Miguel Ángel Ordóñez
Hay interesantes historias alrededor de filmes malditos que por una u otra razón han pasado a la historia por vicisitudes al margen de las estrictamente cinematográficas. "The Devil and Daniel Webster", remake de la afamada producción de 1941 dirigida con maestría por el gran William Dieterle (autor de las maravillosas “Juarez” o “Jennie” y gran baluarte de la espléndida “Duelo al sol”), es una de ellas. La historia de un hombre que vende su alma al diablo a cambio de siete años de fortuna y su posterior defensa en un “Tribunal Especial” habilitado al efecto, en el fondo el mito de Fausto, ha dado para numerosas adaptaciones para la gran pantalla. En el 2001 se realizó este film con un elenco compuesto por nombres de la alcurnia de Anthony Hopkins, Alec Baldwin y Jennifer Love Hewitt en el papel de diablo (calcando postulados de la irrisoria “Bedazzled”), dirigidos todos ellos por un Baldwin en su primera experiencia tras la cámara.
Con un presupuesto inicial de 25 millones de dólares y una vez finalizado el rodaje saltaba la noticia: la falta de presupuesto para la post-producción obligaba a archivar el proyecto sin fecha de estreno. Tras una inversión tan alta algo olía a chamusquina detrás de ese titular. Dos años mas tarde comenzaban a conocerse los verdaderos problemas de la producción. El 11 de Mayo del 2003 se publicaba en un rotativo americano que las autoridades federales habían retenido el proyecto por fraude en una investigación abierta sobre la financiación de la película por una cantidad que rondaba los seis millones de dólares. Un tal Jay Berkman era detenido. A día de hoy la Universal ha dado pasos para ocuparse del estreno de un filme que ha sido proyectado en algún Festival, pero cierto oscurantismo persigue un proyecto del que el propio Baldwin se ha desmarcado negándose a firmar la dirección del mismo y acudiendo al famoso pseudónimo de Alan Smithee, como ya hicieran en el pasado Dennis Hooper, Sydney Lumet, John Frankenheimer o Sam Raimi, por poner solo unos ejemplos.
Asociado al proyecto, Christopher Young parece haber querido resarcirse con la publicación de este inencontrable promo de un año en el que ha sufrido dos rechazos de partituras importantes: “Ask the Dust” y “An Unfinished Life”, proyecto este último de envergadura que le volvía a unir al interesante director sueco Lasse Hallstrom tras “The Shipping News”. Jugadas del destino: qué mejor qué sacar a la luz un proyecto gafado para superar el trauma del rechazo.
Lo cierto es que hablando en términos estrictamente musicales, ”The Devil and Daniel Webster” es una partitura sorprendente, eminentemente propia de su autor, para lo bueno y para lo malo. En resumen: experimental, emocionante e hipnótica. Cimentada sobre tres temas principales, el central recuerda sus experimentos para “The Vagrant” con la utilización de instrumentos artesanales en una vertiente cómica que le acercan a su trabajo para “The Big Kahuna”. Solo ciertos toques navideños nos recuerdan el score realizado por Herrmann para el filme de Dieterle (recordemos que se trata del único Oscar del genio neoyorkino). Con una exposición más experimental en el corte “The Devil and Daniel Webster”, que abre la grabación, el barroquismo en el empleo del clavicémbalo se apodera de “Imps and Pimps”, mientras un desarrollo completo, mas dinámico y divertido, cierra el score en “Hell´s Bells”.
Sin embargo la partitura se mueve por ámbitos bien distintos, alrededor de un falso tema de amor y de un disimulado vals que Young construye jugando con el despistado oyente. Parece con ello querer potenciar el elemento femenino implícito en el personaje del diablo, puesto que su trabajo bascula entre un inspirado romanticismo elegante y una ensoñadora tensión cercana a la pesadilla. “Living for Love” despierta innumerables sensaciones contradictorias con su suave empleo de maderas y de evanescentes cuerdas que dejan paso a una agridulce melodía romántica. Un pseudo tema de amor que se acerca al réquiem funesto con empleo de piano en “Missing the Devil I Still Love”, alejándose de las dulces maderas del precedente, para apostar abiertamente por la melancolía en el tristísimo solo de chelo en “Dying for Love”.
Por último y siempre en modo menor, el pseudo-vals que emerge en “The Temptation Waltz” juega con ritmos sinuosos introducidos por el vibráfono, convertido en nana con uso de carrillón en “Heksekoster”.
Un trabajo para paladares exquisitos. Un juego macabro que atrapa en su falta de progresión melódica, que cautiva con su sesgada cicatería. Atractivo por su nómada exceso ambiental, tan profundamente hipnótico como perturbador. Nada mejor que la inteligencia y la personalidad y de eso a Young le sobra para dar y tomar.
|