José-Vidal Rodriguez
No dudo que a muchos de los lectores del punto de encuentro que es esta web, el nombre de Marco Frisina les sonará prácticamente a chino. Para el que esto escribe, el italiano era también alguien desconocido hasta hace bien poco. Siempre resulta grato descubrir un nuevo talento en el mudillo, pero más aún en este caso, en el que lo agradable se transforma en sorprendente cuando añadimos el epíteto obligatorio para referirse a este compositor: Monseñor Frisina.
Efectivamente, nos encontramos con uno de los casos más eclécticos en el mundo de las soundtracks. Director de la oficina litúrgica del Vicariato de Roma, Frisina es un sacerdote de 50 años enamorado profundamente de la música, que un buen día decidió servir a Dios no sólo en cuerpo y alma sino también ofreciendo su vena artística para la causa.
Responsable de partituras tales como “Abraham” (su debut en 1994), “La Biblia” (escrita junto al maestro Ennio Morricone) o la reciente “Pope John Paul II”, los registros de Frisina se circunscriben exclusivamente al cine religioso -católico, como no podía ser menos-, en cuyo ámbito ha compuesto ya cerca de veinte bandas sonoras para otros tantos telefilmes producidos normalmente por la RAI italiana. Igualmente, posee un excelso curriculum en cuanto a obras papales de concierto y, por lo que cuentan, gran habilidad en la conducción orquestal.
En el caso de ”Papa Giovanni”, el americano Edward Asner (aquél “Lou Grant” televisivo) se mete en la piel de Giussepe Rocalli, cardenal italiano que pasaría a la historia con el sobrenombre de Juan XXIII, el célebre Papa que en la segunda mitad del siglo XX impulsara una profunda reforma en la Iglesia Católica tendente a acercarla a otras religiones, liberarla de ciertos rigorismos y en definitiva modernizarla en consonancia con los marcados cambios sociales de la época.
Precursor del conocido “Concilio Vaticano II”, a la postre trascendental para el devenir del catolicismo actual, la figura de Juan XXIII es retratada con la sobriedad y rigor característicos en este tipo de miniseries; cualidades que se ven favorecidas por la intachable interpretación de un Asner tradicionalmente asociado a papeles de comedia ligera.
Dada la especial condición de Frisina, la partitura posee las virtudes y defectos lógicos en un compositor llegado al cine, por así decirlo, “de rebote”. Al carecer de una formación audiovisual específica, el autor parece optar -no solo en ésta sino en la práctica totalidad de sus obras-, por llenar la pantalla a base de torrentes melódicos alejados de la banda sonora incidental al uso. En este sentido, resulta obvio que no es un músico de situaciones, sino de “sentimientos”; un estilo que le empareja en la distancia con los últimamente tan traídos y llevados compositores asiáticos, para los que la imagen no es el límite, sino la excusa, con la que sobrepasar mediante su lirismo los estrictos marcos de la música incidental.
”Sulla Cattedra di Pietro”, el tema dedicado al Pontífice, constituye sin lugar a dudas una de las mejores piezas que se le han editado al autor. Frisina parece consciente, aún en su inexperiencia, de la importancia de un motivo central rotundo para este tipo de filmes biográficos destinados a ensalzar las virtudes del personaje en cuestión. Por ello escribe una melodía grande, ceremonial -órgano litúrgico incluido-, en la que los leves tintes morriconianos (quizás heredados de su colaboración con el maestro en “La Bibila”) no deslucen una pieza preciosista, francamente atrayente en su buscada amplitud armónica. El tratamiento a coros que recibirá en ”Pacem In Terris” consigue el efecto de multiplicar aquella grandeza que de por sí presentan las afortunadas notas de este motivo central.
Otra gran melodía presentará en "Partenza del Treno", mediante una pieza bucólica, especialmente sentida en ese uso tan delicado del cello. Como igualmente afortunado se muestra en los registros melodramáticos del ”Roncalli in Guerra”, demostrando Frisina que, aun desde su sensibilidad comedida, también es capaz de violentar al oyente con los metales sin resultar demasiado tosco.
No obstante, aquellos pocos instantes en los que el compositor intenta ceñirse más académicamente a la imagen, allí cuando las escenas le obligan a aparcar su vena melódica lineal, son precisamente los fragmentos en donde más claramente deja entrever ciertas limitaciones para componer en el medio cinematográfico. Buena prueba de ello es el corte ”Crisi di Cuba”, asociado al famoso conflicto URSS-USA que bien pudo costar una confrontación nuclear. Un tema en el que el autor no parece sentirse demasiado a gusto en la recreación de la tensión, al acudir a un simplón ostinato a cuerdas disonantes en el que se limita a cumplir el expediente con cierta desidia.
Por ello, es evidente que cuando Frisina se desliga del apego visual y planea su música prácticamente como un concierto litúrgico, es capaz de marcarse piezas tan arrolladoras como el ”Habemus Papam“ (ejemplar el uso de la sección coral); o incluso mostrando su profundo conocimiento de los recursos clásicos con esos simpáticos pizzicattos descriptivos del ”Nei Giardini Vaticani”.
En definitiva, Frisina escribe una obra francamente bella, conmovedora en ciertos instantes, en la que sobre todo destaca un apabullante tema central que cuenta entre los mejores de su corta filmografía. Es cierto que en sus propuestas se aleja por momentos de lo estrictamente requerido por la imagen, aparentando un acabado cercano al de las numerosas piezas de concierto que el músico ofrece de vez en cuando al Vaticano. No obstante, pese a que no le vayamos a ver nunca componiendo en Hollywood, merece la pena retener en la memoria el nombre de Monseñor Frisina como sinónimo de calidad y a la espera de escuchar obras suyas venideras.
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