Miguel Ángel Ordóñez
Hablar de Ronald Stein es hacerlo de esas viejas sesiones dobles en cines de barrio que durante los 50 y 60 distraían a una juventud americana preocupada por la tensa división de bloques, donde la amenaza del comunismo era presentada con sutiles metáforas en forma de invasiones alienígenas, monstruos de laboratorio o fugas radioactivas de funestas consecuencias. Un cine bautizado bajo el apelativo de serie b, donde lo importante era la diversión a muy bajo presupuesto. Películas cuyo rodaje no se extendía mas allá de dos semanas y que hoy día no dejan de provocar simpatía ante su escasez de medios. Multitud de géneros, desde el oeste a la comedia, donde sin duda la ciencia ficción y el terror han quedado como ejemplos clásicos de esa nueva forma de entretenimiento.
De todas aquellas productora que se lanzaron a la aventura de hacer cine con un puñado de dólares, es sin duda la American Internacional Pictures el principal referente. Creada a imagen y semejanza de la Hammer inglesa por James H. Nicholson y Samuel Z.Arkoff en 1954 (primero como la American Releasing Corporation, adoptando su nombre definitivo dos años mas tarde), debe su éxito principalmente al nombre de Roger Corman, director con el que Stein comenzaría su andadura en el cine con el western “Apache Woman” en 1955. La astucia y visión de Corman, quien convenció a sus productores para alargar a tres semanas el rodaje de la primera de una serie de cintas dedicadas a la obra de Edgar Allan Poe (“House of Usher”, pistoletazo de salida de toda una pléyade de películas sobre el autor capitaneadas por el tándem Roger Corman-Vincent Price), convirtieron a la AIP en referente del género. Escuela de formación de talentos de la talla de los actores Jack Nicholson (ninguna relación con el fundador de la Productora) o Robert De Niro y los directoires Francis Ford Coppola o Peter Bogdanovich, la AIP se mantuvo en pie hasta finales de los 70, cuando el renacer del cine de gran presupuesto acabó por certificar la defunción de un estilo cinematográfico que ya no enganchaba al joven público.
Condenados al mísero olvido, muchos compositores de serie b aplicaron todo su talento a películas de ínfima valía. Con una excelsa contribución en la AIP, nadie recordará nombres como los de Albert Glasser, Fred Katz o Paul Dunlap, en detrimento del músico mas conocido de la compañía, Les Baxter, cuyos filmes junto a Corman y Price se han convertido en clásicos. Pero lo cierto es que el estilo tendente al jazz y a la comedia de Baxter no funcionaba, en numerosas ocasiones, con las bizarras historias de Poe. Corman confiaba mas en el estilo de Ronald Stein al que entregó dos de las obras míticas de la productora: “La obsesión” y “El palacio de los espíritus”.
Iniciada su carrera en 1955, Ronald Stein compuso para mas de 90 filmes a los que se acercó siempre con respeto, sea cual fuere su temática y presupuesto, llegando a convertir auténticas atrocidades, como “It Conquered the World”, “Attack of the Crab Monsters”, “Spider Baby” o “Invasion of the Saucer Men”, en películas de género que desprovistas de su música harían reír al menos impresionable. Pero quizás, Stein será recordado por los primeros filmes de Francis Coppola para la productora de Corman (la Filmgroup): “The Terror” (dirigida por el propio Corman y con escenas adicionales de Coppola no acreditadas) y “Dementia 13”, antes de lograr uno de sus mejores trabajos en “Llueve sobre mi corazón”, ya en la American Zoetrope.
Moviéndose siempre entre productoras especializadas en cine de bajo presupuesto (destacando también su trabajo para Allied Artist), en 1960 acomete el encargo de “Dinosaurus!”, película de Fairview Productions (asociación del productor Jack H. Harris y el director Irvin S. Yeaworth, responsables de la quintaesencia de la serie z, gracias en parte a su mítica “The Blob”, a la que seguirían “The 4D Man” y su última colaboración juntos con el consiguiente deceso de la productora, el filme que nos ocupa). Una historia delirante que presenta efectos especiales en ridículo papel cartón y que gira alrededor de una explosión, para la construcción de una residencia en una isla caribeña, que desentierra los cadáveres en perfecto estado de conservación de un T-Rex, un Brontosauro y un cavernícola, quienes debido a una extraña tormenta, reviven dando pie a situaciones rocambolescas……y por supuesto peligrosas.
Con este material de base, Ronald Stein realiza un pulcro y certero acercamiento a un mundo primitivo dominado por los dinosaurios. Potenciando los elementos de intriga y riesgo, el score destaca por su espléndido tema central presentado en el “Main Title”, empleando el de Sant Louis un agresivo ensamble de rotundas percusiones y caóticos glissandos al metal para recrear a las criaturas prehistóricas, una urgente melodía de siete notas que adquiere gran sentido dramático durante “The Awakening”, adquiere tonalidad noble durante “Sleeping Dinosaurs” gracias al buen trabajo de las maderas y desarrolla admirablemente, hasta límites feroces, los glissandos al metal en la escena que culmina la película, “The Evacuation/Bart Kills the Tyrannosaurus”.
Frente al predominio de este magnífico tema, Stein introduce una cohorte de motivos secundarios que se desarrollan escasamente, sirviendo en términos funcionales para introducir el elemento humano de la función. Un tema de nueve notas que se presenta al final del “Main Title”, será rápidamente absorbido por una melodía de aires hispánicos que queda relacionada al joven Julio, un chaval que se hará amigo del cavernícola y que interaccionará incluso con el Brontosauro, dulcificando la presencia del tema central durante el corte “Julio and the Brontosaurus”; melodía que acabará desarrollándose por completo en “A Strange World”.
Por último, Stein escribe para el cavernícola una música que sugiere su mente primitiva, dotada de cierto cariz cómico en el uso de maderas, pizzicatos a la cuerda y solos de flauta (“Caveman Visit”).
“Dinosaurus!” es una buena muestra del riguroso trabajo de músicos, como Ronald Stein, que lidiando con productos de ínfima calidad se sobrepusieron a las circunstancias, demostrando que la música solo entiende de emociones, convirtiendo las surrealistas imágenes a las que acompaña en un melodrama donde se citan el presente y el pasado, el choque de culturas, la ambición humana contra el instinto de supervivencia.
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