David Serna
La relación profesional y la íntima amistad que el compositor Elmer Bernstein mantuvo con el director John Sturges encontró en “The Hallelujah Trail” la penúltima de sus siete películas en común y, sin duda alguna, la más divertida de sus colaboraciones. Rodada en 1965, cuando el género western sorteaba nuevos senderos y las superproducciones eran la moda de los grandes estudios, “The Hallelujah Trail” combinaba la variante cómica que comenzaba a extenderse por el western tradicional (cuya expresión más grotesca quedaba patente en los spaghetti europeos) con el formidable espectáculo que proporcionaban las producciones de pantalla panorámica, generoso metraje y un reparto a la medida. Curtido ya en pieles (basta recordar la envergadura de “The Magnificent Seven” o “The Great Escape” pocos años atrás), Sturges volvió a contar con un amplio elenco de actores, encabezado por Burt Lancaster, Lee Remick, Jim Hutton, Pamela Tiffin, Brian Keith, Donald Pleasence y Martin Landau, y acudió fiel a su amigo Bernstein conocedor de la importancia de una buena música: “A veces pienso que es una lástima que su música deba estar totalmente involucrada con el resto de elementos de la película”, comentó Sturges tras haber trabajado con André Previn (“Bad Day at Black Rock”), Dimitri Tiomkin (“The Old Man and the Sea”) o Jerry Goldsmith (“The Satan Bug”). “Yo puedo indicar a un actor cómo cruzar hasta una ventana y mirar afuera, pero Elmer, con su batuta, puede reflejar casi cualquier cosa en la que esté pensando”.
Si para “The Magnificent Seven” compuso una música enérgica y vibrante porque, en un primer visionado, el ritmo de la película le pareció demasiado lento, para “The Hallelujah Trail” Bernstein escribió la partitura exacta que pedían las imágenes: una composición orquestal alegre y desenfadada cuyo tema central (“Hallelujah Trail”) no es otro que la propia canción que entona un grupo de defensoras de la sobriedad que, apenadas por los efectos del alcohol en sus maridos, lucha por impedir que un cargamento de 40 vagones de whisky llegue a Denver pese a la protección de sus ciudadanos, la escolta de la caballería y el ataque de los indios. En un momento en el que Estados Unidos experimentaba un notable auge de lo “afroamericano”, Bernstein desarrolló la melodía principal a modo de gospel para dotar a la partitura del vitalismo y el colorido de la historia, lejos de reforzar una temática netamente “afro” como sí hiciera Jerry Goldsmith para “Lilies of the Field” dos años antes. La contagiosa energía del tema, escuchado durante los títulos de crédito, le sirve para presentar la tonalidad de la banda sonora y restar trascendencia, de alguna manera, a los acontecimientos que vayan a suceder, extendiendo su condición de “divertimento” al grueso de la partitura.
Ya antes de que la película comience, la “Obertura” que precede a la proyección aglutina los cinco motivos principales: la marcha de los ciudadanos de Denver (“Denver Free Militia”), un tema asociado a la caballería, una melodía que describe la grandeza del paisaje (el momento lírico más bello de la partitura), un motivo vinculado al personaje de Oráculo Jones (Donald Pleasence) y, en quinto lugar, la marcha que la Liga Antialcohólica canta en sus mítines y que representa la causa de su viaje (“Stand Up, We´ll March to Denver”). De aquí en adelante, Bernstein juega incidentalmente con los cinco temas y enlaza sus variaciones con el desarrollo dramático de otros pasajes, combinando la música épica de sus westerns con lo humorístico (las marchas que definen las intenciones de cada bando), lo romántico (la relación que surge entre los personajes de Remick y Lancaster, presente en la melodía de “Whiskey, Love and Temperance”) o lo militar, cuya percusión y redobles de tambor remiten inevitablemente a “The Great Escape”.
Bernstein se permite una secuencia de acción memorable cuando las mujeres, los ciudadanos de Denver, la caballería y los irlandeses que transportan el whisky convergen en una alocada persecución en torno a los barriles de los indios, recurriendo al cliché de su música autóctona (como hiciera en “The Comancheros”) como parte de un frenético scherzo, con el que homenajea el sonido de las screwball comedies (“Which Way Did They Go?”). No en vano, el aire festivo dominante interfiere directamente en varias soluciones dramáticas de la música, como el momento en que los vagones de whisky, ante los ojos incrédulos de su dueño (Brian Keith) y de Oráculo Jones, se hunden en las arenas movedizas del desierto y Bernstein describe mordazmente la inmersión con la friolera de 60 notas descendentes, empezando por los registros agudos del viento y las cuerdas y terminando, significativamente, en los más graves (“Down, Down, Down”).
El único problema a la hora de valorar la música no reside en la partitura de Bernstein (un perfecto compendio de estilos y temas característicos del autor), sino en el contenido de la edición discográfica, pues Varèse Sarabande no ha editado el score original de la película, sino el soundtrack vendido en su época, como ya sucediera con la anterior edición del sello Tsunami. Varèse, en su línea limitada Masters Film Music, mejora el sonido de aquel vinilo pasado a compacto e incorpora un tema adicional (el corte “The Bath”, que no alcanza los dos minutos y, por si fuera poco, se encuentra dañado), pero sigue ofreciendo un disco que representa muy parcialmente la extensa y disfrutable creación del compositor, donde los temas recogidos no vienen como tales en la película, sino más bien versionan el contenido de la partitura de forma “accesible” para el oyente, hasta el punto de incluir gratuitamente en el epílogo la misma versión de “Hallelujah Trail” escuchada al comienzo.
Tal circunstancia no sólo provoca que mucha música quede fuera (la mayor parte variaciones de “Hallelujah Trail” y “Stand Up, We´ll March to Denver”), sino que parte de ella adquiera una dimensión diferente. La citada persecución de los indios aparece incompleta y fragmentada en dos cortes (“The Chase” y “Which Way Did They Go?”), mientras que la interpretación vocal del tema “Stand Up, We´ll March to Denver” desvirtúa completamente el sentido original, pues si en la película lo entonan las mujeres de la Liga Antialcohólica con una clara finalidad (“La ginebra es pecado”, reza una de sus pancartas: “Gin Is Sin”), el disco cae en la incoherencia de utilizar un coro de hombres y mujeres, cuando claramente los personajes masculinos nunca abogarían por la eliminación del alcohol.
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