Miguel Ángel Ordóñez
Ese divertimento universal que es el cine, aquel que despierta en el espectador un amplio espectro de sentimientos para goce y disfrute de sus sentidos, a veces ejerce de agitador de conciencias sociales, de cronista temporal de fatalidades y desgracias tanto como de desesperanzador espejo del estado de ánimo de sus creadores. Cine semi-documentalista que pone al alcance del observador paciente los diferentes microcosmos que habitan en un mundo dominado por el mercantilismo y el consumismo voraz. Narraciones arrancadas del alma para remover las entrañas de los autómatas adoradores del egoísmo, certeros puñetazos al hígado de circunstancial vigencia, sin consecuencias lustrosas y caritativas. Cine minoritario y necesario, nada evasivo.
“Sinfonía de ilegales” bebe de esos dogmas. Los músicos de la calle, aquellos que venden su arte en las aceras, en los rincones donde la sociedad acumula su polvo, son los protagonistas en el descenso a los infiernos de un artista (Miguel Molina) que busca sacar su música a los paseos y avenidas, una sinfonía para los desplazados, sus verdaderos intérpretes, gente en la que encuentra la cercanía del ideal musical puro, alejado de prebendas y encorsetamientos.
Para ello el director Jose Luis de Damas, ha querido contar con el novel en estas lides Luis de Arquer, un joven compositor de sólida formación en conservatorios que muestra una especial inclinación por el piano. Un nuevo valor a sumarse a la amplia pléyade de jóvenes autores que han tomado el relevo generacional de la música cinematográfica en nuestro país, la cual cabe decirlo goza de buena salud.
“Sinfonía de ilegales” muestra dotes de score insólito, profundamente clásico en planteamientos, concebido como goce melódico, alejado de abigarradas formas orquestales, de orquestaciones sutiles y delicadas, texturas armónicas que demuestran una apuesta sincera por el sentimiento, por la sensibilidad, en detrimento de otras consideraciones mas modernas y experimentales.
La mirada de De Arquer manifiesta el enorme cariño de Damas por sus personajes, incide en los sentimientos puros de unos protagonistas que cuando hablan a través de sus instrumentos muestran la sensibilidad y el amor ocultos en su difícil adaptación al habitat diario de la calle.
Obra interpretada por la Orquesta Sinfónica Estatal de Rivne (Ucrania), aparece dividida en dos bloques homogéneos. Aquel al que el piano insufla pasión y soledad íntima (constante del trabajo de De Arquer) con pasajes de gran belleza, donde los temas se encadenan con admirable sensibilidad como acuarelas de un mar en calma (“Improvisaciones 11/03/04”, “Detrás de la colina”, “En el recuerdo”) y en los que el compositor hace gala de su destreza para la improvisación; junto a un bloque de orquestaciones a la cuerda que otorgan un empaque especial al conjunto, desde el fugaz cuento infantil de enérgica vitalidad que adopta formas de melodía principal con “El príncipe feliz”, a la melancolía de “Preludio”, el sosiego y la expansión armónica de “Historias del mar”, la nostalgia inconfesable y la mirada al pasado del hermoso “Sueño de Talas”, la tristeza y desamparo de “Finale” o la repetición esquemática, las pesadillas marcadas por el ostinato de “Obsesión” con magistral contrapunto entre piano, bandoneón y coros.
Poco importa que la grabación adolezca de ciertas imperfecciones, de falta de matices, de ligera ausencia de graves. Lo importante era dar a conocer una obra asombrosa en su sencillez, oportuna en su dramática mirada hacia los desfavorecidos, cómplice a la hora de reflejar el alma de los artistas anónimos, aquellos desconocidos que tienen la oportunidad de expresar, como lo hace De Arquer con esta oda sinfónica, que debajo del polvo de los rincones pueden esconderse nuestros mas bellos recuerdos, barridos un día por las prisas y el desengaño.
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