David Serna
“Islands in the Stream” puede considerarse un título “maldito” por varias razones, empezando por la tibia acogida comercial que padeció en su estreno y el progresivo olvido que ha ido sufriendo ante la ausencia de reposiciones y pases televisivos. Indudablemente, el propio filme, quinta colaboración entre el director Franklin J. Schaffner y el compositor Jerry Goldsmith, ya resulta un tanto extraño e inclasificable por el tono narrativo tan distinto de sus tres partes bien diferenciadas: “The Boys”, un primer acto donde el protagonista, Thomas Hudson (George C. Scott), recibe la visita de sus tres hijos en la isla donde vive, separado de su esposa; “The Woman”, donde Hudson se sorprende ahora por la llegada de su ex mujer y se lamenta por la mala noticia que trae consigo; y “The Journey”, epílogo en el que Hudson emprende una peligrosa aventura más cercana a “The African Queen” que al tranquilo drama que ha presidido los dos primeros actos. La edición española del DVD, por otra parte, ni siquiera incluye audio en castellano, cuando el filme se ha exhibido por Televisión Española perfectamente doblado. Rematando la faena, la partitura original de Goldsmith jamás ha contado con una edición discográfica oficial, pues tanto el primer compacto de Intrada como su posterior reedición (en su serie Intrada Excalibur Collection, hasta ahora dedicada a regrabaciones a cargo de Bruce Broughton) incorporan la regrabación dirigida por el propio Goldsmith en 1986, justo cuando el compositor se embarcaba en la que sería su última colaboración con Schaffner: la no menos olvidada “Lionheart”.
Goldsmith, no obstante, siempre consideró “Islands in the Stream” como su banda sonora favorita. Poco importa que Schaffner hubiese estado más inspirado en otras ocasiones (“Planet of the Apes” o “Papillon”, por ejemplo) o que el guionista del filme, el desconocido Denne Bart Petitclerc, no demuestre excesivo interés adaptando el relato original de Ernest Hemingway. Los extraordinarios escenarios naturales de la película y la notable interpretación de George C. Scott, asumiendo al solitario perdedor tan característico de Hemingway, pudieron ser suficientes para que el músico se dejase llevar por la tranquilidad y la belleza de sus imágenes y escribiese una partitura que, sopesando el conjunto de su filmografía, puede que no sea la mejor creación de Goldsmith, pero sí contiene todas aquellas virtudes que hacen grande el trabajo de un compositor, incluso cuando el resultado no parece brillar a la altura de otras ocasiones. De hecho, “Islands in the Stream” podría considerarse como la perfecta banda sonora a reivindicar en la larga trayectoria de un gran autor, donde generalmente las pequeñas películas suelen significar mucho más que las grandes producciones de éxito: una hermosa composición íntegramente orquestal aderezada con instrumentos exóticos y arreglos de primer orden, con una sencilla y pegadiza melodía principal totalmente exenta de amaneramiento o modernismo alguno, y un impecable dominio de las variaciones incidentales, donde Goldsmith retoma constantemente los dos motivos envueltos en el tema principal para reforzar la placidez de las imágenes (dicha melodía y una sucesión de notas ascendentes y luego descendentes) e incluso saca su nervio en algún momento de tensión, como la escena en la que uno de los hijos de Hudson a punto está de ser devorado por un tiburón (“Is Ten Too Old”).
Ese ascenso y descenso de las notas que, desde el propio arranque de la partitura, irán fluyendo con distintas combinaciones e instrumentación ha sido relacionado, muy a menudo, con el movimiento de las olas del mar, que irrumpen en la orilla y luego retroceden como parecen hacer, ejecutados por las maderas, los acordes escritos por Goldsmith, deudores, en cierto modo, del efecto que provocaba Bernard Herrmann en la que éste también consideraba su banda sonora preferida: “The Ghost and Mrs. Muir”. Sin embargo, mientras el concepto quedaba bien desarrollado en la obra de Herrmann (siempre que el mar debía estar presente, ese leit-motiv se encargaba de recordárselo al espectador), Goldsmith lo utiliza indistintamente sin una voluntad expresa por ilustrarlo o siquiera recordarlo (de hecho, cuando George C. Scott cita textualmente “el mar” en una línea de diálogo, el compositor recurre a la apacible melodía principal). Podría decirse, pues, que la función de esas notas que suben y bajan es meramente ambiental, pero nunca podría hablarse de un leit-motiv en sentido estricto, ni siquiera en lo que respecta a esa melodía principal de ocho notas que campa a sus anchas durante toda la partitura y que, si pretendiese ilustrar una idea, esa no sería otra que la tortuosa soledad que padece el protagonista y que le convierte en un perdedor anclado en una isla de la que ya nada puede esperar. No en vano, dicha melodía parece detenerse en el tiempo para reflejar, con profunda tristeza, tanto el tiempo perdido de Hudson como el incierto futuro que le espera separado de su familia.
Despojado, pues, de cualquier atadura con las imágenes, Goldsmith aborda “Islands in the Stream” sin la milimétrica precisión de “Coma”, “The Great Train Robbery” o “Capricorn One” pero con la perspectiva de un compositor que extiende sus emociones sobre un relato literario que narra con plena libertad y sobre el que despliega una sensibilidad más íntima, lo que tampoco significa que Goldsmith componga “por encima de las imágenes”, sino desde el propio corazón de la desamparada y reflexiva historia. El autor de “Patton” utiliza la melodía principal para expresarse repetidamente durante la banda sonora y recurre a variaciones incidentales de todo tipo con tal insistencia que cuesta encontrar otra partitura de Goldsmith tan volcada sobre la repetición de un tema, hasta el punto de que lo que podría denominarse “Hudson´s Theme” (así, al menos, lo define Goldsmith en la carpetilla del compacto original) está presente, a su manera, en cada uno de los 13 temas del disco, ya sea ejecutado por la trompa (en el arranque, “The Island”, y en el epílogo, “It Is All True”), las cuerdas (en “Is Ten Too Old” o “Eddie´s Death”), el piano (la mayor parte de “It Is All True”) o, sobre todo, las maderas (en “The Boys Arrive”, “Pillow Fight”, “Night Attack”, “The Boys Leave”, “The Letter”, “How Long Can You Stay” o “I Can´t Have Him”), provocando un efecto diferente con cada instrumentación: utiliza las cuerdas, por ejemplo, cuando acompaña los acontecimientos más dramáticos, mientras que la introducción del piano en el tramo final rubrica de una manera más melancólica el viaje narrado.
Así las cosas, la melodía que caracteriza a Hudson y las notas ascendentes y descendentes que la complementan acaparan buena parte del minutado de la partitura y constituyen el punto de partida para el resto de piezas musicales, como la melodía de aire tropical que acompaña la primera navegación de Hudson con sus hijos, donde ambos temas se entrecruzan en mitad de la exótica instrumentación (la primera parte de “Is Ten Too Old”), o la extensa composición de 12 minutos que ilustra su segunda navegación (“Marlin”), en la que uno de sus hijos se desvive por capturar un gigantesco pez espada y en la que Goldsmith introduce los dos temas acentuando la emocionante pesca, con un lirismo y un sentido de la aventura no muy alejado del “Gift From the Sea” de “Papillon”. Como resultado, lo que podría haber sido una monótona sucesión de variaciones de dos únicos temas, en manos de Goldsmith se convierte en un intenso viaje donde no importa tanto lo que se cuenta como la honda sensación que provoca en el oyente, más cautivado por la profunda tranquilidad desde la que el músico transmite la historia que por la técnica y los medios empleados para narrarla.
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