Frederic Torres
Es posible que a más de uno le haya cogido por sorpresa la nominación a los premios de la Academia de Hollywood (así como el conseguido Globo de Oro) de Johán Johánnsson, un semidesconocido dentro del ámbito específico de la música cinematográfica quien, además, dispone de cierta discografía tan perfectamente asequible como ajena a la especialidad y caracterizada por sus componendas minimalistas, folk y atmosféricas (“Dis”, “Englaborn”, “Fordlandia”, “And in the Endless Pause There Came The…”, “The Miner´s Hymns”, “Free the Mind”) No es algo nuevo, pues es relativamente habitual que se produzcan incorporaciones al mundo del cine de músicos ajenos al mismo que logran alcanzar cierto reconocimiento artístico caso, sin ir más lejos, de Owen Pallet el año pasado por su delicada partitura para “Her”, o el de Alex Ebert, también ganador del Globo de Oro por “Cuando Todo Está Perdido”, por no citar el de los exitosos Atticus Ross y Trent Reznor, que conquistaron el Oscar hace un par de años por “La Red Social” (siempre hay excepciones, como las del excelente Jon Greenwood en sus trabajos para Paul Thomas Anderson, o los de Nick Cave y Warren Ellis para John Hillcoat, quienes hasta ahora, pese a la gran calidad de algunos de sus trabajos –“Pozos de Ambición”, “The Master”, entre los del primero, y “La Carretera” entre los segundos-, no han recibido recompensa alguna). Pero no es este el caso del islandés Johánnsson, puesto que lleva ya quince años trabajando continuamente para el cine desde que debutara en el 2000 en la comedia local “The Iceland Dream” (en su título de distribución internacional), y que posteriormente, en 2007, trabajó en Francia (“Voleurs de Cheveux”), antes de pasar al cine norteamericano debutando con “Personal Effects”, en 2009. Sin dejarse acomodar, porque al año siguiente, en 2010, este “trotamundos” participaba en la producción de ciencia-ficción mejicana “De Día y de Noche”, para a continuación, en 2012, empezar su asociación con el director chino Ye Lou, primero con “Fu Cheng mi Shi” (cuyo título de distribución internacional se quedó en el simple “Mistery”), y este año con “Tui Na” (distribuida como “Blind Massage”), antes que el director canadiense Denis Villeneuve le solicitara para su extraordinario thriller “Prisoners”, cuya tensional partitura le diera a conocer (ganadora en 2014 del premio que otorga la ASCAP), suponiéndole el paso definitivo de su trayectoria profesional.
A pesar de toda esta variada y ya extensa trayectoria, discográficamente no ha quedado rastro alguno del trabajo cinematográfico de Johánnsson, si exceptuamos la extraña (por inhabitual) edición en doble disco de vinilo de la partitura del film de Villeneuve, y el actual compacto que recoge la excelente partitura que el compositor ha elaborado para esta producción británica (la gira mundial de Johánnsson parece no tener fin) dirigida por James Marsh (quien ganara el Oscar al mejor documental en 2008 por “Man on Wire”, centrado en Philippe Petit, el equilibrista que se atrevió a cruzar entre las extintas Torres Gemelas), y magníficamente interpretado por Eddie Redmayne y Felcity Jones, dando vida respectivamente a la pareja real formada entre el reconocido científico Stephen Hawking y su mujer, Jane, cuya relación sentimental abarca desde que se conocieran a principios de los años sesenta en la universidad de Cambridge hasta su posterior divorcio y situación actual, pasando, claro está, por su matrimonio (en el seno del cual nacieron sus tres hijos), intentando atender tanto a las enormes dificultades derivadas de la terrible enfermedad degenerativa que padece el científico y que le han confinado de por vida a su especial y reconocible silla de ruedas, como a su brillante trayectoria científica, presente a pesar de no ser el tema nuclear de la narración. En este sentido, el film recuerda (y no sólo por la aparición en ambos de Emily Watson) a “Hilary y Jackie”, que contaba la trágica historia de la virtuosa violonchelista Jacqueline du Pré, casada con el afamado pianista y director Daniel Barenboim, la cual tras obtener cierta acreditación artística recibía un duro golpe al revelársele una esclerosis múltiple, enfermedad que finalmente acabó con su vida mientras Barenboim formaba otra familia (aunque nunca descuidara su atención). Y lo recuerda, porque en ambos la trayectoria profesional en los ámbitos respectivos (no del todo comparable, puesto que Hawking es un científico de un rango muy superior a la capacidad virtuosa que en su momento disfrutara la citada violonchelista) establece un llamativo y curioso contexto en el que desarrollar la tragedia personal que centra el foco de atención argumental.
