José-Vidal Rodriguez
”Hoosiers” es un anglicismo con el que referirse a los nativos del Estado americano de Indiana, cuna de grandes figuras del baloncesto y una de las regiones de los USA con mayor tradición en el deporte de la canasta. ”Hoosiers” es también el título original de un filme dirigido en 1986 por David Anspaugh, un buen realizador salido de la televisión y habitual en el cine deportivo (“Rudy”, “The Game of Their Lives”), que no paró hasta que Eugene Adler aceptara abordar una de sus más recordadas interpretaciones. No dudo que el lector conocerá mejor a Eugene por su nombre artístico: Gene Hackman.
El actor interpreta a Norman Dale, un maduro entrenador de baloncesto universitario venido a menos, que se traslada al pequeño pueblo de Hickory para intentar retomar su carrera interrumpida diez años atrás por un turbio incidente. Lo que allí se encuentra dista mucho del equipo al uso: un grupo de jóvenes granjeros que tan sólo ven en el baloncesto la forma de evadirse de sus respectivas vidas problemáticas. Con tesón y paciencia, así como con la vuelta al equipo de Jimmy, el mejor jugador de la comarca, Norman conseguirá encumbrar a sus chicos ni más ni menos que a las finales estatales, encandilando a un pueblo que jamás vivió algo parecido.
Visto el argumento, y teniendo en cuenta que el director se recrea con suma insistencia en la plasticidad de la acción baloncestística, la música adquiere a la postre una importancia extrema, convirtiéndose en un auténtico impulso al devenir narrativo del filme. Normalmente entusiasta, otras veces pausado, pero de una u otra forma siempre muy presente, el energético score escrito por Jerry Goldsmith engrandece de manera espectacular la épica historia de un grupo de chicos tan modestos como convencidos de sus posibilidades. De hecho, es precisamente en ese tono de garra y superación personal en donde el maestro acierta de pleno, al escribir un trabajo sumamente entretenido y admirado aún hoy por gran parte de la crítica, claro referente -salvando las distancias estilísticas- de su posterior obra maestra ”Rudy”.
Goldsmith se mueve en una dualidad de registros musicales que irá entrecruzando con fortuna durante la partitura: por un lado, incide en el ambiente regional de Hickory, un pueblo de gente sencilla que el autor asocia a ligeras orquestaciones, normalmente con un solo de trompeta asentado en dulces cuerdas y leves sonoridades sintéticas (”Town Meeting”, “You Did Good”). Este “tema de Hickory” lo aplica Goldsmith a los momentos más introspectivos y calmados, incluidos aquellos en los que, a modo de love theme implícito, evoca la relación de amor surgida entre el maduro Dale y la treinteañera Myra Flenner (Barbara Hershey). Por si fuera poco, la melodía resulta también admirable por originar esa asociación de ideas con respecto a la estación otoñal en que discurre la trama, describiendo con ese tono bucólico y sincero la tranquilidad de un entorno gris nada acostumbrado a aquellas grandes gestas por llegar.
Por otro lado, la labor fundamental del californiano será la de dotar del dinamismo apropiado a los numerosos encuentros de baloncesto mostrados en la cinta, aspecto de la trama en donde el autor triunfa sin paliativos. Apelando a la progresión armónica, ya que la trama va igualmente progresando conforme los chicos de Dale comienzan a ganar partidos, Goldsmith aplica unas texturas tremendamente vibrantes y dinámicas, acudiendo a esa habilidad rítmica que siempre caracterizó al maestro y que aquí alcanza cotas insuperables (”Get The Ball”, ”The Pívot”).
Aunque el autor apueste por la anacronía, aplicando electrónica y efectos sonoros (emulando incluso el bote del balón) a una historia enmarcada a mitad del siglo XX, y aunque la mayor parte de los cortes sean variaciones de las principales frases melódicas del tema central (siendo una partitura un tanto “básica” en este sentido), lo cierto es que sus resultados son intachables, tremendamente atrayentes dentro y fuera de la película. Batería, teclados y percusión sintética complementan a una orquesta húngara que comete ciertas pifias al metal, hábilmente “tapadas” aquí por el autor con el colorista uso de los sintetizadores.
El primer corte que abre el CD no es sino una adaptación electrónica del tema principal, inédita en la película, en la que Goldsmith cuenta con la ayuda de su hijo Joel para trasladar a los teclados la energía y vivacidad de la citada melodía central. Usada antaño como sintonía de más de un programa deportivo, este “Best Shot (Theme from Hoosiers)” pasa por ser una de los cortes más emblemáticos del Goldsmith de los 80, retentivo, sumamente pegadizo, escrito como auténtico himno a la energía y frenetismo del deporte de la canasta. No obstante, para los amantes del sonido orquestal, el autor ofrece en el corte ”The Coach Stays” (que además sirve de arranque a los títulos de crédito finales) un fragmento en clave sinfónica del tema, escuchado durante las escenas en las que Dale es confirmado en su cargo, tras una serie de derrotas iniciales, hecho que provoca que el equipo comience brillantemente a ganar partidos con la inestimable ayuda de un recién incorporado Jimmy.
Todas las virtudes antes descritas, encuentran en la última pista del compacto la culminación al buen gusto y habilidades del autor. ”The Finals” es uno de aquellos temas que todo buen aficionado al maestro debería tener entre sus preferidos; y es que los 15 minutos escritos por Goldsmith sólo pueden calificarse de apoteósicos. Arrancando con el ya mencionado efecto de bote del balón, Goldsmith realiza continuas rendiciones al tema central, variando la orquestación para que poco a poco la pieza vaya creciendo en intensidad y sugiriendo paulatinamente lo que será el climax fanfárrico triunfal, en donde todas las ilusiones de Hickory hallan en la victoria final in extremis su mejor traducción melódica, colorista, atronadora, de tan alto grado de emoción que sacude hasta al más frío de los oyentes. El emotivo cierre del corte, con una reinterpretación melancólica del tema de Hickory, no hace sino confirmar las excelencias de un trabajo que bastaría definir como ejemplar, buque insignia de un estilo irrepetible que seguimos -y seguiremos- añorando transcurridos ya dos años de la muerte del maestro.
Pese a la importancia del score en su filmografía (otra nominación a los Oscars que le arrebataría, con polémica incluida, el “Alrededor de la Medianoche” de Herbie Hancock), “Hoosiers” es uno de las pocos compactos de Goldsmith jamás editado en los USA. De hecho, el trabajo fue publicado inicialmente por el rarísimo sello británico TER con el sobrenombre por el que se conoció la cinta en tierras inglesas, “Best Shot”. No fue hasta 1995 cuando la división de Polydor en Japón lo relanzó bajo su título original y con idéntico tracklist. Excusa perfecta para que los pocos “incautos” que aún no conozcan el trabajo, se rasquen el bolsillo para adquirir un auténtico referente musical de la pasada década de los 80.
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