Frederic Torres
Cuenta el director del film, Gerardo Olivares, en el interior del digipack de este disco que contiene la música de Pascal Gaigne, que descubrió al compositor gracias al visionado de “Loreak” (“Flores”), reciente producción vasca por cuya partitura estuvo nominado al Goya, y que tras la presente colaboración seguirá de ahora en adelante contando con él dada la gran empatía y conexión existente entre ambos. Es una lástima que no lo hubiera descubierto unas décadas antes (las que ya lleva a sus espaldas trabajando en el cine español el compositor francés afincado en Donosti), pero cabe alabar las futuras intenciones del director, quien hasta ahora no había repetido músico ni una sola vez en ninguna de sus películas (“La Gran Final”, “14 Km” o “Entre Lobos”), porque seguro que van a ser capaces de ofrecer obras con la misma sensibilidad y calado emocional de las aquí exhibidas. Al menos, eso es lo que se desprende de la consecución entre pretensiones y resultados acometida en “El Faro de las Orcas”, una historia triangular formada por Beto (interpretado por Joaquín Furriel), Tristán (Joaquín Rapalini) y Lola (Maribel Verdú), la madre de este último, que viaja desde España a la Patagonia para tratar de paliar el autismo de su hijo a quien casualmente le ha llamado la atención la labor de Beto, el guarda de una reserva marina poblada de orcas, tras ver un documental en la televisión. La historia se basa en la experiencia real vivida por el auténtico Beto Bubas, quien previamente la había trasladado a un libro que Herrero ha adaptado contando con la receptividad de Gaigne, que ofrece un tema principal emotivo, de los que calan hondo, y que se acopla como un guante a las cálidas imágenes filmadas por el director.
El compositor define su partitura como “un entramado de sensaciones, sentimientos cruzados, ritmos íntimamente obsesivos, melodías estiradas en el espacio, silencios brutalmente sonoros, olas armónicas que provienen desde el más profundo inconsciente”. Y no puede estar más acertado, la verdad. Todo ello y más conforma la estructura de esta exquisitez que posee un tema principal pleno de lirismo, fiel reflejo del sello de su autor, quien ha vuelto a contar con la complicidad de la experta batuta de David Hernando Rico al mando de la “Bratislava Symphony Orchestra” (algún día habrá que debatir con seriedad el porqué de la recurrencia con que los compositores del cine español emplean estas orquestas, caracterizadas por la profesionalidad y la infraestructura adecuadas, en oposición al desdén y cierto menosprecio de las propias, las cuales no obstante han demostrado en numerosas ocasiones –los registros del sello Quartet dan fe de ello- que podrían ser tan válidas o más que aquellas si se facilitaran los medios y se tomaran con seriedad los propósitos y necesidades de los compositores de la especialidad), distribuyendo entre media docena de solistas el desarrollo de esta hermosa composición, entre los que destaca el piano (en manos del habitual Pérez de Azpeitia), el saxo soprano (Josetxo Silguero), el acordeón y la acordina, un instrumento a mitad de camino del anterior y la armónica (ambos interpretados por Iñaki Dieguez), además del arpa (Marianne Leclerc) y el cello (Ivan Tvrdik). Así, el arpa y el piano son los grandes protagonistas (con apoyo orquestal) de ese gran tema expuesto en “El Faro de las Orcas”, a pesar que los tres fragmentos anteriores estén relacionados con Tristán y su fascinación por las orcas, del que es un bello ejemplo “Amanecer en Patagonia”, que abre el disco y cuenta con unas notas de piano insistentes (el ritmo obsesivo que describe Gaigne), al que se le añaden “olas armónicas” ejecutadas con la cuerda y la acordina antes de la aparición del solo del saxo. El compositor manifiesta que la inspiración musical sigue siendo un misterio para él (como ha confesado en varios textos de las carpetillas de sus discos, incluyendo la presente), y es por ello que su música, la del film, participa y se envuelve de ese misterio. Así, aunque Beto toque la armónica para atraer a las orcas, el instrumento no puede contar con presencia en la partitura debido a que se trata de una referencia puramente diegética, perteneciente al plano de la “realidad”, por lo que su inclusión desvirtuaría, por intrusiva, el nivel de sugerencia de su planteamiento, más plausible a través del “eco” que de ello proporciona la peculiar acordina.
