Ignacio Garrido
Christopher Young es el maestro del género de terror. Esta debe ser una de las frases más pronunciadas por todos los aficionados a la música de cine a lo largo y ancho del globo prácticamente en los últimos veinte años. Pero que sea una afirmación manida no quita que sea una verdad como un templo. Si Herrmann fue el pionero en todo el campo del suspense, el horror y la angustia musical, Goldsmith no le anduvo a la zaga convirtiéndose en el referente del género durante décadas para luego Young recoger el testigo hasta nuestros días.
El norteamericano siempre ha sido un autor polivalente, de talento innato para lo atmosférico y ambiental (“Def-Con 4”, “Hidder in the House”), lírico e intimista cuando ha sido posible escucharle en esta vertiente (“Haunted Summer”, “The Tower”), convincente pero algo intrascendente en la acción para el que esto suscribe (“Hard Rain”, “The Core”) y ciertamente dotado para el jazz y la diversión extravagante (“The Man Who Knew Too Little”, “Head Above Water”), pero sobre todo arriesgado y creativo como pocos en lo que a las más diversas formas de sugerir o mostrar abiertamente el terror se refiere. Sin duda en este terreno es donde más ha conseguido superar con creces, y en todas las vertientes imaginables, a sus compañeros de generación y a todos los autores posteriores a él que han seguido su estela aunque siempre a su sombra. Desde el ambiente malsano e hipnótico de la ya mítica “Hellraiser”, su operística continuación con “Hellbound”, la sinuosa agresividad romántica de “Copycat”, el trepidante dinamismo de “Leyenda urbana”, los sutiles susurros de “Premonición” o el más puro horror de “El exorcismo de Emily Rose”, todas y cada una de sus variantes han dado claves de un genio inagotable en este campo, de un filón que no parece agotarse dado su renovado brío en cada nuevo proyecto (“Jennifer 8”, “La mitad oscura”, “La bendición”) en el que se embarca con el miedo como telón de fondo.
Hecha la declaración de principios sobre el autor y el género en particular pasamos a los precedentes cinematográficos de esta versión americana de “Ju-on”, creación sobre fantasmas, maldiciones y sustos japoneses de Takashi Shimizu. El joven director nipón rodó un par de cortos mientras estaba en la escuela de cine con los dos personajes claves de lo que sería toda la saga: Toshio y Kayako, un niño y su madre respectivamente, ambos fantasmas condenados a perpetuar una maldición que todavía siquiera su creador había imaginado. El impacto de estos cortos, impulsó a los productores a ampliar el espectro, nunca mejor dicho, de difusión de estos seres y contar en una serie de episodios para televisión el origen de los mismos.
Con estos cortos y la serie de televisión llegó el salto al cine, reelaborando todo el material y ampliando la mitología de los fantasmas hasta ubicarles en un espacio concreto y con una historia dramática, desgarradora como explicación de ese rencor e ira que sienten y a la que hace alusión el título original. Explicación por otro lado mucho más concreta y explícita en esta versión de la trama, sin duda la mejor cinta de la saga al contar con el presupuesto hollywoodense y con el talento japonés que corrige y amplia el alcance de la historia con fluidez y maestría, introduciendo a los personajes americanos con coherencia y realizando un tour de force antológico en cuanto a la sucesión de momentos terroríficos, tensión ambiental in crescendo y chispazos de puro impacto se refiere.
El avispado productor americano que se encargó de ceder el protagonismo al creador japonés de la saga es el genial Sam Raimi, convertido gracias a la estupenda saga “Spiderman” en responsable de taquilla segura. Mucho tiempo ha pasado para Raimi desde sus inicios como joven director lleno de ganas y entrañable creatividad (al igual que Shimizu ahora y quizás por ello que haya confiado en él para llevar la saga de “Ju-on” al mercado internacional) para con su propia saga de culto: “Posesión infernal”. Ahora como nombre de peso en la industria puede escoger y decidir que hacer y como hacerlo. Sin duda Raimi fue el máximo responsable a la hora de sugerir el nombre de Young para la composición de la partitura, pues no solo le acompañó en un ejemplar ejercicio de suspense opresivo y fantasmagórico como es “Premonición”, sino que completó algunas de las mejores secuencias de “Spiderman 2” con vigor y espectacularidad, gracias a lo cual compondrá la tercera parte de la saga.