Con todo, es de justicia reconocer que más allá del impresionante trabajo actoral de Redmayne (quien ha acaparado todos los premios principales del año –como el BAFTA y el Oscar-) y de su adecuación paulatina a la situación realmente vivida por el científico, el film no abusa de los aspectos emocionales que una relación de estas características comporta a pesar de ser su tema principal, pues el juego de dicotomías va salpicando la historia (la espiritualidad de Jane –perteneciente a la iglesia anglicana- y el escepticismo científico de Hawking, la pretendida normalidad familiar frente a la enfermedad del protagonista, la degeneración física –y por tanto comunicativa- de Hawking frente a un intelecto privilegiado y completamente activo), algo de lo que se beneficia tanto el relato como el espectador. Así, por ejemplo, el inicio fílmico desborda dinamismo (“Cambridge, 1963”, “Rowing”), con un protagonismo del piano de evidente perfil minimalista, el cual, junto a la cuerda, presenta un Hawking desafiante e incluso temerario en su paseo en bicicleta por los aledaños de la universidad para, a continuación, tras haber conocido a Jane en una fiesta estudiantil (relación que ilustra la preciosista “Domestic Pressueres”, que presenta el vals con el que la pareja posteriormente celebrará su boda), dar paso a la intromisión de la enfermedad y sus consecuencias (“Chalkboard”, que cuenta con unas dramáticas escalas pianísticas, “Collapsing Inwards”, que finaliza brusca e inesperadamente su crescendo, golpeando tanto al protagonista como al espectador, y “A Game of Crocquet”, en el que Hawking le muestra a Jane, mientras practica su juego favorito, la trágica realidad de su enfermedad, mientras una cuerda y un piano de gran lirismo contrapuntean la acción y la explican por sí misma), en las que el protagonista trata de alejarse de su joven amada consciente de los tremendos problemas que la relación puede conllevar. Y aunque quede situado fílmicamente en una perspectiva relativamente secundaria, el tercer frente argumental, relaciones íntimas y enfermedad aparte, el que atañe al trabajo científico que ha dado fama mundial a Hawking, goza de la mano de Johánnsson de la relevancia oportuna mediante una pieza que podríamos tildar de “momento mágico” (“Cavendish Lab”), en el que los trémolos de la cuerda, el arpa, la celesta y el piano transmiten emocionalmente al espectador la fascinación y el respeto del joven Hawking al disponer del laboratorio en el que se descubrió la existencia de los electrones o se dividió el átomo, contemplado como si de un espacio sagrado se tratara. El momento en que el científico presenta su teoría sobre el origen del tiempo (“The Origins of Time”) al tribunal de Cambridge alcanza connotaciones épicas, combinando la gravedad de la cuerda con las trompas, a pesar que el desarrollo final con la celesta y las flautas otorgue una sensación flotante, liviana, que recuerda el discurso musical empleado en aquella gran serie didáctica que fue “Cosmos”, comandada por otro gran científico de vocación pedagógica como Carl Sagan.
