Frederic Torres
El desconcierto ha corrido parejo a la expectación levantada por el estreno de este “Episodio VII”, titulado “El Despertar de la Fuerza”, la esperada secuela de la saga de ciencia-ficción más famosa de la historia del cine, ahora ya en manos de la Disney tras la multimillonaria venta efectuada por su creador, George Lucas, en 2012, quien se ha mantenido al margen de la producción no obstante ofrecer un tratamiento a los nuevos dueños sobre sus ideas originales que, por lo que parece, fue rechazado. Como ya se había contratado a los intérpretes de la trilogía original, se optó por dar continuidad a aquellos personajes y a la historia principal, pero introduciendo ciertas novedades. El resultado ha sido una especie de batiburrillo en el que el espectador se va adentrando en la historia y las imágenes del film dirigido por J.J. Abrams (creador de la serie “Perdidos” y exitoso reactivador de la franquicia galáctica “Star Trek”), apercibiéndose a los pocos minutos de enfrentar una especie de “remake” del “Episodio IV”, el primer filme que George Lucas estrenara en 1977 bajo el títulos de “La Guerra de las Galaxias”, rebautizado como “Una Nueva Esperanza”, impresión que crece exponencialmente a medida que las situaciones se reproducen de un modo idéntico a como se planteaban en aquel film: adolescente solitario y supuestamente huérfano (en este caso, de género femenino, Rey, interpretada por una esforzada Daisy Ridley), malgastando su vida en un desértico planeta (llamado Jakku, pero que perfectamente podía haber sido Tatooine); huida del planeta a bordo del conocido y abandonado “Halcón Mileranio” (el cual, sin embargo, y al igual que en el film original, pese a las quejas de sus tripulantes, funciona impecablemente), perseguido por los habituales cazas TIE; capturas y operaciones de rescate de parte de los protagonistas, con el consiguiente juego al escondite por los pasillos de la nueva “Estrella de la Muerte”, cosméticamente denominada ahora “Starkiller”; aparición de un personaje siniestro, Kylor Ren (máscara incluida y todo de negro), alineado en el “Lado Oscuro de la Fuerza”; robots secundarios que complementan las acciones de los protagonistas (BB-8); captura de Rey y posterior sesión de tortura a manos de Kylor Ren; nueva versión tabernaria del salón galáctico (esta vez con una banda de reggae, en lugar de la clásica banda de jazz), etc., etc. Si a todo ello se le añaden también algunas secuencias basadas en las otras dos partes de la trilogía original, pues el personaje de Han Solo vuelve a encargarse de desactivar los escudos protectores del nuevo y monstruoso artefacto mortal (cuya única diferencia estriba en que ahora no dispara un solo rayo destructor de mundos, sino varios a la vez), tal como ya hiciera en el planeta Endor durante el “Episodio VI” (“El Retorno del Jedi”); así como el duelo con las espadas láser entre Rey y Ren, el hijo de Han y Leia, en el que éste trata de convencer a la nueva jedi en ciernes de formar pareja en el “Lado Oscuro de la Fuerza”, lo que les convertiría en invencibles, tal como ofrecía Vader a su hijo Skywalker en el “Episodio V” (“El Imperio Contraataca”), el espectador, abonado a las anteriores trilogías de la saga, no puede dejar de considerar que definitivamente le están dando “gato por liebre”.
