Dion Baillargeon
La simple mención de “La Caída del Imperio Romano” (The Fall of the Roman Empire) trae inevitablemente consigo el recuerdo de las grandes creaciones del maestro Miklós Rózsa para otras superproducciones de Samuel Bronston, como “Rey de Reyes” o la monumental “El Cid”, de las que es bien conocida su naturaleza escrupulosa e históricamente documentada. Rózsa estudió las Cantigas a Santa María de Alfonso X, el Sabio, para componer “El Cid”, y ya en el arcaico canto cristiano de “Quo Vadis” (que señala el inicio de una gloriosa década de cine histórico cerrada por el gran fracaso comercial de ) había utilizado la estructura de antiguos cantos gregorianos. No obstante, el precedente fílmico más inmediato y poderoso es sin duda "Ben-Hur". La en comparación modesta carrera de cuadrigas entre los antagonistas de “La Caída del Imperio Romano” es un inequívoco homenaje a la gran obra maestra del cine histórico. No obstante, Dimitri Tiomkin abordará la película con un enfoque musical por completo distinto al del maestro húngaro y, todo hay que decirlo, sorprendente en él.
Rózsa combinaba sus especulaciones musicológicas (que en el fondo no dejan de ser idealizaciones románticas de la música del período) con unos esplendorosos temas de poderoso calado emocional que parecen como absorbidos por los personajes desde fuera, haciendo más accesibles y actuales sus vidas, sus conflictos y sus sentimientos. La partitura de Tiomkin se acerca más al carácter sutil y penetrante del trabajo del gran Alex North en “Espartaco” (Anthony Mann iba a dirigirla también antes de ser defenestrado de la producción, por cierto) y “Cleopatra”. Al igual que North, Tiomkin conduce la historia a través de un tema intensamente romántico cuyas variaciones expresan en todo momento el estado de ánimo de los protagonistas. Incluso las marchas militares (Tiomkin había escrito algunas tremendamente fatuas para películas como “Tierra de Faraones” y “55 días en Pekín”) plantean cuestiones psicológicas, como por ejemplo el fugato con el que se coreografían las legiones romanas antes del enfrentamiento con el bárbaro Balomar. La sensación de orden y seca rigidez transmitida por esta técnica de composición trasciende el mero exhibicionismo (una tentación peligrosa para Tiomkin) y penetra hondamente en la escena, subrayando con intensidad la férreo disciplina militar romana.
A la vista de la exagerada música de “Tierra de Faraones”, compuesta una década antes de la que nos ocupa, sorprende esta vez la relativa moderación de Tiomkin. Esta vez se abstiene casi por completo del uso de coros, y no incluye canción alguna. Incluso deja en silencio algunas secuencias de acción, como la mencionada carrera de cuádrigas. Para acompañar la historia (casi no hace falta decir que recientemente fusilada por Ridley Scott en "Gladiator") de las intrigas que rodearon la muerte del emperador Marco Aurelio (un estupendo Alec Guiness), la caída del tirano Cómodo y la historia de amor de su hermana Lucilla con el general romano Livio, Tiomkin habla directamente al corazón. Esta vez sin griterío ni demasiados excesos.
El tema central de “La Caída del Imperio Romano” es, en mi modesta opinión, una de las más prodigiosas composiciones de la historia de la música cinematográfica. La imponente introducción del órgano remite al estilo improvisatorio de las tocatas de J. S. Bach y marca desde el inicio el carácter decadente y apasionado de la pieza. Las repeticiones de la sencilla melodía fluctúan con naturalidad entre los modos mayor y menor sobre un complejo entramado contrapuntístico, resultando a veces desoladoras y a veces de grandeza exultante. Parece una poética reflexión sobre el inexorable ciclo de la historia, el cenit y el ocaso de los imperios.
Este tema ilustra sobre todo las tribulaciones de Lucilla (Sophia Loren) y será el gran nexo de toda la banda sonora. Tiomkin aporta algo nuevo en cada una de las variaciones, absolutamente ninguna es gratuíta. Posiblemente las más dramáticas e intensas son las que escuchamos en “Tarantella”, donde los ominosos trombones convierten el otrora tema de amor en una gigantesca llamada de la muerte, y en “Lucilla´s Sorrow”; la melodía es variada al modo brahmsiano como un patético lamento de la cuerda por el fallecimiento del emperador Marco Aurelio. En ambos casos me refiero a la edición de PEG Recordings.
El poder de Roma es simbolizado por un breve motivo de los metales rematado por un llamativo flatterzunge, un efecto de trémolo al que Tiomkin era bastante adicto. Lo escuchamos por primera vez en “Pax Romana”, como idea generatriz de toda la vitalista y arrolladora marcha militar (que, lo que son las cosas, recuerda al optimista tema de los esclavos de “Espartaco”). Acompaña luego muy significativamente la llegada de Cómodo en "Dawn of Love". Es también desarrollado con tintes solemnes en “The Roman Forum” y encabeza de forma un tanto irónica el espléndido “Finale”.
Es muy destacable también la infernal y percusiva marcha fúnebre de “Funeral of Marcus Aurelius” (llamado “Profundo” en la edición de PEG) y la arrolladora “Battle in the Forest” (también conocida como “Ballomar´s Barbarian Attack”). Los agresivos ritmos marcados por los timbales, las figuras a contratiempo y las frenéticas secuencias cromáticas parecen inspiradas en la mismísima "Suite escita" de Sergei Prokofiev.
No hay todavía una edición discográfica que le haga justicia a esta gran banda sonora. Varèse Sarabande la editó en su día, pero las que parecen haber alcanzado una mayor difusión son de PEG Recordings y Cloud Nine. Esta última quizá es la más recomendable, ya que contiene un poco más de música y mantiene el orden cronológico de los cortes. De hecho, es la que se ha tomado como referencia a la hora de elaborar esta reseña. De todas formas hay mucha música extraordinaria que aún no puede escucharse en disco: el momento de la locura final de Cómodo (cuando se escuchan las "risas de los dioses"), la sobrecogedora versión coral del tema principal (el único momento en que se emplean voces humanas) o la dramática ejecución de los bárbaros, justo antes del finale. Hasta que no se edite adecuadamente, lo mejor para disfrutar la música es ver la propia película. Y hay que añadir que no siempre sucede así con las bandas sonoras de Dimitri Tiomkin.
|