David Rubiales
Si algo llama poderosamente la atención por encima de cualquier otra circunstancia en la última película del director Richard Loncraine, titulada “Firewall”, son las dos realidades divergentes que se cruzan en ella. Por un lado está la evidente caída libre de un icono del cine moderno como Harrison Ford que, a la espera de que sus amigos Lucas y Spielberg acudan al rescate con una nueva aventura del héroe del sombrero y el látigo, sigue mostrándose incapaz de dar una a derechas socavando su reputación, aún más si cabe, por esa tozuda manía de interpretar una y otra vez el mismo repetitivo y estereotipado personaje. De todas formas, ¿qué podríamos esperar del buen juicio de un actor que ha renegado en más de una ocasión de su participación en varias de las películas que le dieron fama y dinero, como la primera trilogía galáctica, y lo que es más grave, de aquella que le encumbró artísticamente gracias a su interpretación de un exterminador de replicantes?
Por otro lado, y en las antípodas del primero, está la evidente trayectoria ascendente de Alexandre Desplat. Un compositor que se ha ganado por meritos propios un hueco en el actual establishment hollywoodiense, gracias a su buen hacer y a la enorme versatilidad que le caracteriza, y que va camino de convertirse en un músico imprescindible para la industria. Sin tiempo ni lugar para estériles virtuosismos, ya que la obra que nos ocupa tuvo que componerse y grabarse en diez días por culpa de la sustitución in extremis (otra más) de Alan Silvestri, Desplat materializa en “Firewall” un sólido y eficaz, a la par que poco original, ejercicio musical que bebe inequívocamente del generoso maná compositivo dispuesto por el músico francés en su anterior trabajo “Hostage”. Ejecutada por la Hollywood Studio Symphony, compuesta por ochenta y seis músicos, y apoyada sin excesos en el siempre socorrido aparato electrónico, la partitura de Desplat sorprende principalmente por lo trabajado de la armonía, por algunas logradas variaciones sobre el material temático y en especial por la frescura de varios de sus inspirados pasajes fruto quizá de la improvisada inmediatez a la que se vio abocado el proyecto.
La edición de la casa discográfica Varèse se abre con el corte “Firewall”. Un anguloso y potente tema que se sustenta básicamente en unos cortantes y agudos trémolos para cuerda que junto a la pesada percusión, los estallidos de los metales y los elementos sintetizados ayudan a la música a alcanzar la textura que requiere un prólogo de tanto voltaje, convirtiendo en dinamita pura los dos primeros minutos de dicho tema.
Continuando con la lógica evolución del material sonoro más explosivo cabría destacar los cortes “The Epi-pen” y “The Fight”. El primero de ellos sobresale por la curiosa y reverberante mezcla de sonoridades que supone la utilización de una palpitante guitarra eléctrica en contraste con la pulsante ejecución de una flauta digna de la mejor tradición morriconiana. Por el contrario “The Fight” comienza con una tensa serenidad que desemboca en un desenfreno sonoro, debido a la presencia de nuevo de la guitarra eléctrica, sobre la que se proyecta un mayor protagonismo en esta ocasión del xilófono y la batería, todo ello aderezado con potentes ráfagas a cargo de los metales.
Como todo buen thriller que se precie, la música de suspense también tiene una importante presencia en “Firewall” como lo demuestra el corte “Escape from the Bank”. Este tema resulta ser un atractivo tour de force de diez minutos de duración que se distingue por encima del resto por su especial brillantez, en el que se intuye fácilmente el ataque pianístico llevado a cabo por Desplat para su construcción, y donde, por otra parte, también se vislumbra el principal defecto que domina toda la partitura: su escasa consistencia melódica.
De compleja estructura, “Escape from the Bank” está marcado de forma indeleble por el palpitante ritmo impuesto por el compositor en el que conjuga las bases sintetizadas, con un oscilante ostinato para cuerdas, y que se sustenta gracias a un lento crescendo en el que el piano cobra especial protagonismo traspasado el ecuador de la pieza.
En contraste con el resto de material presente en la obra encontramos “The Family Theme”. Un inspirado, a la par que simple, ejercicio melódico de exacerbado lirismo que alberga un cierto toque jazzístico, lo que le dota de un mayor dinamismo, y del que Desplat se hace eco, mediante breves pinceladas, a lo largo de toda la obra. Especialmente satisfactorio y evocador resulta su ejecución, con toda la orquesta al completo, en el brevísimo tema que pone punto y final a la edición (“Together Again”).
Sin excesiva brillantez, salvo excepciones, pero demostrando un gran oficio, el compositor francés culmina una obra que seguramente no será recordada dentro de su filmografía pero que como mínimo resultará, para el aficionado, tremendamente entretenida en su escucha. Aún así, la principal conclusión que se puede sacar de esta experiencia es que salir indemne, como así ha sido, de proyectos de la inmediatez de “Firewall” supone la verdadera piedra de toque para todo aquel compositor que quiera consolidarse verdaderamente en la industria americana.
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