Planteado, pues, como si de un reboot se tratara, tal cual ya hiciera Abrams con respecto a la citada “Star Trek” (y, en parte, con su episodio cinematográfico de “Misión: Imposible III”, o con su personal visión de “E.T.” y “Encuentros en la Tercera Fase” cruzadas con “Los Goonies”, que fue “Super 8”), manejando unos personajes tan conocidos como icónicos, a los que respeta en su esencia para reinventarlos ante las nuevas generaciones de espectadores, el quid de la cuestión sigue residiendo en que este “Episodio VII” es (o debería ser), una continuación, tal y como su numeración indica (aunque no esté explicitada en su título, sí es lo primero que aparece antes de los habituales textos explicativos que contextualizan la narración galáctica). Y no es nada de todo lo descrito y lo es todo al mismo tiempo, lo que se traduce en una situación indefinida para el espectador, incluso incómoda, pues al mismo tiempo que contempla la deriva de la historia treinta años más tarde de donde se quedó en el citado “Episodio VI” (“El Retorno del Jedi”), también reconoce la mayor parte de las situaciones asistiendo a un espectáculo que no acaba de cuadrarle por los motivos descritos y a pesar del trepidante discurrir de la acción, quedándose con la impresión que el nuevo film no aporta nada realmente nuevo a las seis películas anteriores. Defender esta posición esgrimiendo que se trata de captar la atención de toda una generación que no ha visto las dos trilogías anteriores es algo carente de fundamento, pues aunque el actual espectador no hubiera ni nacido cuando apareció no ya la primera, si no la segunda trilogía, la maquinaria del merchandising de Lucas (que incluye innumerables versiones en todos los formatos multimedia posibles –VHS, DVD y Blu-Ray, de momento-) ya se ha ido encargando de mantener al día y en plena vigencia a toda la ristra de personajes originales y la historia que los une entre ellos. La definición de la productora, Kathleen Kennedy, de comparar el film con un concierto de una banda de rock, en la que junto a nuevos temas, los asistentes también pueden disfrutar de los viejos conocidos que la catapultaron a la fama resulta muy aclaratoria e incluso acertada. Pero está por ver que lo que funciona en un concierto de rock, sirva también para una película. Al menos, desde un punto de vista del verosímil fílmico (porque, además, la narración está plagada de absurdidades de gran calibre: el pilotaje y defensa a cargo de Rey y Finn a bordo del “montón de chatarra” que es, teóricamente, el Halcón Milenario, dotados de una destreza y pericia insuperables, para no haber pilotado ni disparado nunca; el aprendizaje de los métodos de la Fuerza por parte de Rey, sin entrenamiento alguno, de modo puramente intuitivo; la idea de desactivar los escudos de la Starkiller por parte de Finn, un soldado de asalto raso destinado a la limpieza, supuestamente sin conocimientos técnicos de ningún tipo; la “feliz” coincidencia del tropiezo en su huida de Rey y Finn a bordo del Halcón con, precisamente, su antiguo dueño, Han Solo, todavía acompañado de Chewbacca, etc.)
Así pues, y tras establecer el peculiar contexto fílmico, cabe interrogarse acerca del camino seguido por John Williams a la hora de elaborar la nueva y esperada partitura, compuesta a sus 83 años, prosiguiendo la continuidad de aquellas que tanta fama mundial y gloria le reportaron. La respuesta ha debido ser enormemente complicada para el compositor, pues ante el confuso (que algunos pueden equivocadamente entender como innovador) planteamiento de esta secuela, Williams se ha encontrado ante un verdadero cul-de-sac, un auténtico callejón sin salida del que ha salido airoso como buenamente ha podido mediante una retahíla de temas principales dedicados a los nuevos personajes (Rey, Kylo Ren, Snoke), salpicados de homenajes a la saga anterior a medida que van apareciendo en el film (el conocido tema central –“The Rathtars!”, “Scherzo for X-Wings”-, el de los ataques imperiales –“Follow Me”, “The Falcon”-, el de Han y Leia –“Hand and Leia”, “Farewell and the Trip”-, el de la Fuerza –“Maz Counsel”, “Hand and Leia”, “The Ways of the Force”, “The Jedi Steps and Finale”-, el de Leia –“Farewell and the Trip”-), tal como ya hiciera en los films anteriores, sólo que en esta ocasión los nuevos (que incluyen también una marcha para la Resistencia y un tema para el Halcón Milenario) no logran brillar con la misma intensidad debido a que las situaciones (y casi los personajes) son los mismos con los que tuvo que lidiar hace casi cuarenta años. No se trata tanto de una falta de inspiración, como de un problema de enfoque. Y el escogido por parte de los responsables de la nueva trilogía ha mediatizado en demasía las opciones. Williams trata de arropar a los nuevos personajes con sus respectivos leiv-motivs, entre los que destaca especialmente el de Rey, la nueva protagonista de la trilogía, a la que el compositor brinda un fragmento que se abre con la celesta y el arpa, para pasar a las flautas y la cuerda antes de destacarla con un solo de trompa (“The Scavenger”), retomando los modos y maneras con que ya se empleara en la trilogía original. Incluso interrumpirá la continuidad discográfica de una secuencia (pues el registro sigue cronológicamente el film), la de la huída de Rey y Finn (el renegado soldado que ansía unirse a la Resistencia –teóricamente conformada por autoridades de la República gobernante, como la general Organa-) de Jakku, perseguidos por las tropas de la “Primera Orden” (antes imperiales), incrustando entre “Follow Me” y “The Falcon”, el “Rey´s Theme” en una versión arreglada para concierto, tal como en su momento hiciera con el “Leia´s Theme” del primigenio álbum “Star Wars”.
