José-Vidal Rodriguez
La bella Isabeau y el aguerrido Navarre, dos almas enamoradas y condenadas a estar alejadas de por vida por una maldición invocada por los celos del Obispo de Aquila. Durante el día, el cuerpo de ella se transforma en un imponente halcón; llegada la noche, él se convierte en un fiero lobo. Nada parece evitar que ambos “convivan” eternamente separados sin poder abrazarse como humanos, pero la ayuda del joven Phillipe y la inminente aparición de un eclipse solar con visos de anular el hechizo, les harán recobrar las esperanzas de alcanzar al fin el amor físico. Este sugerente argumento, unido a la brillante imaginería del maestro Vittorio Storaro, convirtieron a ”Lady Halcón” en uno de aquellos filmes de los 80 que marcó a toda una generación de jóvenes espectadores, además de suponer el espaldarazo definitivo a la carrera de la casi debutante Michelle Pfeiffer que compartía cartel con el otrora replicante Rutger Hauer.
Con independencia de sus valores fílmicos, la postproducción de este ”Ladyhawke” esconde una de las decisiones musicales más rocambolescas y controvertidas de la década. Su director Richard Donner, artesano del medio cinematográfico que siempre ha sabido rodearse de grandes compositores en sus obras, tenía muy claro desde el principio el tipo de música que requería la cinta. Como producción ambientada en la época medieval pero salpicada de profundos ramalazos de humor y estética ochentera (baste si no comprobar la interpretación en clave teen movie de Matthew Broderick), Donner deseaba una banda sonora que se alejara de clichés históricos en favor de un tratamiento más contemporáneo, capaz de fusionar la electrónica preponderante de los 80 con retazos de clasicismo necesario en determinadas secuencias. Así, la ecuación resultante de esta suma de estilos debía ser algo así como una experimentación cercana al rock sinfónico, tratamiento éste indudablemente anacrónico, errático en su momento para buena parte de la crítica, pero hasta cierto punto disculpable dadas las formas y la audiencia a la que iba destinado el filme. No debemos olvidar que tras la intervención de Queen en “Flash Gordon” o de Toto en “Dune”, la “intrusista” moda de encargar scores a grupos de pop/rock -sin experiencia previa en el cine- no había hecho nada más que empezar.
Muy seguro de su decisión y prácticamente enfrentado a todos (incluso a su mujer Lauren Shuler, coproductora de la cinta), Donner confió en el compositor y arreglista británico Andrew Powell, uno de los miembros más aventajados del ”Alan Parsons Project” y autor de la mítica pieza “The Fall of the House of Usher”, incluida en el primer y mejor álbum del grupo ”Tales of mystery and imagination”. Con conocimientos sobrados de composición gracias a su formación clásica, Powell no era para nada un extraño en el manejo orquestal pero nunca había escrito una composición íntegra para el celuloide, por lo que, pese a tener como mentor a Stanley Myers, sus aptitudes para trabajar en el lenguaje cinematográfico eran toda una incógnita. Tras meses de encierro en estudio y con los profesionales de la Philharmonia Orchestra londinense completados por varios intérpretes del Alan Parsons Project original, el resultado final no sería sino un controvertido trabajo plagado de luces y sombras, de momentos de gran acierto entremezclados con instantes estrepitosos visualmente hablando.
Entre los aciertos, no hay duda que debemos incluir el magnífico tema de los títulos principales que abre el primer compacto. Acompañando las imágenes de aquél eclipse de sol fundamental en la historia, Powell desarrolla un corte que conjuga el desenfado y jovialidad contemporáneas con la épica caballeresca propia del argumento; escucharemos fusionados los principales leitmotivs del score, comenzando por un ritmo electrónico reutilizado en varias escenas de acción, siguiendo con los potentes metales del tema de Navarre y desembocando en el precioso motivo intimista a cuerdas, -reconducido aquí a tintes épicos- asociado al personaje de Isabeau. Todo ello aderezado por el dinamismo de los ritmos rock y las guitarras eléctricas, que culminan tres minutos de claro acabado ochentero sumamente retentivo. No alejándose demasiado de esta idea central, los cortes 3, 4 y 5 son ejemplos patentes de las referencias parsonianas del score, sobre todo aquel devaneo inicial de las maderas en ”The Search for Phillipe”.
