Miguel Ángel Ordóñez
Tras la desagradable experiencia sufrida un año antes con el rechazo de su score para el “2001” de Kubrick, North afrontaba otro proyecto en el que surgían graves problemas desde el punto de vista musical (cortes mutilados o rechazados, alimentando escenas para los que no fueron compuestos). La crónica de una muerte anunciada. El ocaso de unos dioses devorados por nuevas formas de composición, más acordes al gusto popular. Los grandes maestros musicales de la era clásica del cine habían sido prematuramente jubilados. Aquellos que habían nacido para la escena al albor de los 50 (salvo excepciones, como la de Bernstein) eran fagocitados con la llegada del pop al séptimo arte, alejados del cine de gran presupuesto.
El ejemplo de Alex North es sintomático. Las nuevas vías exploratorias iniciadas en el campo de la música cinematográfica durante los 50 (con North y Rosenman como abanderados) habían dejado de tener vigencia. Paradojas del destino: el gran éxito profesional llegaba a North iniciados los 60 con filmes mastodónticos como “Espartaco” y “Cleopatra”, sin embargo el grave fracaso económico de la segunda representaba la defunción de una manera de hacer y ver el cine. Las Productoras consideraban necesario un cambio completo en una industria que se jugaba su propia supervivencia. Tras “La brigada del diablo”, un gran profesional como North se veía confinado a producciones outsiders o bajo el amparo de directores obstinados en seguir haciendo un cine libre pero clásico (Huston), terreno en el que continuaría asombrando con su lenguaje único y propio. La industria devorando a sus hijos.
El éxito de un cine bélico patriótico que laurea a héroes anónimos dispuestos a dar la vida por un país bajo la amenaza del totalitarismo germano (“El desafío de las águilas”, “Operación Crossbow”, “Los violentos de Kelly” o “Los cañones de Navarone”), no es sino el intento de poner la industria cinematográfica americana al servicio de un gobierno que necesita el máximo apoyo en sus aventuras colonizadoras (Vietnam). “Doce del patíbulo” y “La brigada del diablo” (ambas de 1968) se edifican sobre un cine viril destinado a hombres que por muy baja que sea su condición social encuentran el leitmotiv de su existencia en la entrega y la disciplina.
Ese es el punto de partida utilizado por North en su acercamiento emocional a “La brigada del diablo”. Música que potencia la sensación de grupo, carente de elementos individuales que entorpezcan una narración puesta al servicio de la colectividad. Aquellos componentes destinados a tocar la fibra sensible del espectador (la muerte del amigo, la acción más heroica posible a costa de la vida propia…) son deliberadamente subrayados con el silencio, consiguiendo hacer pasar una hábil y por momentos cómica ficción por un violento y realista espectáculo bélico donde las emboscadas se tiñen de vivo color rojo.
Un ejército de maleantes, americanos reclutados en cárceles y tugurios, otro disciplinado y recio, canadienses con ascendencia escocesa e irlandesa. Un objetivo común: lograr una unidad de combate de fuerzas especiales. Sobre esa aparentemente sencilla idea, North cimienta dos temas que conviven a lo largo de toda la partitura. El destinado a los americanos es rotundo, marcial, indisciplinado, honesto (“Main Title”), resumen perfecto de los componentes del grupo. El canadiense es una adaptación del famoso “Scotland the Brave”, preconcebido, adiestrado, uniforme. Magníficamente introducidos por North, ambos servirán milimétricamente a la trama, siendo adaptados según las circunstancias. Primero enfrentando sus melodías con un irresistible aire cómico (“30 Mile Hike”) como resultado de la difícil convivencia entre ambos grupos, posteriormente apoyándose, una vez lograda la unidad de intereses, sobre pasajes donde North demuestra su exquisito gusto armónico sirviendo para momentos de rudo dramatismo (“Santa Elia Wrap-Up”) o adaptado a instantes de tensión y suspense (“Climb Up the Mountain”).
Sólo al final del viaje de nuestros protagonistas, enfrentados a la muerte y el destino, North romperá esa unidad estilística realizando un velado homenaje a su score para “Viva Zapata!”, al abrazar dos escenas con más de quince años de separación entre ambas: las vidas de Emiliano (Brando) y el Coronel Frederick (Holden) pasan fugazmente a través de sus penetrantes miradas, inconscientes de estar a un paso de la leyenda (“Surrender Aftermath”).
Con una instrumentación que bascula poderosamente sobre metales y percusiones (la sección de cuerda se limita a diez chelos), esta edición de Intrada viene a cubrir el hueco de aquel limitado engendro publicado en su momento (en formato LP) por United Artists, donde se mezclaba sin sentido piezas diegéticas compuestas por el propio North (a destacar la camerística “The Domestic General”), adaptaciones del score a cargo de la Leroy Holmes Orchestra y piezas estándar de jazz que provocaban el desconcierto más absoluto en el oyente. La oportunidad de adquirir un North inédito, aunque éste sea menor, no debe desdeñarse en los tiempos de oscurantismo que corren.
30-julio-2007
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