Rivaliza en importancia el que también podría considerarse casi como el otro tema central del film, asociado al último icono de la saga que quedaba sin leiv-motiv propio, el Halcón Milenario, cuya función es dotar de dinamismo y acción la mayor parte de las secuencias en las que la nave se ve involucrada, que prácticamente son todas (y que cobra especial importancia en las citadas “Follow Me” y “Tha Falcon”), aunque en “Finn´s Confession” el motivo desvele una perspectiva más lírica, cuando el personaje acabe por revelar que ha formado parte de las filas de la Primera Orden. A este tema y al de la Resistencia (escuchado por primera vez en el inicial ataque de las fuerzas de la Primera Orden a Jakku, en el que cae prisionero el valeroso piloto Poe Dameron, que tiene el tiempo justo de incrustar en BB-8, el orondo y expresivo nuevo robot protagonista, la información que persigue la siniestra Orden paramilitar, en una nueva idea tomada del “Episodio IV”), se opone el de Kylo Ren, que pretende seguir los pasos de la “Marcha Imperial” dedicada a Darth Vader en el “Episodio V” (“El Imperio Contraataca”), y que aunque intenta emular con un potente metal (símbolo del deshumanizado y despiadado poder del personaje) a aquel, en ningún momento consigue, más allá de su funcionalidad, superar o rivalizar tan conocida e inspirada composición, derrotada ante su simple sombra de igual modo que Ren semeja, en la pantalla, un simple sucedáneo del señor oscuro de los Sith, a pesar de la tramoya freudiana de la que quiere investírsele mediante el trágico enfrentamiento paterno-filial que el desarrollo del nuevo tratamiento argumentativo presenta. Lo mismo sucede con el breve tema dedicado a Snokes, un remedo del tema del ruin Emperador Palpatine de la primera trilogía, iniciado con coros masculinos graves a capella, a los que se les une el metal y los trémolos de la cuerda para elevar exponencialmente su ya de por sí siniestra apariencia. Tampoco mejor fortuna (en cuanto a especificidad) corre BB-8, el nuevo robot compañero de aventuras de Rey y Finn, cuyo breve fragmento, “Rey Meets BB-8”, recibe un tratamiento sensible antes que temático, por cuanto el encuentro que cita el título deviene musicalmente un trasunto musical de aquel otro entre Elliot y E.T. que el compositor desarrollara magistralmente en el fragmento del conocido film de Spielberg, titulado discográficamente como “E.T. and Me”.
En definitiva, como se puede observar, nuevo y abundante material temático no falta, acompañado, además, de multitud de pasajes de acción descriptiva al más puro estilo williamsiano (“The Attack on the Jakku Village”, “The Rathtars!”, “Kylo Ren Arrives at the Battle”, “Scherzo for X-Wings”), en el que el compositor retoma gran parte de sus maneras de la primera trilogía de un modo calculadamente estudiado (las formas de “The Falcon”, recuerdan tremendamente las del conocido y emblemático “The Asteroid Field”, del “Episode V”, con los dinámicos scherzos de las cuerdas para las piruetas del Halcón, así como las espirales de flautas aludiendo metafóricamente al alejamiento de la nave y su conseguida huida). Incluso apunta nuevas formas como la contrapuntística secuencia de la demostración de poderío de la nueva y gigantesca estación espacial, la Starkiller, a la hora de fulminar varios mundos de una tacada, ilustración expresada desde un punto de vista dramático cual si de un réquiem se tratara. De un modo similar, más épico en este caso, es el tratamiento que recibe el enfrentamiento entre Ren y Rey con los sables-láser en “The Ways of the Force”. Pero todo ello no logra materializarse en un punto de vista novedoso. Es el mismo defecto, en definitiva, del que adolece el film, el cual a pesar de intentar reciclar un material ya conocido con el que plantear nuevas situaciones y partir de cero, lo único que consigue es insistir en ofrecer más de lo mismo y recurrir a lo que todo el mundo ya había visto y conocido. Sólo que en el caso de Williams, esa insistencia y falta de novedad, hasta cierto punto obligadas por motivos de producción, deviene en un score que muy pocos compositores actuales serían capaces de firmar, revelando inconscientemente, de paso, cuál es la (raquítica) situación y los (erráticos) derroteros de la música de cine actual.
16-enero-2016
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