El inevitable love theme, sugerido en varios momentos hasta ser íntegramente desarrollado en ”She Was Sad at First”, reserva quizás el instante más inspirado de todo el álbum. La triste dulzura de “Lady Halcón” Isabeau (bellísima la Pfeiffer, por cierto) es retratada esta vez por Powell con una elegancia de raigambre clásica, a través de una retentiva melodía a maderas que parece resistirse a culminar hasta que unas intensísimas cuerdas son las que acaban por “explotar” en un torrente lírico precioso, muy atinado en su simbiosis con las oníricas secuencias a las que sirve de apoyo. A destacar también los fragmentos de música diegética, cuya mejor muestra la hallamos en la sintonía medieval a flauta y guitarra del ”Wedding Music”, una pieza que sorprende por su agradecido lirismo aun tratándose de un tema menor.
Junto a estos cortes francamente interesantes de la partitura, encontramos sin embargo otros momentos que evidencian muy claramente la falta de experiencia de Powell en un tipo de composición tan específica como la cinematográfica, en la que la sincronía y el manejo de los tiempos se convierten en trascendentales. Al respecto, resulta significativo escuchar las dos versiones escritas para una de las escenas más impactantes del filme: la Isabeau humana, perseguida por los secuaces del Obispo, cae desde lo alto de un campanario con la fortuna de transformarse justo en ese instante en el halcón que con su vuelo salvará la vida. Powell compuso en principio la pista 16 contenida en el segundo CD, basando el desarrollo musical de la secuencia exclusivamente en bloques pop a sintetizador. Horrible acercamiento que no pegaba ni con cola, como el propio autor reconoció en su momento. Tras la oportuna “bronca” de Donner, el británico reescribió el bloque dando lugar al “Chase Up The Turret / Isabeau´s Fall (Part II)”, fragmento dotado de un empaque sinfónico en el que los trémolos premonitorios del peligro suenan infinitamente mejor que aquellos burdas sonoridades sintéticas sin comunión alguna con la escena. También erráticos resultan los bloques de desenlace de la cinta (a excepción del glorioso “The Final Reunion”), los cuáles reservan la parte más deslucida con diferencia del score: ejercicios sintéticos tan sumamente chirriantes e inexpresivos que deslucen aquellos instantes del filme que precisamente requerían de un mayor peso musical y locuacidad. En cambio, justo lo contrario sucede con el fragmento “Hawk Injured”. Powell peca aquí por exceso con una música descompensada e irritantemente enfática para unas imágenes que, ni de largo, pedían la contundencia orquestal con la que despacha el minuto y medio de secuencia. Esta serie de pifias, unidas a la sensación global de anacronismo del score, levantó en su día en armas a los más puristas, a la par que fascinó a otra serie de aficionados que quedaron enganchados por aquél tratamiento tan ecléctico y original de una historia de amor medieval con evidentes guiños contemporáneos. Parece que la polémica pudo con Powell, quién prácticamente abandonó la composición cinematográfica tras el estreno del filme.
Coincidiendo precisamente con el 20 aniversario de dicho estreno, el sello La-La Land recupera toda la partitura escrita para el filme bajo la modalidad ”Expanded Archival Collection”, mejorando la calidad de sonido y duplicando la duración del anterior compacto editado por GNP Crescendo, que por otro lado ya resultaba suficiente para apreciar los pros y contras del trabajo de Andrew Powell. En definitiva, ni “Lady Halcón” es un score tan estrepitoso como han querido ver algunos, ni la obra fascinante a reivindicar por otros. Desde luego, si el oyente consigue abstraerse de los puntos negros comentados y contextualizar una música muy aferrada a la década, la partitura se convierte a sus oídos en un simpático divertimento con algún que otro fragmento a rescatar del olvido.
27-febrero-2015
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