Miguel Ángel Ordóñez
Cuando el hijo del legendario Alfred Newman decidió dedicarse al mundo de la composición, dejando su incipiente carrera como violinista (era uno de los componentes de la orquesta en la grabación de la celebérrima “E.T”) y orquestador, sabía que la herencia de su padre en este campo le abriría puertas, pero que sin una sólida formación sería difícil mantenerse en este complicado medio. Analizando su estilo compositivo queda claro que David es el alumno mas aventajado de la familia en cuanto manejo de una orquesta sinfónica, en cuanto utilización de la amplia paleta de colores puesta por la misma a su disposición.
Sin embargo su nombre ha quedado enterrado en un género como la comedia que limita sin remedio su reconocida capacidad expositiva. Juegos del destino. Cuando David se unió a Michael Convertino para trabajar en el corto “Frankeweenie”, su primera experiencia en la composición y cuando ambos planearon continuar dicha relación, no fue consciente de la oportunidad que se le presentaba. Tim Burton acudió al binomio para la composición de su primer filme: “Pee Wee´s Big Adventure”. No lo tuvieron claro y decidieron no afrontar el proyecto. Tras una pelea que supuso el fin de la corta relación entre ambos compositores, David se ha preguntado siempre que hubiera sido de su carrera si hubiese continuado con el excéntrico director y si este no hubiera conocido finalmente a Danny Elfman. Nunca lo sabremos pero es posible que su hermano Thomas y su primo Randy no fueran los referentes actuales de la familia de músicos.
Tras dos películas a cuestas, las flojas “Vendetta” y “Critters”, “The Kindred” es el tercer encargo que pasa por las manos de David Newman. De nuevo, en una historia de terror de bajo presupuesto con actores de pasado glorioso y austero presente, Rod Steiger y Kim Hunter, donde un científico traumatizado por la muerte de su madre, una afamada bióloga que con sus experimentaciones genéticas ha creado a un humano mutante que amenaza con destruir a todo aquél con el que se cruce, deberá desenredar la maraña de horror que acompaña al monstruo. Una película de serie B, dirigida por los desconocidos Jeffrey Obrow y Stephen Carpenter.
Asociada a filmes de terror buscando potenciar el miedo a lo ingenuo, a la inocencia, la nana es una forma musical usada en numerosas ocasiones a lo largo de la historia del cine, baste recordar la antológica “Semilla de maldad” de North, la sórdida “Terror en Amytiville” de Schifrin, o la sobrenatural “Poltergeist” de Goldsmith, que funciona en cuanto forma expresiva dependiente de la niñez y que desubicada, fuera de lugar, provoca el horror a lo conocido, a lo cotidianamente dulce. De este contrapunto sonoro parte Newman con la introducción de un evocador piano y arrulladora voz femenina. Es su forma de presentar al mutante, un niño-monstruo de extrema fealdad, cándido en apariencia, pero sumamente destructivo (“Lullaby”).
Esa apariencia ingenua, dulce es a la que acude Newman en el cuerpo sonoro de un score que se asienta en estructuras románticas a la cuerda no exentas de cariz malsano. Figuras que se repiten, en un marcado minimalismo deudor de Phillip Glass y del creador de esa joya llamada “Trenes diferentes”, Steve Reich. La liberación artística que coincidió con la caída del muro de Berlín y que tomada como ruta y no como fin de trayecto convierten al minimalismo en una expresión musical sugerente cuando se asume con elegancia y como una estafa cuando se le vacía de su carga rupturista. Lo cierto es que Newman lo ha transitado en ocasiones, siempre desde perspectivas propias y analíticas. Y en “The Kindred” esta corriente musical se postula desde el inicio, cuando en el “Main Title” introduce un omnipresente motivo de cinco notas que con aires disonantes y referencias al último Herrmann desgranan un trabajo asentado sobre pilares pseudorománticos, ejemplo del contrapunto sonoro que Newman se obsesiona en reivindicar (“Hart Attack”, “John´s Revelation”, “Harry´s Creatures”, “Nell´s Death”, “End Title”).
Frente a este abigarrado minimalismo, el compositor contrapone motivos que conllevan cierto contenido violento o meros interludios pasivos, como los arpegios de “John Goes Home”, la brillante fusión de romanticismo y decadencia en la melodía expuesta en “Epilogue”, el tono onírico y el caos orquestal con figuras herrmannianas al metal de “Transformation”, el falso tema de amor en “Amanda and John” o la locura que desprende la macabra repetición de metales y cuerdas en “Melissa´s Jars”.
“The Kindred” es un trabajo hipnótico que tiende a abusar de la repetición esquemática. Newman logra un score claustrofóbico no exento de un desconcertante lirismo que se asienta en el contrapunto sonoro buscado, logrando que una cierta sensación de monotonía ceda el paso a una extraña atracción.
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