José-Vidal Rodriguez
Oscar Araujo, un joven catalán recién llegado al mundillo de las bandas sonoras, presentó allá por 2003 lo que una parte de la crítica coincidió en señalar como una de las mejores partituras nacionales escritas para el cine de animación, “El Cid: La Leyenda”. Opera prima seria y elaborada que, aún careciendo del carácter de obra capital que le han querido adjudicar algunos, resultaba un trabajo tan afortunado como inusual en el cine español, plagado de temas épicos, vigorosas orquestaciones y devaneos corales tan sólo comparables en nuestro país a algún que otro encargo pasado de Roque Baños, o a la contundente “Puerta del Tiempo” del canario Diego Navarro.
Con este antecedente sonoro, muchos esperábamos que en su nuevo proyecto ”Gisaku”, Araujo repitiera similar acercamiento y aprovechara la ocasión para asentar su agradecido estilo pseudo-hollywodiense a la hispana. Algo que, en última instancia, logra esta vez tan sólo a medias.
El largometraje, dirigido por Baltasar Pariente, narra la historia de Yohei y su mascota Gisaku, miembros de una expedición japonesa a Europa que en pleno siglo XVII y por proteger una misteriosa llave ancestral, quedan sumidos en un sueño mágico del que serán despertados por el joven Riki cuatro siglos más tarde, en una España del 2000 postmoderna y totalmente cambiada. En este nuevo escenario deberá luchar contra su enemigo de antaño, el señor de las Tinieblas Gorkan, atrapado al igual que ellos en una época extraña en donde sus artes milenarias encuentran un nuevo escenario para la confrontación.
Planificado como un auténtico animee patrio (además de como forma de reivindicar nuestro patrimonio artístico-cultural al exterior), “Gisaku” es otro de los loables esfuerzos de Filmax Animation por asentar en nuestro país un género tradicionalmente minoritario y falto de profesionales -con permiso de los célebres estudios Cruz Delgado-, si bien vistos los resultados en taquilla, no parece que la cinta vaya a servir como reivindicación comercial del animee ibérico. Eso sí, en justicia hay que resaltar el sumo cuidado que transmite el filme en sus aspectos técnicos, como lo demuestran los 4 millones de euros desembolsados en su presupuesto.
Araujo, como en “El Cid”, se rodea aquí de un inusual número de colaboradores, en una industria como la nuestra que no parece precisamente sobrada en dicho aspecto. A imagen y semejanza zimmeriana, aparecen varios artistas en apartados secundarios del score, bien como arreglistas y músicos adicionales (Emilio Alquezar, Marc Vaillo), o bien en las labores de dirección orquestal (Francisco Frías, Antoni-Olaf Sabater). Esto es, varios profesionales -amén de los pueda haber no acreditados- conforman un equipo musical prácticamente inédito por estas tierras, capitaneados por Araujo desde sus estrictas labores de composición.
Es importante conocer la estética y trama del filme para entender su curioso acercamiento musical. Si alguien se lanza a la escucha del compacto sin conocer ciertos aspectos fundamentales del guión, corre el riesgo de experimentar una sensación de desconcierto ante la multitud de estilos musicales que se dan cita en los más de 40 minutos de score. Basta tan solo visionar los títulos de crédito del filme, en donde se nos muestran las calles de un Bilbao actual, para entender porqué Araujo y su vasto equipo de colaboradores optan aquí por realizar un singular recorrido por sonoridades que poco o nada tienen que ver con esa historia pretendidamente épica de Samurais. Y ello aún cuando el autor cimenta el trabajo en un tema central heroico, atinado en su carácter retentivo y similar en acabado a su anterior “El Cid”. Pero frente a aquella partitura, Araujo se ve obligado a dejar a un lado el sinfonismo y desarrollar texturas melódicas plenamente contemporáneas, en ciertos momentos rayando lo ecléctico. Al respecto, no dudo que en parte influirá el hecho de que Óscar maneja aquí una agrupación orquestal bastante más reducida, en la que apreciamos claramente la falta de fuerza de los metales y el sonido escaso transmitido por la sección de cuerdas, que el autor pretende disimular acudiendo a los teclados.
De esta forma, encontramos rendiciones constantes del tema central (demasiadas, dicho sea de paso), en ese tono introspectivo que transmite la guitarra acústica (”Taberna“), en forma de frescos ejercicios rítmicos en la más pura tradición bondiana de David Arnold (“Escape of the Santiago”), e incluso como inusitado arranque de flamenco (”Sevilla”); aunque particularmente me quedo con el dueto a gaitas y flauta del “Habidis Factory”, el pegadizo corte que cierra la parte instrumental del álbum y que bien podría firmar el gallego Hevia.
A partir de ahí, el score deriva en un ejercicio de funcionalidad que a la postre concede especial preponderancia a la electrónica. Bien es cierto que algún corte como el coral “The Grave” o el ”Balloon Trip” (indiscutiblemente basado en el “Conan” poledouriano) constituyen gratas muestras de esa épica casi inaudita en los cerrados esquemas de composición de nuestro país. Pero la brevedad de ambos es tal, que impide desarrollar en mayor medida estas interesantes ideas tan sólo sugeridas, de las que Araujo podría haber sacado mucho mayor partido aplicándolas en otros instantes del trabajo.
Visto lo visto, es innegable que la partitura posee en términos generales una variedad cromática atrayente y a la postre necesaria en la cinta; pero el problema radica precisamente en su audición fuera de las imágenes, en la que uno acaba perdiéndose entre tanto cambio estilístico y echando en falta un recurso -aparte del omnipresente tema central- que cohesione en mayor medida el trabajo. A ello hay que añadir la artificiosidad con la que Araujo hierra en momentos puntuales del score. Ciertos fragmentos resultan un tanto excesivos en su contexto visual, caso del ”Dark Side”, usado en los títulos de crédito iniciales y francamente desubicado en su devenir rítmico con respecto a la escena a la que acompaña. Algo similar a lo que acontece con las secuencias de la confrontación final, en las que Araujo compone aquél ”Final Battle” dividido en tres partes en la edición discográfica. Un agradable tour de force orquestal que peca, como digo, de cierto desarraigo visual, algo a lo que no ayuda una orquesta carente de la fuerza deseable en este tipo de arranques frenéticos (los metales suenan casi a big band!!).
El disco se cierra con dos cortes que recogen la versión en castellano e inglés de la canción central del filme, una sintonía de rock duro con tintes orientales interpretada por el grupo barcelonés Diosa, que ya participara en la banda sonora de “El Cid: La Leyenda” con aquella pegadiza “El Reino de un Sueño”.
En definitiva, “Gisaku” es una obra ciertamente cumplidora, loable en su intento de asimilar propuestas musicales yanquis al cine nacional. No hay duda que a Araujo se le ven tablas: con sus dos proyectos escritos hasta el momento, se convierte en un nombre a tener muy en cuenta al menos en este género de la animación. Lo que no es óbice para reconocer que su segunda obra se presenta bastante más rutinaria en relación con la anterior, y un tanto deslabazada en esa pretensión de asociar multitud de estilos musicales a los vaivenes de la trama. Sucede que a veces, la variedad de registros musicales, aún apropiada y requerida rigurosamente por el filme, se convierte en ocasiones en particularmente molesta y desconcertante en su escucha aislada; justo lo que sucede aquí, y lo que a la vez plantea el eterno debate sobre lo adecuado o no de la intervención de tanto músico adicional en la partitura.
|