Con Young a bordo del proyecto, ni que decir tiene que mucho del éxito del film estaba asegurado ya de antemano, al menos en lo que a la atmósfera del mismo se refiere en toda su ambientación sonora y diseño musical. Algo que se puede destacar en relación con las versiones niponas anteriores, pues no pocas veces la austera y brillante simplicidad del impacto visual de los films de terror japonés (no solo “Ju-on”, sino “Dark Water” o toda la saga “Ringu” por ejemplo) queda deslucida por su, en exceso simplista acercamiento sonoro, basado en sonidos ambientales, golpes de efecto o sintetizadores funcionales, que si bien no suelen entorpecer el contenido de la trama, en ocasiones si refuerzan lo más evidente de la misma dejando algo deslucido su contenido emocional por pecar de exceso o defecto.
Shiro Sato y Gary Ashiya autores de las partituras de los films originales precedentes de la saga, actuaban de forma algo más intuitiva en este sentido, pero apenas aportaban elementos de interés sobre las imágenes. La sutileza y sabiduría musical de Young se eleva muy por encima de contenidos evidentes y si bien es cierto, este trabajo suyo no destaca por aportar nuevos elementos a su extensísimo repertorio personal, si ofrece todo un recital de cómo componer una banda sonora para el género con elegancia y gusto exquisito.
Estructurado el excelente disco editado por Varèse en ocho selecciones con el título genérico de “Ju-On” y con una audición continua de las mismas, Young explora y amplia terrenos conocidos en su tema central melódico e inquietante que hace su aparición en el primer corte tras la etérea introducción del susurro de una voz solista femenina acompañada de cuerda y un perfecto acompañamiento electrónico. Este leitmotiv asociado al misterio que envuelve la casa donde va a suceder gran parte de la trama, volverá a aparecer de forma puntual en algún otro breve momento, pero apenas lo usa y prefiere inclinarse por la creación de otros motivos y elementos tanto o más efectivos que éste.
Asimismo Young hace uso de una orquestación precisa y excelente incluyendo campanas, celesta y por supuesto una brutal sección de cuerda, que ejecuta ya desde el principio, en su segundo corte, una salvaje intervención de los violines declarando abiertamente su referencia a Penderecki en esta partitura, autor clave para entender esta creación y gran parte de la música de Young para el género, pues se ha visto influenciado directamente por este capital compositor, así como por otros como Lutoslavski o Ligeti, tal y como ha declarado en alguna ocasión. No obstante el único temp-track con el que Young se encontró al componer “El grito” fue la archiconocida pieza "Polimorfia" del compositor polaco a la que desde luego rinde tributo aun consiguiendo llevar el contenido emocional de la creación a su propio terreno, bastando citar el misterioso motivo que desarrolla en el corte cinco, a caballo entre el ritmo de un vals siniestro y una melodía de caja de música, todo un ejemplo de la precisa personalidad musical del autor de “Huracán Carter”.
También aparecerá brevemente desarrollado un lánguido motivo para piano en la pista seis, violentamente interrumpido de nuevo por un estallido de la sección de cuerda, la cual tomará el protagonismo absoluto en el siguiente corte, el auténtico momento cumbre del score, un pasaje brutal de más de doce minutos y medio de continua evolución. Este extenso fragmento acompaña toda la resolución de la trama y progresivamente va atenazando al oyente hasta alcanzar un grado de tensión y terror salvaje, con ostinatos, golpeo de los arcos, crueles pizzicatos o literales chillidos de los violines y los cellos. Un corte que ejemplifica el poder de la música en su estado de expresión más puro y sin concesiones. Arida, disonante y directa, esta pieza se incrustará en la memoria del aficionado que guste de platos musicales fuertes y sin complejos de ningún tipo; un viaje hacia la contundencia más absoluta. En este mismo terreno Young solo se ha superado a sí mismo con la excepcional “El exorcismo de Emily Rose”, sin duda una de sus creaciones maestras y quizás su mejor trabajo para el terror, una banda sonora que por la dureza (al igual en parte que este “The Grudge”) de su audición pueda resultar difícil de asimilar con sencillez pero que gana en grandeza con cada nueva escucha.
Para cerrar de forma circular el disco, Young recupera el tema central en la pista ocho plenamente desarrollado, continuando con un liberador momento para piano marca de la casa, sosegante y casi esperanzador, pero que enseguida se oscurece con la aparición de la fantasmagórica voz femenina del inicio que nos advierte que nada se ha resuelto. Un punto y final sugerente y magnífico para un trabajo estupendo, que si bien no carece de inevitables golpes de efecto en ciertas secciones, el excelente pulso que mantiene en todo momento y el memorable recorrido del corte siete lo hacen acreedor de una recomendación plena.
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