Es un tema que juega con la sensorialidad, del que Gaigne extrae múltiples variaciones (casi todas ellas relacionadas con Beto y las orcas), en ocasiones centrándose solo en la introducción del tema, como en “Tristán”, otras con intervenciones casi onomatopéyicas a cargo del saxo, como ocurre en las breves “Desde Lejos”, “¡Agarraros!” y “Una Cometa”, en la que se produce cierta identificación con el movimiento. Y sobre todo en la impresionista “Primer Contacto”, uno de los fragmentos más bellos del score. Pero que también adquiere proporciones emocionales en “Volver a Casa”, “Perdido en la Playa” o en “Historia de Lola”. A ello cabe añadir un motivo dinámico, de mayor calado sinfónico, que se escucha por primera vez en “¡¡¡Atacan!!!” y que culmina en el fragmento de mayor duración del disco, “Volar Solo” (de casi más de seis minutos de duración), en el que tras el solo de saxo (acompañado en segundo plano por el piano) del tema de Tristán, el scherzo de las cuerdas, combinadas con la percusión, dan paso (en la cuerda una vez más) a ciertas ínfulas minimalistas que Gaigne introduce como cima de ese dinamismo, antes de detenerse y sumergir al espectador en “un silencio brutalmente sonoro”, una especie de onda emocional que remite a algunos momentos de su anterior “Loreak”. Pero es el tema de “El Faro de las Orcas” el auténtico hallazgo de la partitura, una composición melódica de plenitud emotiva, a la que el compositor da preeminencia bajo el mismo título (al que agrega algún adjetivo relativo a la belleza del paisaje, pero que bien podría aplicarse a su música, como en “El Faro de las Orcas (¡Qué Maravilla!)”), con la capacidad de reconvertirlo incluso en un tema de ínfulas “pastoriles” (mejor cabría decir “marineras”), tal como ocurre en “Chaka y Beto” y “Jugando con Chaka”, en las que debido a la intervención de los pizzicatos de la cuerda y a una orquestación derivada hacia el viento-madera, se dulcifica el lirismo con una disposición hacia la gracia y la vitalidad generada por el contacto con la naturaleza (las orcas en cuestión, y en concreto con “Chaka”).
Una obra que sobresale con distinción y que cualifica a Gaigne como uno de los poseedores del don para ofrecer una música dual, capaz de apuntalar la complicidad entre los aspectos expresivos y emocionales de cualquiera que sea el film que lleve entre manos, como de asumir una autonomía propia que la caracterice por separado de las imágenes a las que sirve gracias a una plenitud de impresiones, de sugerencias, que la dotan de una vida tan propia como independiente. Un auténtico logro. En este contexto no deja de ser una mera anécdota que esta partitura vaya a pasar desapercibida a la hora de las nominaciones a los Goya por una simple cuestión de tiempo, dado que el estreno no ha podido producirse a tiempo, a pesar que el compositor sí estará entre los cuatro finalistas gracias a su trabajo en “El Olivo”, otra estimable composición creada para la película de Icíar Bollaín. Pero es que Gaigne define la música como “uno de los más importantes testimonios de la relación entre la naturaleza y lo humano, con algún secreto añadido que sinceramente espero no descubrir nunca”, al tiempo que señala al mar como una de sus mayores fuentes de inspiración, sino la que más. Si a ese secreto se le añade el ya citado que transmite la propia música y que el autor prefiere preservar, intercambiando los términos de la sentencia que el enorme Fernando Pessoa aseveraba a través de su heterónimo Bernardo Soares en el “Libro del Desasosiego”, cuando escribía aquello de “la mujer, una buena fuente de sueños. Nunca la toques”, situándolo en la base misma de su motivación, solo cabe esperar que el compositor se deje llevar y mantenga infracta su curiosidad. Gaigne intuye y adivina cuál es el motor de su creatividad, la presencia mágica que más vale no desentrañar. Y es que la simple contemplación del mar puede convertirse en un ejercicio poético. Escuchar la música de Pascal Gaigne, lo es.
3-febrero-2017
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