Miguel Ángel Ordóñez
Emma Thompson puede presumir de tener dos Oscar logrados en categorías distintas. Uno natural, como actriz, otro en una faceta menos conocida, la de guionista (”Sentido y Sensibilidad”). Basándose en la novela “Nurse Matilda” de Christianna Brand, Thompson introduce su particular visión de la magia, de la aventura familiar con este “Nanny McPhee”, en el que ha puesto especial cuidado en la adaptación literaria. Valores como el respeto y el amor son los ingredientes sobre los que se asientan la historia de una niñera muy particular. No hay trabajadora que aguante en el hogar del recientemente viudo Sr. Brown (Colin Firth). Sus siete hijos son un auténtico azote que parecen tener como leitmotiv hacer la vida imposible a cada nueva institutriz que pisa la casa. Hasta que llega Nanny McPhee, una mujer de aspecto desagradable y que dotada de poderes mágicos pondrá las cosas en su sitio, regalando paz a todos los integrantes del clan.
Una película que pretende fomentar los verdaderos valores navideños (que nada tienen que ver con los que promueven las grandes superficies comerciales, todo quede dicho), o al menos los que culturalmente hemos heredado. Estrenada en octubre en su país natal, Inglaterra, tiene previsto su desembarco en las Américas a finales del presente mes de Enero (quizás en fechas no tan apropiadas), mientras aún está por decidirse cuando verá la luz en nuestro país.
Patrick Doyle ha visto asociado su nombre al de Emma Thompson en no pocas ocasiones. Una amistad cultivada durante el matrimonio de la actriz con el polifacético Kenneth Branagh y que se ha mantenido tras la separación de ambos. “Enrique V”, “Morir todavía”, “Mucho ruido y pocas nueces” (cuando la actriz aún era la musa de Branagh) y “Sentido y sensibilidad”, a la que ahora se une “Nanny McPhee” así lo atestiguan.
En un año donde el nombre de Doyle se ha situado al frente del box-office gracias a su participación en la exitosa “Harry Potter y el cáliz de fuego”, “Nanny McPhee” puede pasar como encargo desapercibido. Sin duda este trabajo no tiene la repercusión mediática del anterior pero es buena muestra del celebrado momento que vive el compositor escocés.
Y sin embargo, ambos trabajos se encuentran interconectados. Es sorprendente observar como lo que para este humilde cronista era un score sin el necesario grado de magia (“Harry Potter y el cáliz de fuego”) es precisamente lo que sí tiene este “Nanny Mcphee”, un hechizo especial , dentro de un tono general de comedia que a la postre ejercerá de pequeño lastre de la partitura. Que no se me interprete mal, “Nanny McPhee” es ante todo una comedia y como tal Doyle debe recurrir a los clichés asignados a ese estilo, pero la división del score en dos temáticas muy diferenciadas (dentro de su enorme eclecticismo): una melancólica y triste que a la postre se vuelve mágica y nostálgica frente a otra enérgica que vive de las torpezas y desmanes de sus protagonistas, funcionan como departamentos estancos sin aparentes nexos de unión. Sin duda los intereses comerciales de la cinta, su división entre comedia disparatada y cuento navideño de buenas intenciones, requieren de un trabajo descriptivo que por momentos roza el estilo aplicado a la animación clásica.
La aplicación de clichés tradicionales como el uso del silencio (“A Clockwork Mouse”), punteados y pizzicatos (“Soup du Jour”, “I Smell Damp”, “Barnyard Fashion”), empleo de tuba, recursos que en la batuta de Doyle rezuman elegancia pero que no impiden la sensación de haber sido oídos una y mil veces contrastan con un inteligente uso del clavicémbalo y de un incipiente mickey-mousing que dotan de energía y distinción al score (“They´ve Eaten the Baby!”, “Bees and Cakes”). Contenidos precisos y descriptivos entre los que destaca la llegada de la niñera al hogar de los Brown, un corte ampuloso que deriva hacia posiciones tormentosas, turbias (“I Did Knock”) que demuestran la importancia de la sutilidad en un género donde la música se limita, en la mayoría de ocasiones, a enfatizar el desarrollo de la acción.
Doyle alcanza sus mejores logros en la introducción de elementos melancólicos y tristes, el meollo emocional que subyace tras la rebelde actitud de los niños, aquello que Nanny McPhee aporta a la familia. Un tema básico presentado de manera triste en “Secret Toast and Jam”, nostálgico y mágico durante “The Girl in the Carriage” y “Kites in the Sky” y delicado y dulce en “The Lady in Blue”, sucesivas variaciones que parecen encaminarse a prepararnos para su desarrollo definitivo entre acordes bucólicos y empleo de coros en el maravilloso “Snow in August”, el mejor tema de la edición y aquél por el que precisamente se recordará este trabajo.
Todos los sentidos se agudizan ante la demostración magistral de Doyle en un corte que ejerce de desembocadura de un trabajo tan elegante e inspirado en la magnífica interpretación de la London Symphony, que acaba por elevarse y distanciarse de la media de partituras que evocan estilos y recursos parecidos.
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