Miguel Ángel Ordóñez
Annapolis, en el Estado de Maryland, es la sede de la Academia Naval de los Estados Unidos. Allí llega Jake (James Franco), un joven a la búsqueda de un sueño: convertirse en Oficial de una Institución con fama de dureza y excelencia. Una ardua lucha que enfrenta a un chico del extrarradio, en busca de oportunidades, a la presión de ser un simple novato en un mundo competitivo. Como válvula de escape, Jake decide formar parte del Campeonato de Boxeo del Ejército, conocido como el Campeonato de la Brigada. El no lo sabe, pero le depara un feroz enfrentamiento contra su rival y enemigo: el Lugarteniente Cole (Tyrese Gibson).
Un argumento tan innovador e interesante y tratado tan pocas veces en el cine americano (la superación personal, el paso de la juventud a la madurez forjándose en los valores de compañerismo y patriotismo, el despertar al amor, el deporte como redención…..), amenaza de nuevo con traspasar las fronteras locales del universo de las hamburguesas para colonizar con sus ideales las endémicas mentes de los jóvenes del resto del planeta. Frente a un cine americano que desafía veladamente la política actual de sus dirigentes (con excesiva retórica por otra parte), la maquinaría hollywoodiense sigue apostando por este tipo de productos, disfrazados de puro divertimento, que en el fondo sostienen la propaganda de nación adalid del mundo.
Imagino que para un compositor, cuyo proyecto predispone de manera tan maniquea al espectador, no es fácil eludir la tentación de realizar un ejercicio sonoro que peque de los mismos convencionalismos y dogmas que pretende subrayar o sublimizar. Por eso, el controvertido Brian Tyler tiene ante sí una papeleta nada agradecida si lo que se pretende es ir más allá de los meros formulismos y tópicos asociados a este tipo de producciones. Desde estas páginas y desde otras, se ha venido criticando sistemáticamente el hacer de un compositor de escasa originalidad que funciona mas como hábil artesano que como autor. No es mi propósito ahondar en supuestas imitaciones, homenajes o plagios en los que pueda incurrir musicalmente este “Annapolis”, porque en el fondo importa poco si el rotundo desenlace percusivo de su tema central recuerda a “Llamaradas”, si ciertas figuras de transición llevan la impronta del maestro Goldsmith (“Gates of Annapolis”) o si las musculosas secuencias de acción beben de los scherzos empleados por Powell en sus estupendas “Paychek” y “The Bourne Identity”. Lo cierto es que musicalmente, la obra pertenece a ese género que llamados “de usar y tirar”, un agradable compendio de temas, sumamente convencionales, que ejercen su función en cuanto aproximación a un olvidable drama de toques modernos y de clichés poco digeribles.
Sea como fuere, Tyler no logra escapar de tanto convencionalismo, contribuyendo si cabe más a convertir la escucha de este “Annapolis” en algo tan predecible como en ocasiones irritante. Alrededor de la acción construye un tema central de aires marciales que ensalza los elementos épicos y patrióticos que rodean la Academia Naval, convirtiendo el sueño de su protagonista en el mismo que promueve la propia Institución. El tema que rodea la Academia se convierte pues en el del propio protagonista (“Annapolis”, “Jake” en una vertiente country-pop), sirviendo incluso a los fines amorosos de la trama (“Jake and Ali”), dominando por completo el factor dramático de la cinta. Si bien, Tyler introduce una bucólica variación, precedida siempre por el empleo de las simples notas del tema central en las trompas, en cortes (“The Naval Academy”, “Gates of Annapolis”) tan pastelosos que a uno no dejan de entrarle ganas de alistarse en el ejército para hacerse un hombrecito.
Frente a un cierto intimismo hueco y vacío (“Second Chances”, “Wakey Wakey”), el compositor parece poner la carne en el asador en aquellos momentos que la cinta remite a la acción y la aventura. Junto a temas en los que Tyler parece mostrarse cómodo en el empleo de guitarras eléctricas, apoyo de percusiones tecno y temática cercana al heavy-metal (“A Little Jog”, Math Problems”), y otros mas convencionales donde acude a la urgencia rítmica aplicada por John Powell en ciertos proyectos ya relatados (“I´ll Do It”, “Brigade Training”, “Tank Drill”), “Showdown” se constituye en el mejor corte de la edición al explotar con gran dinamismo las posibilidades de su tema central, gracias sin duda al buen hacer de los orquestadores.
No puede decirse por tanto que Tyler no cumpla con su cometido, convirtiendo su pomposa aproximación en un divertimento escapista y olvidable, tan a juego con las dogmáticas (sic) propuestas del director Justin Lin.
|