés elevados a la quintaesencia de la efectividad que demuestran el interés de Arnold por ofrecer un espectáculo a la altura del presupuesto. Además, mientras “Stargate”, pese a quien le pese, es una obra primeriza que adolece de buenas ideas que no siempre están adecuadamente construidas (“Henry V” de Doyle es otro ejemplo de aplicación de magníficas melodías con una decepcionante, en ocasiones, armonización), “Godzilla” destaca precisamente por la inmejorable construcción de sus armonías, por el uso del contrapunto y por una instrumentación vigorosa y apabullante.
Como disco, al margen de la propia película, “Godzilla” es una gozada. Dejando a un lado la impresionante capacidad de Arnold para acompañar la acción (“Helicopter Chase”, “Egg Discovery”, “The Garden Gets It”, el extraordinario “Taxi Chase & Clue”), donde su discurso entronca con “Tomorrow Never Dies”, el inglés construye toda una serie de temas y leitmotiv que contribuyen a la definición de los personajes, ideas musicales que parecen evolucionar más allá de lo que lo hacen sus protagonistas de cartón piedra. En este sentido, Arnold parece luchar siempre contra las intenciones de Emmerich. Frente a la, al menos, inteligente presentación del monstruo como consecuencia de la creciente proliferación de ensayos nucleares que éste realiza en los main titles de la cinta (“The Beggining”), el inglés dota a la escena de una sofisticación inusitada, gracias al oscuro y amenazante motivo de cinco notas asociado al monstruo (elevadas a ocho con la introducción de un submotivo de tres que parte de aquél y que funciona como leitmotiv que anticipa su presencia). Arnold construirá para el desenlace un contratema épico (“The End”) que apoyado también sobre cinco notas, ejemplarizará la victoria del bien sobre el mal, aportando la unidad deseada con el uso de coros (todo ello para una escena sonrojante “made in USA” de felicitaciones, vítores y demás viandas).
Junto a la construcción de pequeños motivos secundarios que perfilan subtramas innecesarias: el tema de amor para Nick y Audrey (“Nick and Audrey”), la forzada comicidad asociada al personaje de Jean Reno (“French Coffee”, “He´s Preparing to Feed”), Arnold fabrica uno de sus mejores temas para presentar a la armada que luchará contra Godzilla (“Evacuation”), una noble melodía que lamentablemente salpicará la acción de manera breve en lo sucesivo y que hubiera dado mucho mayor juego a tenor de la confesión que el propio Arnold realiza en el libreto del CD. A pesar de ello, podemos quedarnos con la maravillosa, aunque efímera, variación que emerge en “Command Enters City”.
“Godzilla” es el ejemplo perfecto de un score muy superior a la obra fílmica sobre la que se asienta. Una suerte de cine-sol (lo que acontece en sus delimitados espacios geográficos tiene efectos globales), el de Emmerich, que parece emular en pretensiones esa vieja idea kubrickiana consistente en rodar la película definitiva sobre un tema capital. Tras su versión palomitera sobre las destrucciones que se avecinan por el cambio climático, ahora nos amenaza con un nuevo remake de “Viaje Alucinante” y con su particular visión de la era prehistórica (junto a su nuevo mentor musical, el compositor alemán Harald Kloser, ¡quien hace ahora labores también de guionista!) en “10.000 B.C”. ¿Será americano el hombre de Cromagnon?.
24-septiembre-2007
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