Miguel Ángel Ordóñez
Consagrado como uno de los compositores sinfónicos mas interesantes de los últimos años, Patrick Doyle es el abanderado actual del sonido british, de un estilo que conjuga la grandiosidad orquestal y el intimismo en piezas entregadas a la elegancia en cuanto desarrollo y armonización. Dotado de personalidad, Doyle ha sublimizado su estilo con los años perdiendo algo de la frescura inicial con la que irrumpió iniciada la década de los 90. Lejos quedan sus mejores logros en obras tan afortunadas como “Much ado about nothing” y “Hamlet”, realizadas para su amigo Kenneth Branagh. Sólido en sus contenidos y con un cuidado especial por la forma, Doyle cree en la fuerza de la melodía por encima de todo, manifestando una ligera incapacidad para retratar espacios lúgubres y oscuros, como ha quedado puesto de manifiesto con su incursión en la franquicia de "Harry Potter", comparado su último trabajo con el realizado por Williams para la tercera entrega de la serie.
Esa tendencia hacia las propuestas amables es lo que nos ofrece la delicada y bella “Wah-Wah”, un festín de la pulcritud y distinción que suele engalanar toda escucha pausada y agradable. Un seductor ejercicio de melancolía que deslumbra por su eficacia tanto como desgasta por su falta de progresión, su vocación de tonalidad única, sin altibajos, su escaso desarrollo asentado sobre base de cuerdas, maderas y piano (¿es necesario acudir a la London Symphony en esta composición de vocación camerística?).
Basada en la historia real de su director, Richard E. Grant, cuando a la edad de 14 años asistió a la desintegración de su universo adolescente en su natal Swazilandia, colonia británica en plena lucha por la independencia, “Wah-Wah” apela a la tragedia contenida en la tamizada mirada de un joven que afronta la traumática separación de sus padres.
El score funciona asentado sobre delicadas armonías que asociadas a una visión apesadumbrada de los acontecimientos, fluyen de manera natural construyendo un cuadro apacible y evocador. Doyle fija su atención en levantar un tema central que contenga todas esas características. Sin duda, lo logra con la versión mas elaborada del mismo en “Please Forgive Me”, en realidad la integración de dos temas que por separado constituyen el collage melancólico que precisa la historia.
La idea inicial descansa sobre seis notas que presentadas para flauta en “Please Forgive Me”, suponen el corolario iniciado con “Monica” (aquí entregadas al oboe) y “Goodbye Swaziland” (para violín). Por su parte la segunda idea que acaba por redefinir el tema central, se presenta en el bloque “Independence”, una típica melodía del británico que con contenido epicismo se desarrolla definitivamente en la cuerda en la segunda mitad de “Please Forgive Me”. Ambas son expuestas en versión para solo de piano en el epílogo de la obra (“Wah-Wah”), con interpretación a cargo del propio Doyle.
El resto del cuerpo sonoro parece estar mas asociado a los aspectos psicológicos de la trama, así como a presentar un paisaje en pleno proceso de desintegración, transportado a un nivel mas intimista a la propia familia del protagonista. De todos ellos, destaca como motivo secundario una pieza obsesiva de tenor trágico sustentada en un ostinato a piano que se presenta en “Swaziland” y que reaparece en “Train Away”.
Por último y quizás lo mas discutible de la elección musical de Doyle, estriba en la introducción de los consabidos coros africanos que sitúan la acción en una unidad geográfica determinada (el pequeño país surafricano). La segunda parte de “Goodbye Swaziland” y “Ngatsi Ngisahamba” son cortes demasiado obvios que parecen sacados de cualquier otra película sobre la descolonización británica.
“Wah-Wah” no será uno de esos scores que pasen a figurar con letras de oro en la carrera del compositor británico. Un encargo menor resuelto con la elegancia propia y discreta del que se sabe uno de los últimos románticos sinfónicos. “Eragon” apunta a un ligero cambio de estilo, más adecuado al gusto (sic) actual de los productores americanos. Sabe Doyle que su supervivencia en la industria (algo que aprendió inteligentemente Goldsmith en sus últimas creaciones) depende de ello.
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