José-Vidal Rodriguez
En pleno auge de las producciones bélicas sobre la Segunda Guerra Mundial (aunque ya dentro de un período en donde las intenciones propagandísticas cedieron frente a un tratamiento realista de la confrontación, o incluso ante aproximaciones cercanas a la parodia), Robert Aldrich dirigía en 1967 la estimulante y tremendamente popular ”Doce del Patíbulo”. Un espléndido reparto coral da forma a ese singular argumento -principal acierto del largometraje- que rehuye los tópicos y clichés de aquél aluvión de cintas bélicas casi miméticas rodadas en la época: doce soldados americanos condenados por diversos delitos de guerra, podrán ver perdonadas sus penas si acceden a encabezar un comando con una misión en territorio nazi, tan crucial para el Alto Mando como absolutamente suicida. La elección que se les plantea, por tanto, es vivir -en el mejor de los casos- recluidos con deshonor en prisión, o purgar sus culpas en el campo de batalla, con la muerte como presumible desenlace a tan arriesgado cometido.
Frank DeVol, compositor al que le unía una estrechísima relación Aldrich (tanto es así que al fallecimiento del cineasta, abandonó su carrera en la música de cine), fue considerado en su momento como uno más de esos habituales supuestos de autor anclado en lo menor, un artista que pese a sus casi siempre correctos resultados al pentagrama, nunca cuajó más allá de aquél reducido marco de registros en los que intervino. Su formación ajena al mundo cinematográfico (trabajó como director de bandas, compositor de canciones y letrista), así como la carencia en su curriculum de una obra verdaderamente trascendental, condicionaron su tradicional exclusión de la primera línea hollywoodiense, limitándose a musicar numerosas soft comedies que le reportarían en cambio gran aceptación popular en la década de los 60.
Sin embargo, los detractores del autor no pueden argumentar como casual el hecho de atesorar en su curriculum casi 70 bandas sonoras compuestas hasta su retiro en 1983, incluyendo una nominación al Oscar por su agradable partitura para “Hush, Hush... Sweet Charlotte”.
Si bien la repercusión comercial de ésta ”The Dirty Dozen” no radica precisamente en la especial calidad de su soundtrack (que eso sí, tuvo numerosas ediciones a lo largo de los años), lo cierto es que resulta al menos una interesante muestra de aquél DeVol ajeno a la melodía ligera y tarareable que estigmatizó buena parte de su filmografía. Al igual que ya sucediera en trabajos anteriores, tales como “The Flight of The Phoenix” (también a las órdenes de su inseparable Aldrich), el autor abandona aquella vena easy listening, en favor de un tratamiento estructural mucho más riguroso en lo relativo a su apego e intencionalidades para con la imagen.
De esta forma, una de las principales características del score es la aproximación musical socarrona con la que DeVol representa la formación y adiestramiento de este grupo de desalmados delincuentes, convertidos por “descarte” en la única esperanza para el Alto Mando yanqui. Siempre en consonancia con esa vis cómico-irónica (reflejada sobre todo en la brillante interpretación de Telly Savalas), con la que Aldrich presenta al espectador la camaradería de tan insólito comando, el compositor ahonda con oficio en los sonidos entregados a lo marcial, afianzados en un sencillísimo motivo a cuatro notas de cariz heroico (“Main Title”) y su consiguiente aderezo percusivo en pos del enaltecimiento del entorno militar; pero a la vez fusiona desenfadados apuntes líricos, que enfatizan aquella comicidad intrínseca a la primera hora de metraje (“The Builders / Train Time”, “Latrine Frolic” o la sensual “Toast Prosties”).
Para potenciar aún más este tono, DeVol introduce asimismo alusiones a populares himnos patrióticos (por ejemplo, el “Semper Fidelis”), así como una canción que se hizo relativamente popular en su momento con la voz de Trini Lopez: “Bramble Bush”, balada pop pre-setentera con la que Aldrich acaba por confirmar sus intenciones “amables” para con la crueldad soterrada de la historia y sus rudos protagonistas.
Si bien durante la primera mitad del trabajo DeVol logra convencer con este tratamiento musical perfectamente ligado a la estética deseada por el director, es por contra en los fragmentos dedicados al devenir de la misión en sí, en donde el autor ofrece unos resultados francamente desiguales, carentes de la chispa que la acción y el dramatismo requerían. Mostrándose algo incómodo en la recreación del ambiente belicista propiamente dicho, sus propuestas se ven condicionadas por el cambio argumental de la cinta hacia la tensión y el peligro (exentas ya de ese agradable tono cuasi cómico del comienzo), y se traducen en planas frases descriptivas excesivamente frías (“The Capture, “The Rope”), en las que opta por un equilibrio -necesario, por otro lado- entre lo disonante, lo meramente ambiental y las referencias constantes a aquél mencionado leitmotiv de cuatro notas, presentado ahora en clave expectante.
Quizás una de las excepciones a la “desidia” musical de esta sección, la constituye el extenso corte “Prior to Melee-Mater / Prelude in Three Parts”, en donde el autor acude a una original amalgama de “caos orquestal” con referencias clásicas que, esta vez sí, dinamiza las secuencias con solventes resultados.
No cabe duda que ”The Dirty Dozen” dista de constituir una obra absolutamente reivindicable en nuestros días. Pero sea como fuere, la impecable edición del sello Film Score Monthly (que en sus casi 80 minutos de duración, incluye también curiosos cortes diegéticos y versiones alternativas), nos sirve para apreciar en su justa medida tanto la profesionalidad indiscutible de Frank DeVol, como sus marcados altibajos a la hora de apuntalar ciertos registros; carencias éstas que provocaron su tradicional encasillamiento en producciones hoy por hoy intrascendentes.
14-junio-2007
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