Manuel Ruiz del Corral
La historia de Carlota y su telaraña, celebérrimo clásico infantil de amistad y fantasía (al menos, en las Américas) de E.B. White, es llevada por primera vez al cine bajo la batuta de Gary Winick, un director con reducido currículum y fundamentalmente centrado en comedias románticas. La apuesta musical es de fuertes garantías, ya que viene firmada por el siempre solvente Danny Elfman, en uno de los escenarios donde, sin lugar a dudas, mejor se maneja.
Desafortunadamente, tras una atenta escucha general al score de esta edición discográfica (relativamente generoso, con 50 minutos de música original), se deduce vagamente que el concepto y las pretensiones musicales son poco arriesgadas.
La aproximación conceptual me deja entrever demasiadas comodidades: por una parte, el uso de un sonido harto consolidado en películas de esta índole (se intuyen temp-tracks de las obras de referencia de Elfman, y claras tomas estilísticas de Horner, Williams, Thomas Newman o la oscarizada “Finding Neverland” de Jan A.P. Kaczmarek).
Por otra, el añadido estilístico del color folklórico “de granja americana”, mediante la tradicional guitarra, “fiddle” y las articulaciones características del country, resulta demasiado cansino en los tiempos que corren. Es más, en este caso se genera de forma forzada un híbrido musical bastante ambiguo (imagine el lector el diseño coral de “Eduardo Manostijeras” simultaneando el concepto folklórico de “El hombre que susurraba a los caballos”).
Por último lugar, señalo la carencia de un concepto unificador con personalidad suficiente en el score, aunque existen dos centros gravitatorios en la partitura, que detallaré posteriormente. Se trata de una partitura esencialmente incidental, de resolución cómoda y ejecución convencional, pero de agradable y relajada escucha.
La escasez de fuerza conceptual no cuestiona la calidad “aislada” de la partitura, o la viveza y frescura de la ejecución creativa de Elfman en algunos pasajes. Pese a las restricciones estilísticas, el compositor siempre aporta momentos de indudable valor musical que elevan la calidad global del trabajo (pese a sus mencionadas carencias conceptuales).
Un pequeño análisis melódico y motívico me lleva a considerar dos elementos como integradores de la partitura (los centros gravitatorios, que comenté anteriormente): el primero, que considero leitmotiv principal, es la melodía expuesta inicialmente en “Introducing Charlotte”, y posteriormente trabajada en los cortes “Templeton”, “Wilbur´s Homecoming” o “The Dump” (en esta última, de manera interesantísima y rocambolesca).
El segundo es el diseño armónico y rítmico, casi folklórico, de los “Main Titles”, revivido en las pistas “The World Spreads”, “The Fall Montage”, “Terrific” y también “Wilbur Homecoming”.
Ninguno de estos dos elementos tiene suficiente fuerza como para llamar la atención en el conjunto, especialmente cuando la partitura coquetea con insinuaciones melódicas que parecen ser extraídas de otras partituras de referencia en el género. Un claro ejemplo de esta afirmación es “Lullaby, Scape”, donde tras exponer el leitmotiv principal en una voz infantil, la música divaga entre diversas referencias hollywoodenses sin un camino claro.
Esta divagación con dudoso rumbo o concepto unificador aparente se produce en muchos cortes del trabajo, véanse como ejemplos “The Introduction”, “Radiant” o “The Plan Begins”.
Más allá de estas consideraciones particulares (que ahondan en las comodidades de concepto), destaco la bondad y calidad de la resolución técnica del compositor. Elfman es uno de los grandes, y raramente aporta un trabajo sin momentos de brillantez. Uno de ellos es “The Dump”, donde fragmentando el leitmotiv principal, nos ofrece uno de sus divertimentos rítmicos de corte extravagante y cómico (…esencialmente, Danny Elfman).
“Charlotte´s Web” es sin duda un trabajo muy bien construido y ejecutado, de agradable escucha y fácil comprensión. No obstante, la sensación de haberlo escuchado ya todo previamente, y de ser un compendio híbrido de muchos conceptos individuales, quita fuerza al conjunto final.
Estoy convencido de que estas comodidades conceptuales no son responsabilidad de los compositores, sino de la cada vez más anquilosada y temerosa industria de la producción cinematográfica. El riesgo es claro: minorar progresivamente la motivación y resolución creativa de los grandes genios y profesionales. ¿El resultado? Música de librería, capaz de ser construida y ejecutada por cualquier equipo técnico bien cualificado.
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