Frederic Torres
A ningún aficionado se le escapa que la sola mención de Pascal Gaigne al frente de la música de una película es sinónimo de calidad garantizada, pues el nivel que ha mantenido en los últimos años en todos y cada uno de los proyectos en los que ha participado es más que notable. Fruto de ello son los continuos reconocimientos que está recogiendo por su trabajo en forma de nominaciones al Goya (“Loreak”, el anterior proyecto de la pareja Aguerri/Garaño, directores de este “Handia”; también el año pasado, por “El Olivo”, de Icíar Bollaín) y de la crítica especializada, como ha ocurrido en los premios que hasta ahora organizaba esta misma web, en los que ha sido seleccionado con todo merecimiento como el mejor compositor de los últimos años. Esta tercera colaboración con la pareja de directores vascos (tras “80 Egunean” y la citada “Loreak”), saldada con una nueva y merecida nominación a los Goya, corrobora el espléndido momento que vive el compositor rubricado, además, con el estreno de “Traición”, la reciente serie de TVE en la que también está presente el reconocible sello de su autoría, que queda afirmada de modo definitivo gracias a una voz propia que se apoya en el dominio absoluto del tratamiento electrónico de las texturas atmosféricas, que apuesta por determinados elementos solistas como el violín, el cello y el piano, siempre secundados de un modo adecuado por la cuerda de la “Bratislava Symphony Orchestra”, bajo la batuta del experto David Hernando Rico.
La perceptiva sutilidad de Gaigne articula este peculiar relato iniciático de los dos hermanos que protagonizan el film, Martin y Jokim (Martín y Joaquín, en castellano), y le conduce a proseguir el camino ya iniciado en “Loreak”, con esos desarrollos electrónicos del prólogo inicial (“Handia”) asociados al caserío, metáfora del atavismo ancestral, complementados con un conjunto orquestal escorado a las formas del vals (“Primer Viaje”), de modo similar a como ya ocurriera en su anterior partitura para “El Olivo”. Es el concepto en el que se inscriben los parámetros de la partitura a la hora de desarrollar esta historia rodada respetando los idiomas originales, incluido el euskera, sobre este “gigante de Altzo”, como era conocido popularmente Jokim, al que su hermano encuentra con una altura desmesurada a la vuelta de su participación en la primera guerra carlista (“Retorno a Casa”, “Reecuentro”), tras haber sido reclutado a la fuerza (“Soldados”, “En Marcha”). Se trata de un prólogo extenso, en el que Gaigne contrapone la acción de determinadas secuencias (la pulsión rítmica del sintetizador combinada con los violentos scherzos de la cuerda, en “Soldados”) a otros momentos provistos de unas connotaciones hipnóticas, casi de reminiscencias mágicas (“Retorno a Casa”). El “Reencuentro” entre los dos hermanos lo significa el compositor sin estridencias, manejando las sutilidades de la programación con los pizzicatos de la cuerda, antes de dar paso a una exposición expansiva de los arcos, que ceden protagonismo al violín y al cello. El tema central se expone entonces con toda la brillantez melódica y formal en la citada “Primer Viaje”, un disfrutable vals que envuelve a los personajes en esa aventura que ambos deciden emprender para ganarse la vida aprovechando la desmesura de Jokim, el “Coloso” que deja obnubilado a los espectadores de la ficción como a los espectadores fílmicos.
Ese viaje que los hermanos van a recorrer les lleva desde Madrid y la corte de una jovencísima Isabel II (“Madrid”, “Academia de los Ilustres”), a un insólito periplo europeo, previo paso por el caserío natal para proceder a su venta (“Vuelta al Caserío”, “Escrituras”), dado que ninguno de los dos puede hacerse cargo del mismo (a la desmesura de Joaquín, hay que adicionar que Martín ha vuelto tullido de su aventura bélica), y en el que cada uno de ellos se irá encontrando con sus propias contradicciones, toda vez que afirmarán sus propósitos y ambiciones. En este sentido, aunque la historia presente concomitancias argumentales con otras ya conocidas del público, caso de la extraordinaria “El Hombre Elefante”, de David Lynch, sus responsables optan por no hacer de la acromegalia que afecta a Joaquín el centro de interés del relato, sino la excusa para profundizar en la relación entre ambos protagonistas y poner al descubierto sus verdaderas personalidades, algo que Gaigne destaca de un modo intenso pero recatado, sin aspavientos y proveyéndose de un lenguaje de tonalidades melancólicas a la par que vital, del que “Inglaterra” es buen ejemplo, con el piano y el violín como instrumentos solistas principales. En este sentido, el fragmento “Bordeaux-London-Paris”, supone el apogeo de la brillantez orquestal empleada con mesura y sabiduría por Gagine, quien se decanta por bellísimos pasajes como “Le Monde Ouvre les Yeux”, en el que el tema principal, ejecutado por el piano y revestido de las citadas texturas electrónicas, da paso a un crescendo de la cuerda que imprime a las imágenes una altura emocional proporcional a la intervención musical. Uno de esos raros y extraordinarios momentos que dan sentido al lema que reza que “la unión hace la fuerza”.
En la conclusión del film, reflejada en “Montes Perdidos” y “Gigantes”, el vals principal queda desposeído de su rítmica en aras de una deconstrucción validada por el violín, el piano y el cello, en una recta final que el compositor acomete desde una perspectiva que apela a la esencia, con fragmentos tan bellos y evocadores como los dos citados, pero también “Últimas Nieves”, “Handia” y “Créditos”, además del tema dedicado a los hermanos, “Martin & Jokim”, que cierra el disco. Un trabajo hermoso, sutil, ponderado, que emana de la sencilla complejidad que encierran las emociones. Un placer para los sentidos que hay que degustar en el momento idóneo al objeto de acceder a su sustancia poética y que, de nuevo, vuelve a situar a Gaigne entre los candidatos al mejor trabajo del año (sea con reconocimiento oficial, como es el caso, o no). Como ha quedado dicho, su inspiración y talento no ofrecen dudas, y más allá de los posibles premios que esta magnífica partitura pueda depararle, que siempre sería de justicia otorgar (el Goya, sin ir más lejos), lo cierto es que siempre le quedará al aficionado la grata sensación que entraña el misterio de la audición de su música. La música de Pascal Gaigne. Casi nada.
1-enero-2018
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