Frederic Torres
De vez en cuando se obra el milagro. La audiencia tiene la suerte de contemplar un prodigio de aquellos que dejan clavados a la butaca del cine. Son ocasiones fugaces, pero no inexistentes. He aquí la prueba con esta (agridulce) delicia urdida entre Damien Chazelle (director) y Justin Hurwitz (compositor), que homenajea a los grandes clásicos (Minnelli, Donen, Kelly, Astaire), para crear algo nuevo a partir de ellos. De los grandes clásicos norteamericanos, claro. Pero sobre todo, a partir de Jacques Demy, el director francés que alcanzara el éxito en los sesenta con aquellas dos joyas tituladas “Los Paraguas de Cherburgo” y “Las Señoritas de Rochefort”. Él es el máximo referente del film (algo que el propio Chazelle no esconde en las entrevistas que ha concedido) y que es evidente para el espectador aventajado, quien reconocerá no solo la viveza del colorido de decorados y vestuarios (que transmiten una energía vital indispensable e intrínseca al género musical), sino también sus formas y maneras en el magnífico número inicial, “Another Day of Sun” (canción incomprensiblemente ausente de las nominaciones a los Oscar), en el que un gigantesco atasco en la autopista de entrada a la “ciudad de las estrellas”, Los Angeles, se convierte, por obra y gracia del encantamiento que proporciona el género, en un fantástico escenario a través del cual expresar mediante las canciones y el baile los sueños y aspiraciones de todos aquellos que son atraídos a la meca del cine. Canciones y danza que están integrados en la narración al estilo de los films de Donen y Kelly, sí. Y de la misma manera con que Demy concebía sus depuradas y vanguardistas obras, a partir de una mirada tan única y llena de viveza como los propósitos de los protagonistas, pero también provista de la melancolía de sus decepciones, de aquello que pudo ser y no fue. El amargo final de “Los Paraguas” y sus similitudes con el film de Chazelle, no deja lugar a dudas.
No importa que Hurwitz apenas cuente con un bagaje cinematográfico que no vaya mucho más allá de su participación en “Whiplash”, la interesante propuesta anterior del mismo Chazelle, como se ha esgrimido en alguna crítica, pues tampoco lo ostentaba John Barry cuando se encargó del arreglo del famoso tema de “James Bond”, ni Henry Mancini cuando participó en “Desayuno con Diamantes”, y ya puestos, ni el mismo John Williams cuando se encumbró a mitad de los setenta con “Tiburón” y “La Guerra de las Galaxias” (mayor trayectoria anterior, seguro, pero sin despuntar de un modo brillante). Todos ellos tuvieron después una larga y fructífera carrera, algo que no hay manera de saber si Hurwitz llevará a cabo. Pero tampoco es que importe demasiado, ya que su creación se intuye clásica, a semejanza de las de los citados, por lo que podría quedarse dormido en los laureles y vivir de las rentas (que a buen seguro le generarán el pequeño puñado de extraordinarias canciones que ha compuesto). Ocurrirá, no obstante, que al igual que Michel Legrand, de quien absorbe modos y maneras en concordancia con el modelo admirado por Chazelle, resulte fácil augurar que a ambos todavía les quede un largo (y ojalá que igual de afortunado) camino por recorrer. De hecho, Legrand también podría haberse detenido en su extraordinaria composición para “Los Paraguas” y seguramente hubiera sido igual de recordado (aunque luego legara joyas como “Las Señoritas”, “El Caso de Thomas Crown”, “Con los Ojos Cerrados” o “Verano del 42”, por citar algunos ejemplos), pero es fácil intuir que Hullwitz y Chazelle todavía no han dicho su última palabra.
