Miguel Ángel Ordóñez
Reconozcan conmigo que historias como éstas solo están al alcance de iluminados mercachifles con una mirada puesta en la recaudación y la otra en el cada vez mas exasperante adoctrinamiento de unos adolescentes ansiosos de violencia gratuita y adoradores de videojuegos aniquiladores de neuronas: la lucha milenaria entre vampiros sedientos de sangre y licántropos furiosos que reniegan de su condición animal. Si encima la historia se rodea de elementos históricos y sociológicos que pretenden la imposible complicidad del espectador medio, de una escenografía pretenciosamente barroca y subterránea, de las sombras y la noche como hábitat vital de estos monstruos de la trastienda social, y de un despliegue generoso de efectos visuales, sonoros e infográficos, hayamos como resultante un seguro éxito de taquilla, que si bien no cumpla exageradamente las primeras expectativas, servirá como demanda inicial de las predecibles ganancias del mercado real al que es destinado el producto: el del alquiler y venta de DVD.
Este calculado producto de marketing se llamó hace unos años “Underworld”, un filme con estética de cómic underground de culto que a pesar de ser una soberana memez alcanzó el objetivo del beneficio gracias a una soterrada campaña en el blockbuster de turno (ahora que anda cerrando la cadena, cómo se lo montarán las productoras, qué pensará el cinéfilo de toda la vida: ¿muerto el perro se acabo la rabia?...no sueñen). Mucho ruido para tan poca nuez. Producto para descerebrados que evidentemente requería de un score (sic) machacón y taladrador de tímpanos que sirviera mas que para acompañar o subrayar la escena, para incidir en un envoltorio gore destinado a modernos y en una venta de discos que con tendencia hacia el techno y la electrónica evitara una hoguera de vanidades de sus insufribles responsables.
Como comprenderán la historia es lo de menos y no vamos a entrar en las brillantes disquisiciones hacia las que nos transporta la secuela de aquella, ahora llamada “Underworld Evolution”. Aunque varias cosas, valga la redundancia, han evolucionado respecto de la primera entrega: un mayor presupuesto, que se nota no cabe duda en las escenas de acción de la película y un score alejado de la pirotécnica muestra de la nada mas absoluta realizado en aquella por el olvidable Paul Haslinger.
Como esto segundo es lo que en realidad nos compete (disculpen todo el discurso anterior), empecemos diciendo que el encargo de musicar esta secuela paranoica recae en manos del hábil Marco Beltrami. Si bien es cierto que el bueno de Marco ha sufrido de la incomprensión y la ira de los aficionados, encontrándose su nombre ligado en ocasiones a la misma pira funeraria que el de Graeme Revell, para este humilde crítico se encuentra entre los nombres más interesantes del panorama actual. Sí, fustíguenme, no se corten. ¿Qué he visto en Beltrami?. Pues desde siempre rigor, que no es poco; elegancia, que es mucho; inquietud y conocimiento del oficio, que ya gustaría a tantos otros; y como no, personalidad (no se lleven las manos a la cabeza), eso tan difícil de ver que permite distinguir la misma mano tras la ardiente agresividad de “Mimic” o de “Deep Water”, tras el minimalismo calculador de “Minus Man” o “The Three Burials of Melquíades Estrada” o detrás tanto del emotivo epicismo de “Hellboy” como del contenido de “I Am Dina”. En resumen, que Beltrami es un compositor de indudable interés y lamentablemente no será hasta que abandone el género fantástico y de terror, en el que anda sumido desde sus inicios, cuando podamos valorar su justo lugar en la industria (pero desde ya muy por encima de esos frustrantes engañabobos carentes de personalidad llamados Tyler y Ross, o con un cierto sello pero sin talento, llámense Ottman o Shearmur).
Lo cierto, es que con “Underworld Evolution”, Beltrami cumple con creces el expediente. Sin excesiva originalidad, realiza un trabajo funcional de primera basculando entre cortes de suspense entregados a la cuerda y magníficos ejercicios de acción donde introduce su personal manejo del metal y las percusiones. Un trabajo descriptivo que se apoya sobre un tema central de aire primitivo y bélico, con crescendos percusivos que emergen en “The Crawl”, se muestran vigorosos durante “Corvin´s Cruisin´ Crypt” y obtienen una deslumbrante rendición en el enérgico y dinámico “William´s Castle”, muestrario del magnífico uso de las trompetas mutadas por parte de un compositor que se cuida de aportar un alto contenido elegíaco a la cuerda. Sin duda el mejor Beltrami, el mas imaginativo, lo encontramos en todos aquellos cortes de acción donde estimula el desarrollo dramático de la escena otorgando mayor fuerza épica a la historia (y créanme que eso no está al alcance de muchos, si no han visto la película). Sin duda ejemplos como “Ol´ Timey Music”, “Mikey Doesn´t Like It”, “Trunkin´”, “Kill Will 2” o la goldsmithiana “Beware of Dog”, demuestran un músico preocupado por crear ambientación global antes que una inquietud por anticipar escenas. Sutilidad no exenta de fuerza.
Terrenos tan predecibles como los que alimenta la película no permiten ir mucho mas allá de lo conseguido por Beltrami, que además se permite el lujo de incluir un motivo épico y noble, que hace acto de aparición en “Patricide”, para desarrollarse definitivamente en el evocador “The Future”, poderoso cierre de la edición. Teniendo en cuenta el precedente de Haslinger, no cabe duda que el trabajo de Beltrami merece el mejor de los reconocimientos, especialmente por la habilidad de este joven compositor para narrar musicalmente historias, que si quieren que les sea sincero, importan un pimiento.
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