Pablo Nieto
El cine siempre ha sido un arma política de importante valor para el que lo ha sabido utilizar. Eso sí, sin lugar a dudas los años 80 durante la Era Reagan, y en plena batalla final de la Guerra Fría, Hollywood se convirtió en un aliado esencial del gobierno. Eran los tiempos de “Rambo”, de “Rocky IV”, de “Amerika”, de “Invasión USA”, de “Rusos (Ruskies)”, de “Amanecer Rojo”, de Chuck Norris y Charles Bronson… no queremos con esto afirmar que la caída del régimen comunista y la disolución de la Perestroika tuviera que ver con la enorme afición de Mijail Gorbachov a las películas de “El Guerrero Americano”, pero es evidente el posicionamiento de la industria y su intento de concienciar y, porque no, manipular en cierto modo a la opinión pública a través de un cine directo, casposillo (como era necesario en los 80) y por supuesto patriótico a más no poder. Estereotipos que aunque artísticamente era imposible que fueran defendidos, comercialmente dieron importantes réditos a sus mecenas.
Por supuesto, los hay quienes nos quedamos con films mucho más sutiles y aprovechables como el inteligente cine de espionaje con “Agente Doble en Berlín” o “Espías sin Fronteras”, la amenaza nuclear de “Testamento”, o la brillante reivindicación del sueño americano de “Elegidos para la Gloria”.
Precisamente este último film contaba con la presencia, entre otros, de Fred Ward. Protagonista del film que ahora nos ocupa: “Remo Williams”. Una nueva exaltación del héroe americano y su lucha contra el mal (se vista como se vista, aunque en aquellos años siempre llevaba una estrella roja en su pechera). Esta adaptación cinematográfica de los comics de Richard Salir y Warren Murphy que alcanzaron cierto éxito a principios de los 70 (con el nombre de “The Destroyer”), y dirigida por el mejor director de la saga Bond, Guy Hamilton (“Goldfinger”, “Diamantes para la Eternidad” y “Vive y Deja Morir”), nos presentaba a un excombatiente del Vietnam, que superado el trauma de la guerra trabaja como policía en Nueva York. Sin saberlo, será objeto de una “conspiración” para introducirle en una organización secreta (CURE) dedicada a preservar los valores de la Sociedad Americana y la lucha contra el crimen. Así, será necesario eliminar su pasado, y nada mejor que organizar una muerte fraudulenta. Será entonces cuando el policía se convierta en asesino profesional. Un asesino silencioso, que aprenderá el noble arte del Sinanju, un arte marcial koreano letal, impartido por el que a la postre será su amigo y confidente, el Maestro Chiun.
Al frente del apartado musical, los productores eligieron a uno de los compositores de moda en aquellos tiempos: Craig Safan. Un joven californiano que había adquirido una respetable fama gracias a sus estupendos scores para “Angel” y “The Last Starfighter”. Corría el año 1985, y podemos afirmar que con “Remo Williams”, Safan alcanzó el punto culminante a su carrera. Apenas contaba con 38 años y muchos eran los que le auguraban un gran futuro. Sin embargo, como ha pasado con tantos otros, la promesa se quedo en eso, pues su obra posterior no sólo fue excasa sino irrelevante.
Aún así, el pasado también cuenta, y a día de hoy, Safan es un compositor de culto, tanto por la escasez de trabajos editados, como por la calidad de su obra. La edición de “Remo Williams” a cargo de Perseverante Records lo vuelve a poner de actualidad. Un score para el que Safan escribió un memorable tema central, que constituye el eje central de una partitura donde resulta especialmente interesante la fusión de tres piezas: sintetizadores, orquesta y sonoridades orientales. Sintetizadores para situarnos en el contexto de la época en la que tiene lugar el film (en aquellos tiempos sólo a John Williams se le permitía seguir defendiendo la pureza de la orquesta por encima de todo, pues incluso Jerry Goldsmith había sido engatusado por la electrónica). Orquesta, con los metales como grandes protagonistas para elevar el aire épica y heroico del tema de Remo; y las sonoridades orientales, con flautas, percusiones y kotos para describir la esencia oriental del personaje, su entrenamiento y sus métodos de lucha.
Los “Main Titles” sirven para situarnos musicalmente en este trabajo. Primero música oriental, hasta que entran las cuerdas presentando el tema del entrenamiento (una onírica e hipnótica melodía), que servirá de transición hasta llegar al tema central de Remo Williams. Un motivo tipicamente ochentero, con base rítmica popera, donde sintetizadores y metales conviven en una extraña simbiosis que funciona a la perfección. Curioso el recurso de disparos como parte del ritmo y anexos a las percusiones durante el tema.
Realmente interesante también, es la versión del tema central en “Remo Steals The Ambulance”, que precederá a una parte bastante incidental y opresiva, destinada a describir el entrenamiento de Remo a cargo de Chiun. Cortes como “Meet Chiun”, “Rooftop”, “Running”, “Obstacle Course” así lo atestiguan.
Uno de los puntos álgidos del score se alcanza en “Remo Floats”, con el tema del entrenamiento siendo fiel al nombre del corte "Remo Floats". La pegadiza melodía lo invade todo, las notas van y vienen, es como si flotasen. Una pieza de incalculable valor. Otra versión realmente apreciable de este motivo lo tendremos en “Chiun and Remo”, donde cuerdas y maderas le dan un toque romántico al tema.
Nada que ver con la intensidad de dos apreciables cortes de acción como “Wet Cement”, “Liberty Chase”, “Escape”, o “Exploring Assingment”, y por supuesto, como no “Log Chase”. Siete minutos, donde pasajes de gran poder descriptivo con súbitos crescendos de los metales, se alternan con estimulantes versiones del tema central (omnipresente, todo sea dicho, a lo largo del score, a través de sutiles y puntuales referencias). El extraño “Graves Get it”, con la música coreana compartiendo protagonismo con el tema del entrenamiento, precede al gran “Remo Big Ending”. De nuevo el tema del entrenamiento, pero esta vez en una versión de emocionante sinfonismo, trasformada incluso en un vals, y acertados arreglos poperos con referencias al tema central. Un final de gran calado.
La enorme calidad temática de este trabajo, quizás ayude a ocultar ciertas carencias compositivas, la falta de más cohesión en el desarrollo del score, el abuso de los sintetizadores. Pero aún así, conviene aplaudir la propuesta de Safan, y por supuesto, agradecerle que nos dejara los dos memorables temas principales.
Más cercano al Goldsmith innovador de los 80, que a los abusivos Faltermayer o Moroder, es una auténtica lástima que el talento de Safan fuera tan desaprovechado.
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