Pablo Nieto
En los albores de la II Guerra Mundial, Heinrich Harrer, campeón olímpico austriaco y héroe nacional del país, decidió llevar su ambición mucho más allá, afrontando el reto de escalar la mítica montaña tibetana del Nanga Parbat. Cegado por su ambición de gloria, asume el sacrificio de dejar a su mujer embarazada en Austria, … una amarga despedida, de la que se arrepentirá toda su vida.
Su aventura en Nepal durará siete años. Tiempo más que suficiente para pasar dos años encarcelado por las tropas británicas acusado de ser un espía nazi, y otros tanto huido y escondido en la Lhasa, la ciudad prohibida, donde entablará amistad con un por aquel entonces joven Dalai Lama, junto al que sufrirá la invasión China de Nepal. El Dalai Lama marcará vital y espiritualmente a Harrer.
Una película con una historia tan valiosa, que encima contaba con Brad Pitt como protagonista principal, y a Jean Jacques Annaud en la dirección, no se explica como no llegó a funcionar. O quizás sí: su excesiva duración, la linealidad de la trama con un guión sin chispa, y por qué no decirlo, cierta saturación del movimiento pro-tibetano (corría el año 1997, Richard Gere era el abanderado del movimiento, secundado por Martin Scorsese y su “Kundun”).
De “Siete Años en el Tibet” , siempre será recordada su hermosa y espectacular fotografía, y la inspirada partitura de John Williams. Un trabajo en su momento criticado, pero que con el paso del tiempo, ha sabido ganarse un espacio en el corazón de los aficionados, muy especialmente a su antológico tema central. De los más inspirados e inspirados de la carrera del compositor.
Sobre ese tema construye toda la partitura. Presentado ya en el primer corte del disco, “Seven Years in the Tibet”, el mismo consta de tres movimientos orquestales bien diferenciados pero perfectamente complementarios. Por un lado, una apasionada y dramática elegía para cuerdas, inmensamente interpretada por la London Smphony Orchestra, que refleja la odisea vital de Harrer, a la que añade unos matices orquestales que elevan su dimensión al tiempo que se potencia el elemento épico-aventurero del film.
El virtuoso cello del Maestro Yo-Yo Ma nos presenta el tema del hogar. Un motivo que potencia la sensación de soledad del personaje, y la añoranza de la familia abandonada.
El siguiente tema que da cuerpo a esta extraordinaria pieza para concierto, es el tema de la redención. Un motivo utilizado para describir la relación entre Harrer y el Dalai Lama, y su posterior redención personal y espiritual.
Algunos podrán decir que en realidad no hablamos de un único tema central, y en parte tienen razón, porque lo que aquí tenemos son varios temas unidos en una suite para concierto con la idea de hacer más “interesante” su escucha en el disco y su fácil traslación para ser interpretada como repertorio de orquesta (de hecho, sólo en los títulos de crédito del film podremos escuchar esta pieza tal cual). Sin embargo, Williams no suele hacer las cosas porque sí. Los tres temas están todos entrelazados, unidos por medio de un bucle. Y aunque cada uno tenga su propia función en el film, en el fondo, hay una conexión ya no sólo espiritual sino armónica entre todos ellos, que impide separarlos. Estamos ante un viaje, con un comienzo, una transición y un finale. Un viaje en el que no se pueden desgajar fases.
Otro de los elementos claves de la partitura de Williams, y creemos que uno de sus grandes desafíos, fue la integración de la música occidental con la de esas latitudes orientales, en concreto con la música étnica de raíces tibetanas.
Ese mismo año, Philip Glass también recurrió a las fuentes budistas para construir su partitura para “Kundun”. La diferencia con la obra de Williams, es que mientras Glass convierte al budismo en minimalismo, Williams aboga por todo lo contrario: por un lado, escribe pasajes integramente étnicos basados en la influencia de Los Monjes de Gyuto (de hecho, se incluyen dos fragmentos de su obra extracinematográfica en el film, como los cortes “Makohala” y “Yamankata”), y por otro, permite que la influencia y giros melódicos orientales marquen la pauta de las piezas orquestales occidentales.
“Siete Años en el Tibet” es una obra madura, evocadora como pocas, y sobre todo muy inteligente. Sin embargo, John Williams todavía no ha hecho ningún milagro, y salvar este film de su mediocridad y pretenciosidad empalagosa era realmente difícil.
|