David Rubiales
En estos momentos cientos de miles de ojos, y de cerebros tras ellos, observan, escudriñan, diseccionan, analizan y procesan, con una mezcla indefinida de desconfianza y curiosidad, cada plano, cada frase o cada referencia cruzada con la vana esperanza de hallar en ellas una clave o señal que conduzca a la mítica y esclarecedora piedra roseta que desentrañe definitivamente el intrigante misterio del que se nutre ese fenómeno de masas en que se ha convertido en los últimos tiempos la serie de televisión “Lost”.
En su particular juego del gato y el ratón, o si lo prefieren del palo y la zanahoria, un puñado de actores, guionistas y directores retan semana tras semana a millones de emocionales computadores orgánicas a interactuar en un juego de reglas invertidas, donde habitualmente los efectos preceden a la causas, y en el que a más de uno se nos antoja ver en el horizonte futuro, y como desenlace a tan laberíntico entramado de historias, los negros nubarrones del desencanto en forma de delirante consumación deus ex machina tras la larga, agónica y obligada taxidermización de la gallina de los huevos de oro en que se ha transformado la vida y milagros de los supervivientes del vuelo 815.
De forma interesada y conveniente, las historias que se nos presentan en la serie de Cuse, Lindelof y Abrams tienen como principal razón de ser estimular la imaginación del espectador con una sugerente mezcla de géneros como el drama, el suspense o la acción, y ciertas gotas del elemento fantástico, abriendo así un amplio abanico de posibilidades expresivas difícilmente desaprovechables para un compositor con ciertas dosis de ambición.
Afortunadamente, para quienes disfrutamos de esta singular afición, en el apartado musical de la serie el compositor Michael Giacchino parece tener las ideas más claras que sus creadores y benefactores, aplicando de forma ajustada, a la naturaleza de la misma, una línea de actuación en la que sobresale como principal característica la efectividad en la elección y utilización de los recursos musicales logrando así encumbrar el elemento musical a la categoría de indiscutible protagonista.
Aunque pueda parecer a priori una limitación contra natura, Giacchino acierta rotundamente en el empeño de utilizar masivamente las cuerdas, de entre la variada paleta instrumental, como primordial asidero a la hora de construir la inmensa mayoría de los temas aplicando a voluntad un tono más intimista, más propio de la música de cámara, reduciendo la plantilla instrumental, dotando así al conjunto de una gran unidad estructural al recurrir básicamente a dos de sus mayores virtudes: su mayor alcance dinámico y su tremenda versatilidad. A fin de cuentas, los instrumentos de cuerda son los únicos capaces de reproducir cualquier cariz dentro del espectro emocional: desde el sentimiento más bello hasta la sensación más terrorífica.
Utilizando como arma ejecutora la sección más importante de la orquesta sinfónica, no exenta en varios momentos de otros aditamentos, el compositor maneja, para componer la sintaxis musical, elementos melódicos, adscritos a los aspectos descriptivos y emocionales de los personajes, y efectos antifonales, con una base percusiva importante, para acompañar a los componentes externos de la narración, creando una disparidad muy acorde con la propia naturaleza de la historia. De esta manera, Giacchino recurre a la melodía, que puede relacionarse más íntimamente con la racionalidad y la emotividad, para desarrollar patrones a medida que sean fácilmente reconocibles e identificables por el oyente con los principales protagonistas creando un efecto de familiaridad (y como ejemplo de este hecho tenemos temas tan sobresalientes como "Locke´s Out Again", "Life and Death", "Kate´s Motel", un homenaje palmario al Herrmann de "Psycho", y especialmente el emotivo, genial y melancólico por momentos "Parting Words") y a la atonalidad como método descriptivo de los elementos o situaciones de corte más fantástico e irracional ("Run Like, Um... Hell?", "Charlie Hangs Around", "Monsters are such Innnteresting People").
Lamentablemente, la propia naturaleza de varios de los fragmentos de la música compuesta por Michael Giacchino para "Lost" sufre un ineludible efecto colateral, propio de la edición discográfica, que resulta ajeno a su propósito fundacional. Ahí donde, ajustadas a las imágenes a las que íntimamente van ligados, dichas piezas resultan perturbadoramente incisivas y lacerantes en su propósito, en su escucha aislada las sensaciones varían sustancialmente convirtiéndose en ocasiones en vacuas, repetitivas y aburridas reiteraciones musicales. Un defecto subsanable, siempre y cuando tengamos un recuerdo vívido de las secuencias correspondientes, y que, en definitiva, empaña mínimamente el disfrute que acompaña a la audición de uno de los mejores trabajos realizados en los últimos tiempos para la pequeña pantalla.
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