Así las cosas, el trabajo desempeñado por el compositor se desdobla, al menos discográficamente, entre el álbum dedicado a las canciones y los bailes, aquello que se conoce habitualmente como “Soundtrack”, y el dedicado al score, que comprende la música incidental empleada en el film. Pero escribir sobre uno sin tener en cuenta al otro es imposible porque ambos conforman un todo homogéneo indesligable del que solo estrictos motivos comerciales han influido en la conveniencia de su aprovechada duplicidad. De hecho, hay algunos fragmentos repetidos en un álbum y otro, como pueden ser “Planetarium”, el vals que la pareja baila ensoñadora por entre las estrellas que momentos antes observaban en la bóveda celeste; el “Epilogue” y “The End”, con la escena en la que la pareja reflexiona sobre las ocasiones perdidas; así como la misma “City Of Stars. May Finally Come True”, interpretada, al igual que en el disco que contiene las canciones, por Ryan Gosling y Emma Stone, aunque aquí el fragmento alcance un mayor desarrollo expositivo al incluir una cuña con el score en el que el piano torna disonante el tema de los protagonistas, preludiando las sombras que se ciernen en su relación (algo que el trémolo de clarinete y el solo de piano anterior a la recuperación del tramo final de la canción por parte de Gosling y Stone, refuerzan). Incluso repite el diegético, “Herman´s Habit”. A partir de aquí, el disco del score recupera toda una serie de intervenciones musicales en las que el protagonismo de las variaciones de los dos temas centrales son la baza principal (“Mia & Sebastian´s Theme”, “Mia Hates Jazz”; “Mia & Sebastian´s Theme –Late for the Date-“; “It´s Over Engagement Party”; “You Love Jazz Now”), así como toda una batería de intervenciones de características diegéticas (la citada “Herman´s Habit”; Rialto at Ten”; “It Pays”; “Surprise”; “Cincinnati”). En cualquier caso, un auténtica gozada que permite degustar intervenciones incidentales como “Bogart & Bergman”, en las que los solos del viento-madera (clarinete, oboe, fagot y flautas) juegan con la celesta, los triángulos, el vibráfono y el xilófono (como ocurre en la mayor parte de fragmentos incidentales, por otro lado), derivando hacia una orquestación dulce y suave, no exenta de la continua rítmica que proporcionan los pizzicatos de la cuerda de fondo. O ese solo de guitarra acústica que protagoniza el “Mia Hates Jazz”, una de las más emblemáticas frases-escena del film.
En este cruce de estilos entre Mancini (no en balde, hay quien ha visto un desvío hacia la comedia dramática en la segunda parte del film, deudora del Donen de “Dos en la Carretera”, que fragmentos como los breves “The House in Front of the Library” y “You Love Jazz Now”, avalarían) y Legrand, entre los que bascula el film, Hurwitz encuentra tiempo y espacio para homenajear el be-bop (con Gillespie, “Bird” y Monk a la cabeza), antes que a los clásicos jazzy del cine musical norteamericano tales como George Gershwin, que en absoluto son el referente a tomar en cuenta. Todos los temas diegéticos citados provienen de esa corriente, y Hurwitz se posiciona cruzando sus temas incidentales con el estilo citado como ocurre en “Boise”, en el que el tema de Mia & Sebastian se transmuta en una versión filtrada por los dos adalides del bop, tomando el piano y el saxo (más batería y contrabajo de acompañamiento) las riendas del motivo expuesto en poco más de un minuto. Hurwitz desdibuja de este modo las fronteras entre lo incidental y lo diegético (y no será la única vez, porque el bello vals de “Planetarium” podría entrar tanto a formar parte tanto de un espacio como del otro –de hecho, como ha quedado dicho, el fragmento se localiza en los dos discos-), antes de dotar al tramo final de su composición del cariz reflexivo acorde al desenlace propuesto por Chazelle (el breve “Missed the Play”, o, sobre todo, “It´s Over Engagement Party”, provisto de un melancólico desarrollo del tema de la pareja gracias a un conmovedor solo de piano de apenas minuto y medio de desarrollo). Un disco deudor del dedicado a las canciones y que, probablemente, hubiera resultado mucho más afortunado haber editado de un modo conjunto. El único pero que cabe poner a una obra tan novedosa como inspirada, tan sencilla como gratificante, tan liviana como perdurable. No importa demasiado la molestia de buscar y adquirir uno y otro, para resistir por partida doble hasta la próxima ocasión. Hasta el próximo milagro. Tarde lo que tarde.
24-febrero-2017
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