Los tres frentes avanzan inextricablemente de modo que a la boda entre Stephen y Jane (“The Wedding”, que ofrece un mayor desarrollo del bellísimo vals citado), le sigue una breve descripción entre efectivas elipsis de la incipiente vida marital, caracterizada especialmente por el nacimiento de los hijos (“The Dreams that Stuff Is Made Of”), en la que las flautas dulcifican esos destellos de felicidad que el piano y la cuerda culminan. Los sostenidos de esta última, de reminiscencias wagnerianas (el músico preferido de Hawking), sirven para acompañar la exposición pública de las nuevas teorías del científico, las cuales, como él mismo comenta irónicamente (en una brillante muestra del “ensayo-error” en que se basa el método científico), contradicen las que inicialmente propusiera (en “A Spacetime Singularity”, con la madera –clarinete- “scherzando” cuando el científico, en una rocambolesca situación doméstica, en la mejor tradición de la manzana de Newton, cae en la cuenta de su nuevo planteamiento cosmológico mientras observa las ascuas de la chimenea tras enredarse con un jersey). Secuencia seguida de otra en la que se muestra el continuo avance de la enfermedad (cuyo diagnóstico inicial no daba a Hawking más allá de un par de años), cuando el protagonista se percata que no puede ya subir las escaleras ni siquiera arrastrándose (“The Stairs”), en las que la celesta y el piano contrapuntean la escena con la ayuda de leves y sutiles toques del sintetizador, mientras el hijo pequeño contempla desde el piso superior los fútiles esfuerzos de su padre. La gravedad de la cuerda preludia la crisis matrimonial (“A Normal Family”), cuando Jane se ve desbordada por la situación personal y familiar, antes que la guitarra defina su atracción por Jonathan (“Forces of Atraction”), el joven director del coro al que Jane se entrega (“Camping”), mientras este asume el rol de padre “normal” (saliendo de excursión a la playa o de acampada) que los niños no pueden ya tener, dado el inexorable avance de la enfermedad de Hawking, que la cuerda acompaña con gravedad, y que lo aboca casi a las puertas de la muerte (“Coma”).
Un nuevo “momento mágico” acaece cuando Hawking, desalentado por la traqueotomía padecida tras salir del coma, toma conciencia de que puede comunicarse mediante una voz computerizada siguiendo las indicaciones de los leves movimientos de su mano derecha (“The Voice Box”), en el que a la celesta y la flauta se le añaden unos leves pizzicatos y trémolos de cuerda, metáfora de las renovadas esperanzas con que el protagonista se enfrenta al futuro. Pizzicatos que prosiguen (en “Daisy, Daisy”) a fin de acompañar la idea de escribir un libro con el que divulgar sus teorías científicas antes que en la segunda parte del fragmento el solo de piano acompañe la ruptura entre el matrimonio al anunciar Hawking a su mujer que va a instalarse en los Estados Unidos con Elaine, su nueva enfermera, despejando de este modo el camino para que ella pueda rehacer también su vida con Jonathan (“A Model of the Universe”, que combina el tema central, en un solo de piano, con el de Jane-Jonathan en la guitarra). La rítmica que Johánnsson impone a la presentación del libro, semejante al tic-tac del avance de las agujas de un reloj, deviene en un malabar juego onomatopéyico entre el título del mismo (“A Brief History of Time”) y el dinamismo que caracteriza el lema que reza que “mientras hay vida, hay esperanza”, con el que Hawking finaliza, ante un auditorio entregado, la presentación de su obra. Todo antes de que el compositor vuelva a regalar un último de esos “momentos mágicos” para ilustrar la bella metáfora final, dulcemente orquestada con el arpa, la celesta, las flautas, leves pizzicatos y ligeros trémolos de la cuerda, cuando el científico consigue levantarse de la silla en la que está postrado para realizar un acto tan sencillo como recoger el bolígrafo que se le ha caído a una de las atentas estudiantes de la primera fila, algo totalmente imposible para él, mientras ese mismo auditorio queda fascinado por la genialidad científica de su mente, a la que prácticamente nadie puede aspirar a superar. Un epílogo, (“Epilogue”), vuelve a reunir a Jane y Stephen en Inglaterra en una audiencia ante la reina (aunque el film explicite con posterioridad que el científico rechazará la Orden de Caballero que se le ofrece), secuencia en la cual se vuelve nuevamente sobre el vals que los unió mientras la pareja pasea, con sus hijos, por los jardines del palacio real, aunque ahora cada uno disponga de una situación personal diferente y absolutamente propia. Los créditos finales reúnen los temas principales partiendo del dinamismo inicial (“The Theory of Everything”) para finalizar con un bello solo de arpa con el tema central de protagonista (“The Whisling Ways of Stars that Pass”), redondeando de esta manera tan sosegada una obra que, sin duda, se encuentra entre las mejores del año y que nos presenta las brillantes credenciales de un compositor que, si encuentra “su lugar en el mundo” y se asienta definitivamente, ojalá pueda ser capaz de ofrecer nuevas creaciones de la misma calidad, intensidad y altura. Talento, desde luego, no le falta.
11-marzo-2015
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