José-Vidal Rodriguez
Hasta los principales estudios de cine y las distribuidoras norteamericanas no entienden qué pasa con una película menor española que ha barrido a los estrenos más taquilleros a nivel mundial. ”Ocho Apellidos Vascos”, el inesperado fenómeno del año en un sector necesitado de éxitos, sigue la estela de la francesa ”Bienvenidos al Norte” ahondando en la exaltación humorística de los tópicos regionales, con un punto de mira que intenta desdramatizar uno de los grandes caballos de batalla de la historia reciente española, la problemática del País Vasco. Sin desmerecer el desparpajo y buen hacer de un director como Emilio Martínez Lázaro, lo cierto es que la cinta se ha visto desmesuradamente favorecida por un campañón de marketing con el que predisponer al espectador a una lluvia de carcajadas, la misma que a la postre se queda en una simple tormenta de verano tan refrescante como efímera.
Fernando Velázquez, ese todoterreno que poco a poco empieza a dar que hablar más allá de nuestras fronteras, se enfunda el mono de trabajo para una comedia que concede poco margen a la música incidental, circunstancia que se aprecia no sólo por la brevedad de la propia partitura (poco más de media hora), sino ante todo por el escaso desarrollo de sus bloques y la dificultad, por tanto, de que el músico vasco pueda culminar de forma más amplia sus ideas. No obstante lo anterior, Velázquez tira de oficio y resuelve desde la corrección un trabajo que siendo sinceros, pasaría de puntillas en su curriculum si no fuera por el tremendo éxito cosechado en taquilla por el filme.
El corte inicial “Ocho Apellidos Vascos” supone ya una auténtica declaración de intenciones en cuanto a su representatividad con respecto al resto de música compuesta. Dentro de un marcado tono desenfadado, el choque cultural y la dualidad País Vasco-Andalucía surge al pentagrama con la utilización de dos instrumentos autóctonos de ambas provincias como son la txalaparta y las castañuelas, amén de unas guitarras (algunas interpretadas por el propio Velázquez) que cobrarán protagonismo con posterioridad. Con este recurso instrumental el compositor se sube de algún modo al carro de los tópicos de los que se mofa el filme, aunque en esta ocasión no sea sino a través de un tópico musical, tan previsible como no exento de una eficacia innegable para el espectador. La melodía que cimenta este tema central también sirve a lo largo de la cinta para propósitos bien distintos: por un lado, dulcificar la aparente tosquedad del personaje de Karra Elejalde, enfatizando su lado más amable y receptivo (“Koldo enamorado / Despedida en el puerto”); y además, el tema es reutilizado para describir con humor y dinamismo las acometidas del protagonista ante la tremenda situación que se le viene encima (“Intento de fuga”, “Segundo intento de fuga”).
Pese al escaso margen de desarrollo del encargo, el compositor se las ingenia para presentar otro tema que, con mimbres muy similares al central, resulta de vital importancia a la hora de retratar la atracción de la pareja protagonista. No es casual así que esta idea haga acto de aparición en un corte como “Rafa se enamora”, entonada por una melancólica guitarra que presidirá también un bloque mucho más desenfadado y enfático como es “Rumbo al Norte”. Mención especial merece su integración en “Manejanta enamorada”, uno de los cortes más satisfactorios del álbum junto con esa especie de reprise de motivos contenida en “Un Par de detallitos”.
La canción “No te marches jamás”, basada como no podía ser menos en el tema central del score, pone fin a una partitura adecuada, sin mayores pretensiones, planificada y ejecutada con una elegancia que ya desearían otros encargos de mayor proyección. Pese a que Velázquez no crea escuela ni lo pretende, ”Ocho Apellidos Vascos” denota la versatilidad de un autor que a sus 37 años ha trabajado ya de forma más o menos airosa en los principales géneros cinematográficos, algo muy a tener en cuenta a su favor.
22-mayo-2014
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